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viernes, 2 de agosto de 2019

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



LOS DÍAS FELICES


«Las clases lo son de verdad. En la primera viajan comerciantes, fabricantes de sombreros y cuellos, primeras figuras del arte y monjas. Son gente extraña: tienen nacionalidad turca, solo hablan inglés, viven en México y representan a empresas francesas con pasaportes paraguayos y argentinos. Son los colonizadores de hoy, la flor y nata de lo peorcito de México. Siguiendo con la tradición de los acompañantes y los herederos de Colón, que expoliaban a los indios, hacen que las personas de piel roja se deslomen en las plantaciones habaneras a cambio de unas corbatas rojas que hacen que los negros comulguen con la civilización europea. Se mantienen separados. Solo van a las cubiertas de segunda y tercera clase a buscar chicas guapas. La segunda clase está ocupada por los agentes comerciales que van de viaje de negocios, los que se están iniciando en el arte y los intelectuales que desgastan las teclas de las Remington. Siempre que consiguen volverse invisibles a los ojos de los contramaestres, se cuelan disimuladamente en las cubiertas de primera clase. Entran y se quedan plantados en medio, como si dijeran: «Mirad, ¿cuál es la diferencia entre nosotros? Tengo los mismos cuellos y los mismos puños». Pero enseguida los descubren y les piden que se marchen a su cubierta, incluso con cortesía. La tercera clase es el relleno de las bodegas. Se trata de la gente de las odesas de todo el mundo, que viaja en busca de trabajo: boxeadores, agentes secretos, negros. No intentan colarse en las otras clases. Les preguntan con sombría envidia a los pasajeros que bajan a su cubierta: «¿Viene de jugar a los naipes, a la préférence?». De esa zona sube un olor fuerte, mezcla de sudor, botas y hedor acre de los pañales que se están secando, y también el crujido de las hamacas y las camas desplegables de las que está plagada la cubierta, los chillidos endemoniados de los críos y los susurros de las madres que los tranquilizan igual que las madres rusas: «Ea, ea, mi amor, pobrecito mío».»


Vladímir Maiakovski. 
América.
Gallo Nero.