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sábado, 23 de junio de 2018

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



UNA VERDAD VESTIDA


Aunque, mirándolo bien, ya me he atrapado algunas veces en la mentira, por más que no fuese una mentira abominable e insolente, sino una verdad adornada, coloreada o exagerada. Por ejemplo, en los momentos bajos, cuando me sentía cansado y harto, exponía mi causa en términos tan elocuentes y enérgicos como cuando estaba en plena forma, y a veces ocurría que, más que exponer mis argumentos y convicciones desde lo más profundo de mi corazón, los recitaba. Oh, sí, esto ocurrió, y más de una vez. En Madrid: llovía, hacía un día oscuro y tormentoso, pardo, y los neumáticos de los coches se hundían en los torrentes de agua turbia. En Edimburgo: era invierno y se me pegó algo del laconismo escocés… E incluso una vez en Ferrara, aunque entonces no le pude echar la culpa al tiempo… El sol colgaba encima de los tejados como una lámpara antigua de oro macizo. Yo acababa de contemplar los frescos de Francesco Cossa, me sentía feliz, saturado de aquel género de felicidad que nos invade desde fuera, desde los lienzos añejos, los árboles gigantescos, las iglesias románicas y el ritmo de las colinas y las valles. Y, a pesar de ello, no supe decir nada verdadero. O tal vez aquélla fuera la causa, tal vez no supiera hacerlo porque la felicidad no me había sido prestada o regalada para utilizarla. Hay regalos tan frágiles, de construcción tan ingeniosa, que se hacen añicos en cuanto los entregamos a un tercero.

Adam Zagajewski.
Dos ciudades.
Acantilado.