Y, en efecto; la mayor
parte del tiempo estaba serio y cejijunto; hablaba muy poco hasta con los otros
chicos; los cumplidos me daban fastidio; las caricias me causaban desprecio, y
al tumulto desenfrenado de los compañeros de la edad más bella, prefería la
soledad de los rincones más apartados de nuestra casa, pequeña, pobre y oscura.
Era, en fin, lo que las señoras de sombrero llaman un «niño tímido» y las
mujeres en cabeza «un sapo».
Giovanni Papini.