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miércoles, 8 de marzo de 2017

ALLÁ EN LAS INDIAS




EN MACHIPARO


       “Complidos doce días de Mayo llegamos a las provincias de Machiparo, que es muy gran señor y de mucha gente y confina con otro señor tan grande, llamado Omaga, y son amigos que se juntan para dar guerra a otros señores que están la tierra dentro, que les vienen cada día a echar de sus casas. Este Machiparo está asentado sobre el mismo río en una loma, y tiene muchas y muy grandes poblaciones que juntan de pelea a cincuenta mil hombres de edad de treinta años hasta setenta, porque los mozos no salen a la guerra ni en cuantas batallas nosotros con ellos tuvimos no les vimos, sino fueron viejos, y éstos muy dispuestos, y tienen bozos y no barbas.
       Antes que llegásemos a este pueblo con dos leguas vimos estar blanqueando los pueblos, y no habíamos andado mucho cuando vimos venir por el río arriba muy gran cantidad de canoas, todas puestas a punto de guerra, lucidas, y con sus paveses, que son de conchas de lagartos y de cueros de manatís y de dantas, tan altos como un hombre, porque todos los cubren. Traían muy gran grita, tocando muchos atambores y trompetas de palo, amenazándonos que nos habían de comer. Luego el Capitán mandó que los dos bergantines se juntasen porque el uno al otro se favoreciese, y que todos tomasen sus armas y mirasen lo que tenían delante y viesen la necesidad que tenían de defender sus personas y pelear por salir a buen puerto, y que todos se encomendasen a Dios, que Él nos ayudaría en aquella necesidad grande en que estábamos; y en este medio tiempo los indios se venían acercando, hechos sus escuadrones, para nos tomar en medio, y así venían tan ordenadamente y con tanta soberbia que parecía que ya nos tenían en las manos. Nuestros compañeros estaban todos con tanto ánimo que les parecía que no bastaba para cada un cuatro indios, y así llegaron los indios hasta que nos comenzaron a ofender. Luego el Capitán mandó que aparejasen los arcabuces y ballestas. Aquí nos aconteció un desmán no pequeño para el tiempo en que estábamos, que fue que los arcabuceros hallaron húmeda la pólvora, a cabsa de los cual no aprovecharon nada, y fue necesario que la falta de los arcabuces supliesen las ballestas; y así comenzaron nuestros ballesteros a hacer algún daño en los enemigos, porque estaban cerca y nosotros temerosos; y visto los indios que tanto daño se les hacía, comenzaron a detenerse, no mostrando punto de cobardía, antes parecía que les crecía el ánimo, y siempre les venía mucha gente de socorro, y todas las veces que les venía nos comenzaban a acometer tan osadamente que parecía que querían tomar a manos los bergantines. Desta manera fuimos peleando fasta llegar al pueblo, donde había muy gran cantidad de gente puesta sobre las barRancas en defensa de sus casas. Aquí tuvimos una batalla peligrosa, porque como había muchos indios por el agua y por la tierra y de todas partes nos daban cruda guerra; y así fue necesario, aunque con riesgo al parecer de todas nuestras personas, acometimos y tomamos el primer puesto a donde los indios no dejaban de saltar a tierra a nuestros compañeros, porque la defendían muy animosamente; y si no fueran por las ballestas que aquí hicieron señalados tiros, por donde pareció ser bien la providencia divina lo de la nuez de la ballesta, no se ganara el puerto; y así, con esta ayuda ya dicha çabordaron los bergantines en tierra y saltaron al agua la mitad de nuestros compañeros y dieron en los indios de tal manera que los hicieron huir…


Gaspar del Carvajal. 
Relación del nuevo descubrimiento del Rio Grande por el capitán Francisco de Orellana.