«Algunas noches, cuando el calor
arreciaba y no había serenata, así que las cornetas del cuartel vecino tocaban
la retreta, sacábamos al patio los catres de lona. Encima una sábana y otra más
para envolvernos, sobre la bata, y a estarse en cama contemplando las estrellas
antes de dormir. De todos los goces del verano fronterizo ninguno es más
profundo. El clima caliente y seco invita a pernoctar bajo la bóveda celeste.
En aquella topografía de llanuras devastadas, el cielo es más ancho que en
otros sitios de la Tierra, y las constelaciones refulgen dentro de una
inmensidad engalanada de bólidos.»
José
Vasconcelos.