“La Cepa, fogonazo en serrín y sepia, instante
con aroma a vino dulce, renace al abrir un libro viejo por una página marcada
por un papelillo de fumar. Flotan
los recuerdos como plumas de plomo en mis fosas nasales. Unas estanterías de
madera literaria saciadas con el murmullo de conversaciones eléctricas nos cobijaba de la lluvia permanente y salada. Los
techos altos cargados de humos azules, dragones alados, afirmaciones salvajes y equivocadas, versos deshojados y tardes de risas y aguardiente. De aquel cuadro relegado al trastero de las momias
enjutas nada respira, nada, y casi nada permanece. A los amigos allí no
llorados se los llevó un día la vida cercenada, el invierno imparable, la carcoma siempre incansable y el hastío bien cargado de sombras imposibles. Entonces los bares tenían un alma húmeda y nocturna, mirada femenina, dulce y
mohosa. Hoy, en mis santorales, por desgracia, ya invisibles para ojos adolescentes, el olor de la bruma que repta desde la dársena claramente sueña con mundos que no me esperan.”
Baldomero Dreira