«La parte más dura era decir adiós a los compañeros que eran llevados a retaguardia muertos o gravemente heridos. Nunca se me olvidará aquel soldado cuya pierna había sido amputada por un mortero de espiga. En una sanguinolenta media tienda, lo llevaban por delante de nosotros bajando por la estrecha trinchera a la puesta del sol. Se me hizo difícil expresar mi emoción al ver a aquel magnifico joven soldado dejarnos de aquel modo, y sólo pude estrechar su mano para darle ánimo. Pero él me dijo: «Mi alférez, esto no es nada. Pronto estaré de vuelta con la compañía incluso si tengo que usar una pierna de madera». El bravo muchacho nunca más volvió a ver salir el sol, ya que murió de camino al hospital. Este concepto del deber era distintivo del espíritu de mi compañía.»
Erwin Rommel.