AL FINAL
«Tuve catorce meses la pierna escayolada. Pilar
pasaba sus angustias porque conocía, y me las ocultaba, las que tenía el médico
que me atendía, quien ante el casi nulo progreso de encallamiento de la
fractura, temía que llegase el momento de tener que amputar la pierna.
Afortunadamente, en el último trimestre se formó suficiente callo en las
fracturas, permitiendo quitarme, esta vez para siempre, el largo enyesado, apareciéndome
una pierna como una estaca de igual grosor desde el comienzo al final.
Después
vino el período de rehabilitación, muy largo también, con ejercicios,
corrientes eléctricas, hidroterapia y ensayos con andaderas de ruedas. Las
muletas las deseché enseguida, por peligrosas y producir grandes dolores en el
nervio axilar. Y yo empeñando en que tenía que andar muy erecto; como si nada
hubiera ocurrido. Creo que lo logre finalmente. Pero hube de dejar el trabajo
de representante de ICI de México y acogerme, a los sesenta y ocho años de
edad, al subsidio de vejez que concedía el Seguro Social.
Todo lo
que tenía de bueno el Seguro Social en atenciones médicas para los
derechohabientes que se encontraban en el trance que pasé, lo tenía casi de
nula eficacia en lo que se refería a las pensiones para los jubilados. El costo
de la vida subía constantemente y las pensiones aparecían inamovibles. En
treinta y ocho años, el Seguro Social introdujo dos modificaciones a la tabla
de pensiones a pagar al derechohabiente: una del 34% y otra del 2%. En ese
lapso de tiempo, un pollo que costaba un peso pasó a costar 20, y el alquiler
del departamento, de 70 pesos había subido a 1.400 pesos mensuales.
Pilar
acudió al quite, como dicen en su Madrid de origen, y se dedicó a dar clases de
tejido de punto, tricot y crochet, para lo que parecía estar magníficamente
dotada, con lo que algo ganaba para sumarlo a las escasas reservas de que
disponíamos, cada día más mermadas por la inflación.
En
adelante, deberé contemplar el paso de los días, en la estricta soledad y el
nada hacer de quien, apartado del trabajo creador, ha de dedicarse a contar el
tiempo, el segundo empujando al minuto y el minuto a la hora. Y así hasta la
muerte.»
Juan
García Oliver. El eco de los pasos.