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lunes, 21 de abril de 2014

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE





EN UN TREN NOCTURNO


“…Había conseguido escapar del Instituto Geográfico Militar donde trabajaba, que se hallaba casi en la frontera con Austria. En Venecia había encontrado refugio en casa de un viejo sastre, una especie de Gepeto, el señor Calzavara, que me había ofrecido un cuartito en el desván.
         En aquel tiempo, sobre todo para alguien que venía de las montañas donde yo trabajaba, existía una verdadera fiebre por los jerséis con ciervos corriendo unos tras otros (una moda que ha vuelto en estos años, porque veo muchas camisetas llenas de dibujos). El problema era que yo no tenía ni una lira. Algún dinerillo ahorrado sí, porque algo nos daban en el Instituto Geográfico Militar. Pero se me ocurrió una idea genial: deshice todos los jerséis que me había dado mi madre. Entonces había unas camisetas interiores que estaban hechas con lo que se llamaba “lana marquiana” y que picaban cuando te las ponías; al cabo de dos o tres días empezaban a perder la rigidez, pero recién puestas eran como una piel de cabra. Como decía, las deshice todas, y enrollé la lana en ovillos. Y no sé cómo, me enteré de que en Bassano del Grappa había hilanderías donde quizá me harían un jersey con ciervos.
         Una cosa de locos. ¡Sólo a los diecinueve años se pueden tener ideas semejantes, con los riesgos de entonces, los alemanes, los fascistas, vamos, un verdadero infierno! En resumidas cuentas, que un buen día me fui para allá con mis ovillos.
         En Mestre, al atardecer, casi anochecido ya, tomé un tren que iban en dirección a Bassano del Grappa. Como había peligro de que se produjeran ataques aéreos, los trenes viajaban con las luces apagadas. Recuerdo aquel tren lleno hasta los topes de gente, toda apretujada, donde no se veía ni jota. En determinado momento sentí una presencia femenina, una mujer que hablaba, tal con unos amigos, tal vez iban al campo en busca de comida, no sé. El hecho es que pasado un rato, pese a la falta de espacio, yo que he sido siempre un fumador empedernido encontré el modo de encender un cigarrillo. Y al hacerlo, como es natural, iluminé mi rostro; pero, un tanto cegado por esta luz, no vi a quién tenía enfrente de mí. Y aquella mujer se acercó, nos rozamos y luego nos dimos un beso.
         Fue algo de una emoción fulgurante. ¡Tan misterioso!
         Yo no puede ver quién era, ni si era joven o vieja. No lo sé, no llegué a verla. Porque recuerdo que en la primera estación, todavía a oscuras, aquel grupo de personas bajó y… Y nunca he sabido a quién besé. Que era una mujer, seguro. Pero si era guapa o fea, no lo sé. En cualquier caso, aquel beso fue muy hermoso. Dio a aquel viaje absurdo un sentido casi romántico.
A pesar de los años que han pasado, aquel momento sigue aquí; la verdad es que es uno de los recuerdos más intensos de mi vida. La memoria es extraña, ¿eh?”



Marcello Mastroianni. Sí, ya me acuerdo… Ediciones B.