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viernes, 1 de febrero de 2013

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




LUCIERNAGAS


            “Estaba muy calmo, verdadera suerte para los insectos nocturnos. Pero lo que vi frente a mí era tan sorprendente que olvidé todos los mosquitos y me entregué encantado al espectáculo que se me ofrecía. El aire entero estaba invadido por un parpadeo de chispas azuladas: eran luciérnagas, y su luz intermitente duraba un solo instante. Observando estas chispas una por una, se podía seguir el vuelo de todas las luciérnagas. No llegaban de una vez, sino que aparecían aisladamente, una tras otra. Me aseguraron que colonos rusos, encontrándose por primera vez en presencia de estos fulgores intermitentes, habían disparado contra ellos huyendo después con espanto. Aquella noche, no se trataba de algunos bichos de luz aislados; se trataba de millones. Había por todas partes, en la hierba, entre las zarzas y por encima de los árboles. A estas chispas vivientes, venía a responder desde el cielo la reverberación de las estrellas. Era una verdadera danza luminosa.
            Pero, de repente, un rayo vino a aclarar toda la tierra. Era un meteorito enorme que dejaba una larga estela luminosa a través del cielo. Un instante que dejaba una larga estela luminosa través del cielo. Un instante después, el bólido se quebró en mil chispas y cayó más allá de la montañas. La luz se extinguió. Como por un toque de varita mágica, los insectos fosforescentes desaparecieron. Pero dos o tres minutos más tarde, una chispa se volvió a iluminar en una zarza; a continuación, una segunda y después otras, hasta que el aire se llenó de nuevo, al cabo de treinta segundos, de millares de luces remolinantes.

            Por muy bella que me pareciese aquella noche y por imponentes que fueran esos fenómenos de insectos luminosos y de un bólido en plena caída, no pude quedarme mucho tiempo sobre el prado. Los mosquitos me habían cubierto el cuello, las manos, el rostro y acababan de penetrar en mis cabellos. Así que volví a la casa para acostarme sobre el kang. La fatiga ganó, y me dormí.

Vladimir Arseniev. Dersu Uzala. Editorial Mondadori.