— Sí; te conozco. Yo te he visto atravesar las calles de mi pueblo,
en Galicia. Tras de ti marchaba un aldeano venido de Abegondo o de Altamira.
Sobre tus lomos, tres sacos enormes repletos de piñas, te abrumaban. Te
reconozco. Tú eres el auténtico «caballo de las piñas». Quizá naciste en
Vimianzo y alguien te compró en la feria de Payosaco. Tú estás aquí traído por
ese espíritu aventurero, emigratorio, de la raza gallega; estás aquí ganando tu
pan como don Eduardo Dato, como el criminalista Doval, como yo mismo… Te
reconozco caballo de mi tierra…
Y como el animal
hiciese remiso su paso, le grité:
— ¡Ei, besta!
Y él reanudó su
andar, su trepar más bien, por la montaña. Y dio un relincho, un ligero y
riente relincho, lleno de «saudade».
Wenceslao Fernández Flórez.