PAROLE, PAROLE, PAROLE…
«Si uno asiste a una reunión del Secretariado y da una opinión
contraria a la de Dimitri o Manuilski, le escuchan… Pero al final se aprueba
sin discusión la posición de aquéllos y no la de uno. No hay votación,
solamente un resumen de Dimitrov o Manuilski en el que lo dicho por ellos toma
carácter de ley. Si hay que nombrar una comisión para cualquier cosa, primero
proponen Dimitrov o Manuilski; después puede proponer uno, pero siempre se
aprueba lo que ellos propusieron. Si hay elecciones en la organización del
partido o del sindicato, uno puede proponer a quien quiera, pero previamente le
han entregado una lista de los que se pueden proponer. Si uno discrepa y la
discrepancia no es de fondo, no le hacen caso; si la discrepancia es grave,
pretenden «convencerle»; si uno insiste, le indican que sufre una desviación de
éste u otro tipo, y si después de esto no rectifica, rápidamente viene la
sanción. Uno puede escribir lo que quiera para la radio o revistas soviéticas,
pero después pasa por numerosos controles, que quitan o ponen a su capricho,
sin consultar al autor. Uno puede estar contra la Línea política que se sigue,
pero siempre que esta oposición sea un riguroso secreto. »
Enrique
Castro Delgado.
Mi
fé se perdió en Moscú.
Editorial
Caralt.