EN SIRIA
“Siria no es un país unificado ya sea en
razas, religiones o costumbres, y sus habitantes, muchos de ellos enfrentados
entre sí, sólo tienen un punto de cohesión que son las manifestaciones.
La
agitación popular proporciona un entretenimiento que no puede compararse con
nada de lo que conllevan los días festivos. Implica un tumulto temporal al
abrigo del cual se pueden realizar muchas cosas. Los universitarios, olfateando
la bronca, toman partido indiscriminadamente. Después de todo, tienen que
divertirse mientras aún son jóvenes. Las mujeres, escudándose en su sexo, disfrutan
con la conmoción. Hay muchas cosas atractivas para la mente femenina que se
pueden llevar a cabo cuando la atención de sus hombres está desviada. En cuanto
a los hombres, cualquier ocasión es buena para distraerlos de sus labores
diarias y les viene bien ejercitar sus órganos vocales.
--¡Abajo
el mandato! –gritan los estudiantes, y la policía desaparece discretamente.
Ansiosamente, observan a los manifestantes desde una cierta distancia. Después
de todo, resultaría entretenido unirse a la diversión, pero deben tener
cuidado. La multitud mantenía un cierto orden y unos cuantos gritos honrados no
hacían daño a nadie. Además, sería embarazoso tener que arrestar a un primo o a
un cuñado. Es molesto porque en casa las mujeres no acaban de entender el funcionamiento
del gobierno y los vecinos tienden aponerse despectivos.
Cuando
entré en Damasco me encontré con una escena similar. Más gente se unía a los
manifestantes. Rápidamente se cerraron las tiendas y los tenderos se
apresuraron a unirse a la manifestación. La multitud frente a las oficinas
gubernamentales era considerable.
--¿Por qué se manifiestan? –le pregunté a
un hombre que aullaba como un chacal.
Me miró inexpresivamente, se encogió de
hombros y siguió chillando más fuerte. Me volví a otro manifestante, intentando
enterarme.
--Oh –dijo en respuesta a mi pregunta--,
han arrestado a un nabi y es una cuestión religiosa.
--No era un nabi –interrumpió el chacal,
haciendo una pausa en sus aullidos--. Se dice que el Alto Comisionado ha
rechazado injustamente una petición de los sacerdotes alauitas.
--Nada de eso –protestó su vecino con
vehemencia--, esta manifestación es para demostrar a las autoridades nuestro
desagrado por la nueva escala de impuestos.
--Abajo los tiranos! –chillaban los
estudiantes, y su demostración se cargaba con más veneno cuando pensaban en sus
profesores dispuestos a atormentar a los jóvenes de la nación con innecesarias
ecuaciones de variadas incógnitas.
Todo ello bajo una temperatura de 40
grados a la sombra. Al cabo de un rato, se produjo una conmoción entre los que
se hallaban más cerca del edificio y pronto corrió la voz de que la
manifestación carecía de sentido. Todo había sido un error. No habían arrestado
a un nabi, los sacerdotes no se habían ofendido y todo lo que ocurría es que
habían detenido a un ladrón muy buscado en las montañas.
Con tristeza, la multitud comenzó a
dispersarse. Los estudiantes abatidos pensaron en los problemas que les
quedaban por resolver; los hombres regresaron lenta y desconsoladamente a sus
trabajos; las tiendas abrieron de nuevo y las mujeres bajaron decorosamente sus
párpados.
En las dependencias del gobierno, las
máquinas de escribir volvieron a teclear y Damasco retornó a su soñolienta y
pacífica canción de cuna oriental.”
Sirdar Ikbal Ali
Shah. Solo en las noches de
Arabia. Editorial Sufi.