DAISY
“Los ex
combatientes llegaban constantemente a la puerta a vender cordones de zapatos y
pedir ropa usada. Siempre les dábamos una taza de té y algo de dinero. Islip
era un alto coveniente entre los asilos de Chipping Norton y Oxford. En una
ocasión, un ex combatiente sin empleo (maquinista de profesión), se presentó
con sus tres hijos, incluyendo un bebé. La madre había muerto recientemente de
parto. Aquella situación nos produjo gran compasión, y Nancy se ofreció a
adoptar a la hija mayor, Daisy, que iba a cumplir trece años y era la que
preocupaba más a su padre. Nancy se comprometió a enseñarle a la niña los quehaceres
domésticos, de manera que pudiera después encontrar un empleo en alguna casa.
El ferroviario derramó lágrimas de gratitud, y Daisy, una muchachita grande,
fea, fuerte como un caballo y endurecida por los tres años de vagabundeo por
los caminos, pareció alegrarse de ser un miembro de la familia. Nancy le hizo
nueva ropa, la lavamos, le compramos zapatos, y le dimos una habitación. El
ferroviario quería que Daisy continuara sus estudios interrumpidos por el
nomadismo de su vida. Pero la profesora puso a Daisy con los niños más
pequeños, y las muchachas mayores no hacían más que burlarse de ella. Para
desquitarse, ella les tiraba del pelo o las empujaba, y muy pronto detestó la
escuela. Después de cierto tiempo comenzó a sentir nostalgia de su vida andariega.
--Eso sí que era
vida –solía decir--. Papa y yo y mi hermano y el bebé. El bebé resultó ser una
bendición. Cuando llamaba a las puertas traseras con él siempre conseguía algo.
Por supuesto yo era lista, y si trataban de cerrarme la puerta en la cara metía
el pie y decía: «éste es mi hermanito huérfano»; entonces miraba qué había en
la habitación y pedía algo de lo que había visto. Si veía un carrito de niños
viejo lo pedía. Por supuesto que nosotros teníamos uno mejor, pero entonces
revendíamos el que me acababan de dar en el pueblo siguiente. Los buenos
mendigos siempre piden una cosa precisa, algo que ven que está a mano. No es
bueno pedir comida o dinero. Yo lograba muchas cosas para mi papá. Según él yo
era mucho mejor mendiga. Marchábamos cantando En el camino y hacia ninguna parte. Y siempre podíamos ir a los
asilos cuando el tiempo era malo. El asilo de Chippy Norton era nuestro hogar
durante el invierno. Allí veíamos películas una vez por semana. Recorrimos todo
el país: Gales, Devonshire, llegábamos hasta Escocia, pero siempre volvíamos a
Chippy.
Nancy y yo nos
quedamos aterrorizados un día que un vagabundo se acercó a la puerta y Daisy le
cerró la puerta en la cara, gritándole:
--¡Largo de aquí,
inmediatamente, Narizotas, y que no se te vuelva a ocurrir asomar el hocico en
casa de gente respetable! Te conozco muy bien, Narizotas Williams –continuó--,
tú y tus documentos de ex combatiente que le robaste a un fulano en Salisbury,
sé también que en Plymouth te espera cierta acusación por bigamia. Largo de
aquí, inmediatamente, si no quieres que llame a la policía.
Daisy nos contó las
verdaderas historias de muchos de los mendigos a quienes habíamos protegido.
--Ni una sola de
estas porquerías es un hombre decente –dijo--; el único es mi padre. La razón
por la que la mayoría anden de vagabundos es que la policía tiene algo contra
ellos, por eso deben ir de un lado para otro. Por supuesto que a mi papá le
desagrada esta vida; comenzó demasiado tarde. Mi mamá era muy respetable. Con
ella siempre estuvimos limpios. La mayoría de los vagabundos tiene piojos, y
enfermedades horribles; se mantienen alejados del hospicio todo lo que pueden,
porque no toleran los baños con desinfectante.
Daisy vivió con
nosotros todo el invierno. Cuando llegó la primavera y los caminos se secaron,
su padre la volvió a llamar. Sin ella no podía atender a los más pequeños. No
la volvimos a ver, aunque en una ocasión nos escribió desde Chipping Norton
pidiéndonos dinero.
Robert Graves. Adiós a todo eso. Muchnik Editores.