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viernes, 4 de diciembre de 2015

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






AL FINAL


«Tuve catorce meses la pierna escayolada. Pilar pasaba sus angustias porque conocía, y me las ocultaba, las que tenía el médico que me atendía, quien ante el casi nulo progreso de encallamiento de la fractura, temía que llegase el momento de tener que amputar la pierna. Afortunadamente, en el último trimestre se formó suficiente callo en las fracturas, permitiendo quitarme, esta vez para siempre, el largo enyesado, apareciéndome una pierna como una estaca de igual grosor desde el comienzo al final.
Después vino el período de rehabilitación, muy largo también, con ejercicios, corrientes eléctricas, hidroterapia y ensayos con andaderas de ruedas. Las muletas las deseché enseguida, por peligrosas y producir grandes dolores en el nervio axilar. Y yo empeñando en que tenía que andar muy erecto; como si nada hubiera ocurrido. Creo que lo logre finalmente. Pero hube de dejar el trabajo de representante de ICI de México y acogerme, a los sesenta y ocho años de edad, al subsidio de vejez que concedía el Seguro Social.
Todo lo que tenía de bueno el Seguro Social en atenciones médicas para los derechohabientes que se encontraban en el trance que pasé, lo tenía casi de nula eficacia en lo que se refería a las pensiones para los jubilados. El costo de la vida subía constantemente y las pensiones aparecían inamovibles. En treinta y ocho años, el Seguro Social introdujo dos modificaciones a la tabla de pensiones a pagar al derechohabiente: una del 34% y otra del 2%. En ese lapso de tiempo, un pollo que costaba un peso pasó a costar 20, y el alquiler del departamento, de 70 pesos había subido a 1.400 pesos mensuales.
Pilar acudió al quite, como dicen en su Madrid de origen, y se dedicó a dar clases de tejido de punto, tricot y crochet, para lo que parecía estar magníficamente dotada, con lo que algo ganaba para sumarlo a las escasas reservas de que disponíamos, cada día más mermadas por la inflación.
En adelante, deberé contemplar el paso de los días, en la estricta soledad y el nada hacer de quien, apartado del trabajo creador, ha de dedicarse a contar el tiempo, el segundo empujando al minuto y el minuto a la hora. Y así hasta la muerte.»


Juan García Oliver. El eco de los pasos.