“Naturalmente,
a la lengua, como fenómeno social, le es propio lo común en todos los fenómenos
sociales, comprendidas la base y la superestructura, a saber: está al servicio
de la sociedad, como todos los demás fenómenos sociales, incluyendo la base y
la superestructura. Pero aquí termina, propiamente hablando, lo común a todos
los fenómenos sociales. A partir de aquí empiezan diferencias importantes entre
los fenómenos sociales.
La
cuestión estriba en que los fenómenos sociales, además de ese rasgo común, tienen
sus particularidades específicas, que los diferencian a unos de otros y que
tienen para la ciencia una importancia primordial. Las particularidades
específicas de la base consisten en que ésta sirve a la sociedad desde el punto
de vista económico. Las particularidades específicas de la superestructura
consisten en que pone al servicio de la sociedad ideas políticas, jurídicas,
estéticas y otras, crea para la sociedad las correspondientes instituciones
políticas, jurídicas, etc., etc. ¿En qué consisten las particularidades
específicas de la lengua, que la diferencian de los demás fenómenos sociales?
Consisten en que la lengua sirve a la sociedad como medio de relación entre los
hombres, como medio de intercambio de ideas en la sociedad, como medio que permite
a los hombres entenderse mutuamente y organizar el trabajo conjunto en todas
las esferas de la actividad humana, tanto en la esfera de la producción como en
la esfera de las relaciones económicas, tanto en la esfera de la política como
en la esfera de la cultura, tanto en la vida social como en la vida privada.
Estas particularidades son exclusivas de la lengua, y precisamente porque son
exclusivas de la lengua, ésta es objeto de estudio por una ciencia
independiente: la lingüística. Si la lengua no tuviera esas particularidades,
la lingüística perdería el derecho a una existencia independiente.
En pocas
palabras: no puede incluirse a la lengua ni en la categoría de las bases ni en
la categoría de las superestructuras.
Tampoco
puede incluírsela en la categoría de los fenómenos «intermedios» entre la base
y la superestructura, pues tales fenómenos «intermedios» no existen.
Pero
¿quizá puede incluirse la lengua en la categoría de las fuerzas productivas de
la sociedad, por ejemplo, en la categoría de los instrumentos de producción? En
efecto, entre la lengua y los instrumentos de producción hay cierta analogía:
los instrumentos de producción, lo mismo que la lengua manifiestan cierta
indiferencia hacia las clases y pueden servir por igual a las diversas clases
de la sociedad, tanto a las viejas como a las nuevas. ¿Ofrece esta
circunstancia fundamento para incluir la lengua en la categoría de los
instrumentos de producción? No, no lo ofrece.
Hubo un
tiempo en que N. Y. Marr, viendo que su fórmula «la lengua es una
superestructura de la base» encontraba objeciones, decidió «reorientarse» y
declaro que «la lengua es un instrumento de producción». ¿Tenía razón N. Y.
Marr al incluir la lengua en la categoría de los instrumentos de producción?
No, no tenía ninguna razón.
La
cuestión estriba en que la semejanza entre la lengua y los instrumentos de
producción no va más allá de la analogía que acabo de mencionar. Pero, en
cambio, entre la lengua y los instrumentos de producción hay una diferencia
esencial. Esa diferencia consiste en que los instrumentos de producción
producen bienes materiales, mientras que la lengua no produce nada o sólo
«produce» palabras. Más exactamente dicho: si poseen instrumentos de
producción, los hombres pueden producir bienes materiales, pero si carecen de
ellos, no pueden producir bienes materiales aunque dispongan de una lengua. No
es difícil comprender que si la lengua pudiera producir bienes materiales, los
charlatanes serían los hombres más ricos de la tierra.”
Iósif Stalin.