LA MISERIA EN LONDRES
“El extranjero que recorre las grandes calles de
Londres y no acierta a llegar precisamente a los verdaderos barrios populares,
ve muy poco o nada de la mucha miseria que existe en esta ciudad. Sólo acá o
acullá, a la entrada de algún obscuro callejón, ve inmóvil y silenciosa alguna
desarrapada mujer que, con un niño aplicado al exhausto seno, pide limosna con
los ojos. Acaso cuando estos ojos son todavía hermosos, se les mira más
atentamente y se asusta uno del mundo de dolores que en ellos ha entrevisto.
Los mendigos ordinarios son ancianos, en su mayor
parte negros, que están parados en las esquinas de las calles, y, lo que es muy
útil, dado el lodo de Londres, barren un paso para los que caminan a pie y
piden por su trabajo una moneda de cobre. La pobreza, asociada al vicio y al
crimen, se desliza, allá hacia la noche, de sus cubiles. Evita la luz del día
tanto más tímidamente cuanto que contrasta entonces su miseria más
horriblemente con la arrogancia y la riqueza que se ostenta por todas partes;
sólo el hambre la arroja en medio del día fuera de sus obscuros callejones, y
entonces se detiene muda, con los ojos elocuentes, y extiende una mano suplicante
hacia el rico mercader que cruza apresurado, haciendo resonar el dinero de sus
negocios, o hacia el ocioso lord que, como un dios satisfecho, cabalga sobre su
alzado corcel, y lanza por encima de esta muchedumbre que ve a sus pies, de
cuando en cuando, una altiva o indiferente mirada, como si se tratase de
diminutas hormigas o sólo de un montón de criaturas inferiores, cuyo dolor o
cuya alegría nada tuvieran de común con él; pues la nobleza inglesa, como si
fuera de otra naturaleza superior, se cierne por encima de esta canalla que
está como aferrada al suelo, y considera la pequeña Inglaterra tan sólo como su
apeadero; Italia como su jardín de verano; París como su salón de sociedad, y
todo el mundo, en fin, como propiedad suya. Sin cuidados y sin temores vuela de
aquí para allí, y su oro es un talismán que realiza sus más insensatos deseos.”
Heinrich Heine. Cuadros de viaje III.
Ediciones El Aleph.