OTRA CABEZA TATUADA
Mientras nuestros briosos caballos mantenían
un trote regular sobre la polvorienta estepa, oí que mi Musfafá contaba a Tasim
y Mr. Silverstein una de las leyendas orientales de su inagotable repertorio.
Me interesó el relato porque una historia muy parecida se halla en la mitología
griega. Dice así: Existió una vez un poderoso califa en Bagdad que tenía por
nombre el de Khalil Raghman ¡que Alá lo bendiga! Mientras residía en Damasco,
Alí tuvo conocimiento de las malas y vergonzosas acciones que estaban
cometiendo los favoritos del sultán en esa ciudad. Como era mudo porque le
habían cortado la lengua cuando se hallaba empleado en el harem de sus señor,
Alí se hizo afeitar la cabeza. Pidió a un notario público que escribiese con
tinta indeleble sobre su cráneo brillante la verdadera historia de tales
crímenes. Luego se aplicó un poderoso específico para hacer crecer su cabello,
y partió con una espesa melena que cubría su mensaje. Cuando regresó a Bagdad
al cabo de un viaje lleno de contratiempos, se hizo rapar de nuevo la cabeza, e
hincándose ante sus señor, curvó su cuello como para permitirle que leyese el
mensaje que escrito estaba sobre su cráneo. El califa quedó tan agradado del
precioso mensaje, que inmediatamente hizo que le cortaran la cabeza a Alí, la
que guardó para futura referencia.
Al escuchar esta historia de Alí contada por
Mustafá, decidí no afeitarme la cabeza para llevar al sultán mi mensaje con la
relación de los delitos que algunos de sus subalternos estaban cometiendo en
Armenia. Estaba seguro de que después de leerlo el soberano, posiblemente
ordenaría que me decapitasen como Alí y guardaran mi cabeza para futuras
consultas. Desde aquel momento decidí cerrar mi boca como una ostra en todas
las cuestiones relativas a las matanzas de Armenia, hasta que pudiese escribir
sobre ellas algún día, desde un lugar donde estuviese a salvo.
Me daba la impresión de que Mustafá había
contado de propósito aquella historia. Esos orientales son prudentes. En mi
fuero interno le estaba agradecido porque me salvó la vida después,
probablemente en más de una ocasión… En el cercano oriente las paredes tienen
oídos, pero las bocas llevan candados.
Rafael de Nogales Méndez. Memorias. Biblioteca Ayacucho.