LOS CANÍBALES DEL KREMLIN
“Entre tanto, en el seno del partido, iba
avecinándose una nueva crisis. El consabido “trío”, que se había enfrentado
contra mí como un solo hombre en la primera época, distaba mucho de formar una
compacta unidad. Tanto Zinovief como Kamenef estaban muy por encima de Stalin,
lo mismo en capacidad teórica que en talento político. Pero los dos carecían de
esa pequeñez que se llama carácter. La amplia perspectiva internacional –
amplia comparada con la de Stalin –que adquirieran en la emigración bajo el
magisterio de Lenin, lejos de darles mayor fuerza, debilitaba su posición. El
barco navegaba rumbo a “la independencia nacional, apta para bastarse a sí
misma”. Los esfuerzos de Zinovief y Kamenef por defender, aunque sólo fuese
parcialmente, la orientación internacional, les convertía, a los ojos de la
burocracia, en trotskistas de segundo rango. Esto movíales a atacarme con más
furia, para, de este modo, hacerse acreedores a seguir disfrutando de la
confianza de los burócratas. Pero estos esfuerzos fueron en vano. Los poderes
burocráticos comprendían, cada vez con mayor evidencia, que Stalin era carne de
su carne. Pronto Zinovief y Kamenef se encontraron enfrentados con él como
enemigos, y cuando intentaron llevar en apelación ante el Comité central su
pleito, hubieron de convencerse de que Stalin tenía una mayoría inatacable.
A
Kamenef se le consideraba como el caudillo oficial de Moscú. Los comunistas de
Moscú, que habían presenciado cómo en el año 23 se destruyó la organización del
partido en aquella capital con ayuda suya, en castigo a la mayoría que se había
manifestado favorable a la oposición guardaron ahora silencio, despechados. En
las primeras tentativas que hizo para resistir contra Stalin, Kamenef no
encontró apoyo en nadie. En Leningrado ocurrió muy de otro modo. En el año 23,
los comunistas de esta capital estaban a salvo de la oposición gracias a la
tupida red burocrática que había venido tejiendo Zinovief. Pero ahora, les
llegaba el turno a ellos. El rumbo que se seguía hacia los “kulaks” y el “socialismo
en un solo país” tuvo la virtud de indignar a los obreros de Leningrado. La
protesta de clase de los trabajadores coincidió con la fronda de los
privilegiados desatada por Zinovief. De este modo, surgió una nueva oposición
en la que formó en los primeros momentos Nadeida Konstantinovna Krupskaia. Con
gran asombro de todos, y en primer lugar de sí mismo, Zinovief y Kamenef veíanse
obligados e repetir, en parte, las críticas de la oposición, con lo cual
consiguieron que se les adscribiese inmediatamente a las filas de los “trotskistas”.
Nada tiene de extraño que para los nuestros tuviese que ser, cuando menos,
paradójica una alianza con Zinovief y Kamenef. Eran muchos los de la oposición
que se resistían a pactar esta alianza, y hasta había algunos –claro está que
muy pocos – que abogaban por unirse a Stalin contra los otros dos. Uno de mis
mejores amigos, Mratchkovsky, viejo revolucionario, que había sido, durante
toda la guerra civil, uno de los mejores caudillos militares, se pronunció
contra una y otra alianza, dando la siguiente fundamentación, que puede quedar
como clásica: “Stalin faltará a su palabra, y Zinovief huirá.” Pero estas
cuestiones no se deciden nunca en última instancia por motivos psicológicos,
sino por razones políticas. Zinovief y Kamenef reconocieron abiertamente que
los “trotskistas” habían tenido razón en la campaña seguida contra ellos en el
año 23 y se hicieron cargo de los principios que formaban nuestro programa. En
tales condiciones, no era posible que nos negásemos a pactar un bloque con ellos,
sobre todo teniendo en cuenta que detrás de ellos estaban varios miles de
obreros revolucionarios de Leningrado.
Yo
no había vuelto hablar con Kamenef, fuera de las sesiones oficiales, desde hacía
tres años, es decir, desde aquella noche en que, a punto de partir para
Georgia, me prometiera apoyar la política de Lenin y la mía, para luego, al
saber que Lenin no tenía salvación pasarse al campo estalinista. La primera vez
que volvimos a encontrarnos, Kamenef apresurose a decirme:
--No
tiene usted más que presentarse en público, en la misma tribuna con Zinovief, y
el partido reconocerá inmediatamente cual se su verdadero Comité central.
Aquel
optimismo burocrático no pudo por menos de hacerme reír. Por lo visto, Kamenef
no daba importancia a toda la labor de desmoralización del partido que el “trío”
había venido realizando por espacio de tres años. Así se lo hice notar, sin la
menor consideración.
La
depresión de nivel revolucionario, que había comenzado a fines del año 23, o
sea después de la derrota de la revolución conjurada sobre Alemania, cobraba
contornos internacionales. En Rusia navegaba a velas desplegadas la reacción
contra el movimiento de Octubre. La burocracia del partido propendía cada vez más
abiertamente a la derecha. En estas condiciones, era pueril pensar que el solo
hecho de unirnos, el triunfo se nos caería en las manos como una breva madura.
--Hay
que disponerse a luchar contando con que la campaña será larga – así se lo dije
docenas de veces a nuestros aliados. Éstos, en el arrebato del primer momento,
no quisieron hacer caso de mis palabras. Y como aquel arrebato no podía durar
mucho, su celo de oposición iba marchitándose por días y por horas. Mi amigo
Mratchkovski había acertado en su apreciación de las personas: Zinovief acabó
por desertar de nuestro campo. Pero no se llevó consigo, ni mucho menos, a
todos sus correligionarios. La segunda conversión de Zinovief asestó una herida
incurable a la leyenda del “trotskismo”.
León Trotsky.
Mi vida.
Marxists Internet Archive.
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