EN UN TREN NOCTURNO
“…Había conseguido escapar del Instituto Geográfico Militar
donde trabajaba, que se hallaba casi en la frontera con Austria. En Venecia había
encontrado refugio en casa de un viejo sastre, una especie de Gepeto, el señor
Calzavara, que me había ofrecido un cuartito en el desván.
En
aquel tiempo, sobre todo para alguien que venía de las montañas donde yo trabajaba,
existía una verdadera fiebre por los jerséis con ciervos corriendo unos tras otros
(una moda que ha vuelto en estos años, porque veo muchas camisetas llenas de
dibujos). El problema era que yo no tenía ni una lira. Algún dinerillo ahorrado
sí, porque algo nos daban en el Instituto Geográfico Militar. Pero se me
ocurrió una idea genial: deshice todos los jerséis que me había dado mi madre.
Entonces había unas camisetas interiores que estaban hechas con lo que se
llamaba “lana marquiana” y que picaban cuando te las ponías; al cabo de dos o tres
días empezaban a perder la rigidez, pero recién puestas eran como una piel de cabra.
Como decía, las deshice todas, y enrollé la lana en ovillos. Y no sé cómo, me
enteré de que en Bassano del Grappa había hilanderías donde quizá me harían un
jersey con ciervos.
Una
cosa de locos. ¡Sólo a los diecinueve años se pueden tener ideas semejantes,
con los riesgos de entonces, los alemanes, los fascistas, vamos, un verdadero
infierno! En resumidas cuentas, que un buen día me fui para allá con mis
ovillos.
En
Mestre, al atardecer, casi anochecido ya, tomé un tren que iban en dirección a
Bassano del Grappa. Como había peligro de que se produjeran ataques aéreos, los
trenes viajaban con las luces apagadas. Recuerdo aquel tren lleno hasta los
topes de gente, toda apretujada, donde no se veía ni jota. En determinado
momento sentí una presencia femenina, una mujer que hablaba, tal con unos
amigos, tal vez iban al campo en busca de comida, no sé. El hecho es que pasado
un rato, pese a la falta de espacio, yo que he sido siempre un fumador
empedernido encontré el modo de encender un cigarrillo. Y al hacerlo, como es
natural, iluminé mi rostro; pero, un tanto cegado por esta luz, no vi a quién
tenía enfrente de mí. Y aquella mujer se acercó, nos rozamos y luego nos dimos
un beso.
Fue
algo de una emoción fulgurante. ¡Tan misterioso!
Yo no
puede ver quién era, ni si era joven o vieja. No lo sé, no llegué a verla. Porque
recuerdo que en la primera estación, todavía a oscuras, aquel grupo de personas
bajó y… Y nunca he sabido a quién besé. Que era una mujer, seguro. Pero si era
guapa o fea, no lo sé. En cualquier caso, aquel beso fue muy hermoso. Dio a
aquel viaje absurdo un sentido casi romántico.
A pesar de los años que han pasado, aquel momento
sigue aquí; la verdad es que es uno de los recuerdos más intensos de mi vida.
La memoria es extraña, ¿eh?”
Marcello
Mastroianni. Sí, ya me acuerdo…
Ediciones B.