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miércoles, 15 de marzo de 2017

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




DAISY


        “Los ex combatientes llegaban constantemente a la puerta a vender cordones de zapatos y pedir ropa usada. Siempre les dábamos una taza de té y algo de dinero. Islip era un alto coveniente entre los asilos de Chipping Norton y Oxford. En una ocasión, un ex combatiente sin empleo (maquinista de profesión), se presentó con sus tres hijos, incluyendo un bebé. La madre había muerto recientemente de parto. Aquella situación nos produjo gran compasión, y Nancy se ofreció a adoptar a la hija mayor, Daisy, que iba a cumplir trece años y era la que preocupaba más a su padre. Nancy se comprometió a enseñarle a la niña los quehaceres domésticos, de manera que pudiera después encontrar un empleo en alguna casa. El ferroviario derramó lágrimas de gratitud, y Daisy, una muchachita grande, fea, fuerte como un caballo y endurecida por los tres años de vagabundeo por los caminos, pareció alegrarse de ser un miembro de la familia. Nancy le hizo nueva ropa, la lavamos, le compramos zapatos, y le dimos una habitación. El ferroviario quería que Daisy continuara sus estudios interrumpidos por el nomadismo de su vida. Pero la profesora puso a Daisy con los niños más pequeños, y las muchachas mayores no hacían más que burlarse de ella. Para desquitarse, ella les tiraba del pelo o las empujaba, y muy pronto detestó la escuela. Después de cierto tiempo comenzó a sentir nostalgia de su vida andariega.
        --Eso sí que era vida –solía decir--. Papa y yo y mi hermano y el bebé. El bebé resultó ser una bendición. Cuando llamaba a las puertas traseras con él siempre conseguía algo. Por supuesto yo era lista, y si trataban de cerrarme la puerta en la cara metía el pie y decía: «éste es mi hermanito huérfano»; entonces miraba qué había en la habitación y pedía algo de lo que había visto. Si veía un carrito de niños viejo lo pedía. Por supuesto que nosotros teníamos uno mejor, pero entonces revendíamos el que me acababan de dar en el pueblo siguiente. Los buenos mendigos siempre piden una cosa precisa, algo que ven que está a mano. No es bueno pedir comida o dinero. Yo lograba muchas cosas para mi papá. Según él yo era mucho mejor mendiga. Marchábamos cantando En el camino y hacia ninguna parte. Y siempre podíamos ir a los asilos cuando el tiempo era malo. El asilo de Chippy Norton era nuestro hogar durante el invierno. Allí veíamos películas una vez por semana. Recorrimos todo el país: Gales, Devonshire, llegábamos hasta Escocia, pero siempre volvíamos a Chippy.
        Nancy y yo nos quedamos aterrorizados un día que un vagabundo se acercó a la puerta y Daisy le cerró la puerta en la cara, gritándole:
        --¡Largo de aquí, inmediatamente, Narizotas, y que no se te vuelva a ocurrir asomar el hocico en casa de gente respetable! Te conozco muy bien, Narizotas Williams –continuó--, tú y tus documentos de ex combatiente que le robaste a un fulano en Salisbury, sé también que en Plymouth te espera cierta acusación por bigamia. Largo de aquí, inmediatamente, si no quieres que llame a la policía.
        Daisy nos contó las verdaderas historias de muchos de los mendigos a quienes habíamos protegido.
        --Ni una sola de estas porquerías es un hombre decente –dijo--; el único es mi padre. La razón por la que la mayoría anden de vagabundos es que la policía tiene algo contra ellos, por eso deben ir de un lado para otro. Por supuesto que a mi papá le desagrada esta vida; comenzó demasiado tarde. Mi mamá era muy respetable. Con ella siempre estuvimos limpios. La mayoría de los vagabundos tiene piojos, y enfermedades horribles; se mantienen alejados del hospicio todo lo que pueden, porque no toleran los baños con desinfectante.
        Daisy vivió con nosotros todo el invierno. Cuando llegó la primavera y los caminos se secaron, su padre la volvió a llamar. Sin ella no podía atender a los más pequeños. No la volvimos a ver, aunque en una ocasión nos escribió desde Chipping Norton pidiéndonos dinero.


Robert Graves. Adiós a todo eso. Muchnik Editores.