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viernes, 22 de febrero de 2013

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




EL AFGANO



“--Ni siquiera sabe usted mi nombre –dijo mi Lirio--. Más vale que se lo aprenda por si luego preguntan. Además sentarme aquí fuera y con un jeque desconocido va a terminar con la reputación que me quede. No es que me importe mucho. Las reputaciones son como la flor de la vida. ¡tan frágiles que no merece la pena conservarlas!
Yo seguía sin saber qué hacer; la chica se acercó a mí de forma que pude ver el surco entre sus pechos. Aparté la mirada, pues iba a volverme loco. La sangre silbaba en mis oídos y ante mí había una niebla roja que hasta el momento sólo había aparecido cuando hundía mi cuchillo en la garganta de un enemigo.
         --Soy Nella Carson .--la oí decir--. Tengo veintitrés años, estoy sana de mente y cuerpo y… soy viuda.
Se inclinó hacia delante de forma que no podía verle la cara.
         --Mataron a Jim en Salónica, hace quince meses. Las cosas ocurren así, ¿sabe? Durante un tiempo pensé que era el fin del mundo, pero ahora, bueno, me he hecho más sabia. Maldito mundo, ¿verdad?
En ese momento ansiaba consolarla. Las lágrimas rodaban por sus mejillas y yo, que conocía los secretos del rifle y el cuchillo, me sentía impotente. Sin embargo, al final me volví hacia ella y, como si fuera un milagro, la encontré entre mis brazos. Apenas hacía media hora que la conocía. Ayer no la había visto jamás, pero en ese momento su fragancia me producía un nudo en la garganta.
         --Dime –susurré--. ¿no puedo consolarte?
Entonces encontré sus labios, pétalos de la pasión más pura, que se unieron a los míos y me llevaron al paraíso. Loado sea Alá, porque las mujeres son mujeres, ya sea en Kirmanshah o en Hampstead. Se recostó entre mis brazos con sus esbeltos miembros junto a los míos y podía sentir el latido de su corazón mientras me inclinaba a besar la perfumada blancura de su hombro. No sé cuanto tiempo permanecimos en ese jardín de huríes. Debió de ser bastante pues, cuando regresamos, muchos de los hombres “valiosos” se habían marchado, llevándose sus mujeres. Mi Lirio encontró a la anfitriona prácticamente sola en la sala de baile, y ésta le sonrió dulcemente.
         --¡Vaya conquista! –le oí decir--. Deberías ser un poquito más discreta, Nella querida. ¡Nunca se sabe lo que van a hacer estos extranjeros!
Habría matado a esa mujer si no hubiera recibido una dulce mirada de unos ojos azules que retorció mi corazón igual que el cocinero retuerce el pescuezo de una gallina.
         --¿Me acompañas a casa?—dijo mi Lirio, cuando estuvimos de nuevo bajo las estrellas.
Una calle se extendía vacía ante nosotros. Había pocas luces, pero de repente un taxi se detuvo junto a nosotros. De modo que fuimos a su casa juntos. No sé qué hora era, pues el tiempo nada tiene que ver con la pasión.”

Sirdar Ikbal Ali Shah. Solo en las noches de Arabia. Editorial Sufi. 1994.