“Nos paseamos de un lado para otro en la
habitación; entonces ella se acercó a una de las paredes cuyas ventanas estaban
cerradas para abrir un pórtico, y yo vi lo que sólo se ve una vez en la vida.
No sé si lo hizo a propósito para sorprenderme, pero si ése fue el caso consiguió
su objetivo. Miramos por una ventana del piso más alto y justo frente a
nosotros apareció el Vesubio; como el sol ya se había puesto se veía claramente
el ardiente flujo de lava y su reflejo dorado en el humo que lo acompañaba. Una
inmensa nube de vapor permanecía inmóvil sobre la montaña rugiente, y con cada nueva erupción
sus diversas masas se iluminaban por
separado, como por un relámpago, adquiriendo formas corpóreas. Desde allí hasta
el mar se divisaba toda una franja incandescente de la cual emanaba más vapor.
Lo demás, el mar y la tierra, las rocas y la vegetación, bien definidas bajo la
luz crepuscular, reposaban en una calma encantada. Poder abarcar todo esto con
la mirada y ver subirse la luna llena por detrás de la montaña como broche de
oro de este cuadro maravilloso por fuerza tenía que causar asombro.”
Johann W. Goethe. Viaje a Italia. Ediciones B. 2001.