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sábado, 5 de abril de 2014

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



DURBAR I


       “A eso de las dos comienza la marcha: según las reglas de la etiqueta, el más elevado en rango debe llegar el último, y por consiguiente avanzan en primer término los feudatarios del rajá británico, siguiendo los príncipes soberanos en razón inversa a su importancia. Desde el pórtico veo perfectamente el desfile, que es la parte más notable de la ceremonia; cada sowari penetra a su vez en la gran avenida; las tropas inglesas presentan las armas; resuena el estampido de los cañones; el elefante real se arrodilla a la puerta del Chamiana, y el maestro de ceremonias da la mano al rajá para conducirle a su trono.
        Los cortejos se suceden sin interrupción con una magnificencia ascendente, desde el del principillo Bundela de Alipoura hasta el del alto y poderosos señor de Gwalior. Por último se sientan todos, los reyes indos a la derecha del trono, con sus nobles y ministros detrás; y a la izquierda los gobernadores generales y oficiales ingleses, cuyos brillantes uniformes parecen pobres y ridículos frente al lujo asiático.
        Pasados algunos momentos, los tchoubdars, vestidos de rojo, y empuñando sus largos bastones dorados, anuncian la llegada del virrey; se levanta la asamblea; sir John Lawrence, de gran uniforme y descubierta la cabeza, atraviesa lentamente la sala y franquea las gradas del trono, mientras resuenan las salvas de artillería, mezclándose con los dulces acordes del himno real: «Dios salve a la Reina.»
        A una señal vuelven a sentarse todos, y el secretario del Estado proclama la apertura del Durbar, comenzando acto continuo la larga ceremonia del Nuzzur. Cada rajá, seguido de su dewan y del primer thakur de sus Estados, avanza hacia el trono, e inclinándose ligeramente ante el virrey, le presenta una moneda de oro, que éste no hace más que tocar; la moneda representa una cantidad bastante considerable, que varía según el rango del rajá, y que debe ser entregada a las autoridades inglesas después del Durbar.
        Mientras se efectúa esta ceremonia, que no dura menos de una hora, pasamos rápidamente revista a los príncipes que asisten al Durbar.
        El primero, a la derecha del trono, es Scindia, Maha-Rajá de Gwalior, representa en el Durbar a esos terribles maharatas que durante un siglo recorrieron la India a sangre y fuego y derribaron el imperio mogol, preparando con sus actos vandálicos la conquista británica: su único rival en poderío y altivez es el rey maharata de Baroda, que ya conocen mis lectores: Scindia viste con cierta sencillez; lleva un ropaje de brocado, sin más adorno que algunos diamantes en el pecho, y cubre su cabeza un turbante de alas levantadas, que le comunica cierta remota semejanza con el aspecto de Enrique VIII; la expresión de semblante es feroz, y siempre tiene las cejas fruncidas.
        A la izquierda del virrey no hay más que un rajá, que es nuestro amigo Ram Sing, Maha-Rajá de Jeypore; cubre su cabeza un turbante de pedrerías, y viste el manto de la Estrella de la India. Así él, como el Maha-Rajá de Judpore, sentados junto a Scindia, son los representantes de la raza solar, descendientes del dios Rana; no son inferiores en nobleza sino al Rana de Udeypur. Estos dos rajputs se consideran como iguales en rango, y para zanjar la grave cuestión de precedencia, está Jeypore a la izquierda, y Judpore a la derecha.
        Después de los personajes que acabamos de citar, se presenta la reina Begaum de Bhopal, la soberana mahometana más importante del Rajastán; es una mujer de unos cincuenta años, de tipo enérgico y varonil, como lo es también su traje; lleva pantalón ceñido de paño de oro, y una chaquetilla de seda, engalanada con varias condecoraciones. Entre los nobles que están sentados detrás de ella, se observa a la reina viuda Quodsia Begaum, y a una anciana señora con traje indio, a quien el maestro de ceremonias llama Isabel de Borbón…
        Cerca de ellas se ve al Maha-Rao Rajá de Kotah, y al rajá de Kishengurh, ambos rajputs, que visten el antiguo ropaje de muselina estampada.
        El Maha-Rao de Kerowly, el joven rajá jata de Bhurtpore, y el Maha-Rao de Ulwur, constituyen un grupo resplandeciente de joyas. Sheodan Sing viste una larga túnica de terciopelo negro, sobre la cual resalta un río de diamantes; junto a él está sentado el antiguo bandolero pindari, el Nawab de Tonk, que sólo lleva una hopalanda de seda, sin el menor adorno; más lejos se halla el rajá de Dholepore, venerable anciano de largas patillas teñidas de rojo, que ha venido al Durbar como a una batalla, todo cubierto de hierro; y sigue después una larga línea de príncipes, bundelas y rajputs, luciendo todos los trajes de lo más pintorescos. Después de estos príncipes, que son todos soberanos, se hallan los seis Mirzas, individuos de la ex familia imperial de Delhi; estos descendientes da Akber, vestidos con la mayor riqueza, y adornados con la toca de los príncipes de sangre, llenan humildemente a doblar la rodilla ante el virrey inglés, de quien son los súbditos. Los últimos que se presentan son feudatarios directos de la corona inglesa, zeminndars, rajás y yaghirdars, algunos de los cuales, así como el rajá de Burdwan, poseen provincias enteras y rentas enormes.”


Louis Rousselet. Viaje a la India de los Rajas. Anjana Ediciones.