EL PENULTIMO VIAJE DE LOS HERMANOS JEE
“El terraplén se había hundido hacia la izquierda;
la locomotora volcó por allí, encorvando el raíl sobre que gravitaba; pero,
como marchaba al mismo tiempo que caía, se encontró con el raíl siguiente, que
atravesó la caldera de parte a parte. Unido esto a que el Ingeniero inglés
Alfredo Jee, que hacía de maquinista, tuvo tiempo antes de morir de quitar
alguna fuerza a la máquina, dio por resultado que la locomotora encalló en las
rocas que hay al pie del terraplén, por su parte menos elevada, y se paró, no
sin haber dado dos vueltas enteras en el aire y el ténder una. Nuestro vagón se
balanceaba sobre el abismo... ¡Un paso más, y cae también! El siguiente estaba
descarrilado; el otro sobre los raíles, y el coche de primera tan perfectamente
colocado sobre la vía, que las autoridades y personas de edad que lo ocupaban,
no se enteraron desde luego de nuestro peligro, sino que creyeron que nos
habíamos parado. Los que iban en la máquina y en el ténder rodaron por la
pendiente movediza del terraplén. ¡Ni ellos mismos saben cómo! Los más
afortunados quedaron en pie, y huyeron de la mole que se les venía encima. Los
hermanos Jee, que iban delante de todos, cayeron mal, o no tuvieron tiempo de
huir, y quedaron debajo de la locomotora, el uno, Alfredo, muerto en el acto,
abrasado por toda la lumbre y por el agua hirviente de la máquina, y cogido por
una rueda en medio del pecho; y el otro, Morlando, preso entre las piernas de
su hermano y una peña, tendido boca abajo, con la cabeza y el pecho fuera de la
máquina, pero recibiendo desde la cintura hasta los pies, y especialmente en la
pierna derecha, el agua hirviendo de la caldera y el calor del hierro y de los
carbones hechos ascuas. Contusos, ligeramente heridos o quemados, estaban otros
muchos; pero ninguno de gravedad. Nuestro dolor al ver muerto al eminente
ingeniero Alfredo Jee, y en tan grave situación a su hermano; nuestro asombro
al encontrarnos vivos; nuestro reconocimiento a Dios que nos había librado; el
terror del pueblo que nos cercaba; los penosos cinco cuartos de hora que se
tardó en sacar a Morlando Jee de debajo de la máquina, son cosas que no
acertaría a describir…”
Pedro Antonio de Alarcón.
Viajes por España.
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