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viernes, 13 de octubre de 2017

OBITER DICTUM





En París nunca se puede saber cuándo un día que amanece hermoso seguirá siéndolo. Antes de caer la tarde todo ha adquirido el tono gris del cielo ahora gris. Bajo este tono, el domingo se hace inconfundible, igual a todos los domingos de todas las ciudades del mundo, porque en este día las cosas presentes se parecen tanto a los recuerdos de ellas mismas que se hace difícil saber dónde acaban unos y dónde comienzan los otros. Y así como clavados en un recuerdo, en las orillas del río, al que hemos llegado por el Petit Pont, están los pescadores del Sena como todos los días. Así los ví en la misma actitud de espera hace algunos años, así los había visto en mi niñez, así los veo ahora: pacientes y eternos, como si se reencarnaran constantemente entre nosotros; misteriosos y constantes, esperando pescar, naturalmente, el pez que nunca queda preso en el anzuelo, porque sólo la corriente sacude la caña, a intermitencias. Mientras observaba la actitud de los pescadores del Sena, descubro que Baroja reflexionaba sobre esto mismo porque agrega a mi pensamiento estas palabras: “Será cuestión de ponerles algún pececillo de esos de plata a ver lo que pasa”. Y se ríe con mucha gracia.

José Martínez Ruiz “Azorín”.

Pío Baroja.