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miércoles, 31 de julio de 2013
lunes, 29 de julio de 2013
OTRA BALSA EN EL AQUERONTE
LA MISERIA EN LONDRES
“El extranjero que recorre las grandes calles de
Londres y no acierta a llegar precisamente a los verdaderos barrios populares,
ve muy poco o nada de la mucha miseria que existe en esta ciudad. Sólo acá o
acullá, a la entrada de algún obscuro callejón, ve inmóvil y silenciosa alguna
desarrapada mujer que, con un niño aplicado al exhausto seno, pide limosna con
los ojos. Acaso cuando estos ojos son todavía hermosos, se les mira más
atentamente y se asusta uno del mundo de dolores que en ellos ha entrevisto.
Los mendigos ordinarios son ancianos, en su mayor
parte negros, que están parados en las esquinas de las calles, y, lo que es muy
útil, dado el lodo de Londres, barren un paso para los que caminan a pie y
piden por su trabajo una moneda de cobre. La pobreza, asociada al vicio y al
crimen, se desliza, allá hacia la noche, de sus cubiles. Evita la luz del día
tanto más tímidamente cuanto que contrasta entonces su miseria más
horriblemente con la arrogancia y la riqueza que se ostenta por todas partes;
sólo el hambre la arroja en medio del día fuera de sus obscuros callejones, y
entonces se detiene muda, con los ojos elocuentes, y extiende una mano suplicante
hacia el rico mercader que cruza apresurado, haciendo resonar el dinero de sus
negocios, o hacia el ocioso lord que, como un dios satisfecho, cabalga sobre su
alzado corcel, y lanza por encima de esta muchedumbre que ve a sus pies, de
cuando en cuando, una altiva o indiferente mirada, como si se tratase de
diminutas hormigas o sólo de un montón de criaturas inferiores, cuyo dolor o
cuya alegría nada tuvieran de común con él; pues la nobleza inglesa, como si
fuera de otra naturaleza superior, se cierne por encima de esta canalla que
está como aferrada al suelo, y considera la pequeña Inglaterra tan sólo como su
apeadero; Italia como su jardín de verano; París como su salón de sociedad, y
todo el mundo, en fin, como propiedad suya. Sin cuidados y sin temores vuela de
aquí para allí, y su oro es un talismán que realiza sus más insensatos deseos.”
Heinrich Heine. Cuadros de viaje III.
Ediciones El Aleph.
domingo, 28 de julio de 2013
sábado, 27 de julio de 2013
Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA
EXAMINATION AT THE WOMB-DOOR
Who owns these scrawny little feet? Death.
Who owns this bristly scorched-looking face? Death.
Who owns these still-working lungs? Death.
Who owns this utility coat of muscles? Death.
Who owns owns these unspeakable guts? Death.
Who owns these questionable brains? Death.
All this messy blood? Death.
These minimum-efficiency eyes? Death.
This wicked little tongue? Death.
This occasional wakefulness? Death.
Given,
stolen, oh held pending trial? Held.
Who
owns the whole rainy, stony earth? Death.
Who owns all of space? Death.
Who is
stronger than hope? Death.
Who is stronger than the will? Death.
Stronger than love? Death.
Stronger than life? Death.
But
who is stronger than death?
Me, evidently.
Pass, Crow.
Ted Hughes.
jueves, 25 de julio de 2013
martes, 23 de julio de 2013
Y EL OBOLO BAJO LA LENGUA
SWEETIE,WHY DO SNAILS COME CREEPING OUT?
Siempre llegamos pronto, o tarde, o nunca
a trenes que han salido o que no existen,
los cogemos en marcha
hacia cualquier lugar sin estación ni nombre.
Dónde estaría yo, Caperucita,
cuando lanzabas torre abajo
la escalera de amor de tus dos trenzas.
Te desnudo, y el tiempo luminoso
que te envuelve se agolpa y cae en mí
con ácido rumor de aristas negras
al llegarte a quitar los calcetines
pequeños, de ir a clase de gimnasia,
de salir de excursión con un vestido blanco;
me duele la sorpresa
si aprendo en tus lecciones algún brillante truco,
un magistral alarde de gramática parda.
Cuatro cosas aún puedo descubrirte,
y dejarte grabados en la piel
esos dulces recuerdos que una mujer no olvida:
qué es el sabor a roble y el posgusto,
qué lleva la langosta Thermidor,
por qué nos arrastramos al acabar la lluvia,
para tomar el sol, los caracoles.
Guillermo
Carnero
lunes, 22 de julio de 2013
domingo, 21 de julio de 2013
OTRA BALSA EN EL AQUERONTE
DALANTABAD
“Hacia el atardecer pasamos cerca de un espectro de
ciudad, la antiguamente célebre Dalantabad, en la que murió expatriado, hace
trescientos años, el último de los sultanes de Golconda y que, desde lejos,
recuerda a la torre de Babel, según la representan las viejas estampas. Una
ciudad-montaña, un templo-fortaleza, un roquedo que los hombres de antaño
habían recortado, amurallado, casi regularizado, desde el vértice hasta la
base, y que asombra más aún que las pirámides de Egipto en medio de sus arenas.
Centenares de tumbas desmoronadas en sus cercanías; no se sabe cuántas murallas
almenadas, erizadas de puntas, rodeándose las unas a las otras, en torno al
peñón gigantesco. Hemos entrado franqueando dobles puertas formidables,
provistas, como las de Golconda, de puntas de hierro. Pero, dentro, nadie;
silencio, ruinas, árboles secos, esqueletos de bananos con sus haces de raíces
pendientes de los alto de las ramas, como largas cabelleras. Y hemos salido por
otras puertas dobles, tan inútiles como las primeras, y de aspecto no menos
feroz.
Por el Este, se extienden hasta el horizonte llanuras
rocosas, y es preciso subir hasta ellas por vericuetos, echando pie a tierra,
caminado tras la carretera perezosa. Era la hora del crepúsculo vespertino; la
hora del inalterable esplendor rojo en este país que va a morir falto de nubes.
Dalantabad, la feroz ciudad-montaña, con sus torres, con su montón de murallas
y de templos, parecía ascender al mismo tiempo que nosotros, perfilándose en pleno
cielo, en un deslumbramiento de apoteosis, en tanto que se extendía siempre más
la muda inmensidad de las llanuras, rojizas, como incendiadas, en las que nada
indicaba ya la vida.
Otro grupo de ruinas nos esperaba aún sobre la
meseta, Rozas, ciudad muy musulmana ciudad de mezquitas abandonadas, de
esbeltos alminares fusiformes. Multitud de cúpulas funerarias llenan las
proximidades de sus grandes fortificaciones, que aparecen ante nosotros en el
crepúsculo. A lo largo de sus muertas calles, en las que era ya casi de noche,
algunos personajes con turbantes yacían sentados sobre las piedras: últimos
habitantes obstinados, ancianos retenidos entre sus muros por la santidad de
las mezquitas.
Después, durante cerca de una hora, nada más que la
monotonía de las rocas y la obscura extensión en el gran silencio de la tarde….
Y, de pronto, una cosa, tan sorprendente y tan
imposible que llega casi a infundir pavor en el primer momento, antes de
haberlo comprendido. ¡El mar!... ¡El mar, ante nosotros, sabiendo como sabemos
que estamos en Nizam, en la parte central de la India ! Una cortadura, a pico,
en el suelo de las mesetas, y el inquieto infinito aparece, extendido por todas
partes. Lo dominamos desde lo alto de una inmensa escarpadura, al borde de la
cual pasa nuestro camino: y, al mismo tiempo, nos llega desde abajo una fuerte
brisa, una brisa menos cálida, como una brisa del mar…
Pero todo ello no eran más que llanuras, llanuras
abrasadas, pulverizadas, sobre las cuales paseaba el viento ondas de polvo y de
arena, formando como olas y brumas.”
Pierre Loti. La India.
Editorial Cervantes.
sábado, 20 de julio de 2013
Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA
SERENATA
Árbol de sol colgando en la noche,
tu pelo caía,
escala de oro
por la ventana abierta.
La luna helaba, fría,
con su gumía
el cielo plafonado.
Nieve azul en la estrella
mayor, ojo de oro
sobre el negro absoluto.
La escala caía
de la ventana honda.
Decoración de noche,
de campanario y de estrellas.
Y la canción decía:
Sobre tus ojos se ha caído mi alma;
en el fondo, en el fondo
la veo, guija perdida en la laguna.
¿Qué vas a hacer de mí, que vivo loco,
vacío de mí mismo?
Bosque de oro
que cuelgas en la noche,
luna aturdida en árboles de otoño,
mía sin serlo, sol de la noche.
Mi alma se cayó
en el fondo sombrío
de tus ojos de espejo.
Déjame que suba,
déjame que suba
por la rampa de oro
de tu pelo.
En el jardín, la risa de una estrella.
Rogelio Buendía.
jueves, 18 de julio de 2013
martes, 16 de julio de 2013
OTRA BALSA EN EL AQUERONTE
PAROLE, PAROLE, PAROLE…
«Si uno asiste a una reunión del Secretariado y da una opinión
contraria a la de Dimitri o Manuilski, le escuchan… Pero al final se aprueba
sin discusión la posición de aquéllos y no la de uno. No hay votación,
solamente un resumen de Dimitrov o Manuilski en el que lo dicho por ellos toma
carácter de ley. Si hay que nombrar una comisión para cualquier cosa, primero
proponen Dimitrov o Manuilski; después puede proponer uno, pero siempre se
aprueba lo que ellos propusieron. Si hay elecciones en la organización del
partido o del sindicato, uno puede proponer a quien quiera, pero previamente le
han entregado una lista de los que se pueden proponer. Si uno discrepa y la
discrepancia no es de fondo, no le hacen caso; si la discrepancia es grave,
pretenden «convencerle»; si uno insiste, le indican que sufre una desviación de
éste u otro tipo, y si después de esto no rectifica, rápidamente viene la
sanción. Uno puede escribir lo que quiera para la radio o revistas soviéticas,
pero después pasa por numerosos controles, que quitan o ponen a su capricho,
sin consultar al autor. Uno puede estar contra la Línea política que se sigue,
pero siempre que esta oposición sea un riguroso secreto. »
Enrique
Castro Delgado.
Mi
fé se perdió en Moscú.
Editorial
Caralt.
domingo, 14 de julio de 2013
OBITER DICTUM
12 de
noviembre de 1912.
79° 50’ de latitud sur.
Esta cruz y este túmulo se levantan
sobre los cadáveres del capitán de navío Scott, comandante de la
Orden Real de Victoria; el doctor Wilson,
licenciado en medicina y filosofía y letras por la Universidad de
Cambridge, y el teniente H. R. Bowers, de la Real Infantería de Marina de la
India. Se trata de un modesto monumento
para conmemorar su valeroso intento de alcanzar el polo, lo que lograron el 17
de enero de 1912 después de que llegara la expedición noruega. Un tiempo
inclemente y la falta de combustible fueron la causa de sus muertes.
Este monumento perpetúa también la
memoria de sus dos valerosos compañeros: el capitán L.E.G. Oates, de los
Dragones de Inniskilling, a quien le sobrevino la muerte cuando echó a andar en
medio de una ventisca para salvar a sus compañeros, a unas 18 millas al sur de donde
se encontraban, y el marinero Edgar Evans, quien murió al pie del glaciar
Beardmore.
Lo que el Señor nos da, el Señor nos lo
quita. Bendito sea el Señor.
Expedición de socorro.
Apsley Cherry-Garrard
sábado, 13 de julio de 2013
viernes, 12 de julio de 2013
OTRA BALSA EN EL AQUERONTE
EL LORO
Un viejo armador danés recordaba los días de su
juventud y cómo una vez, cuando tenía dieciséis años, se pasó una noche en un
burdel de Singapur. Había ido con los marineros del barco de su padre y se sentó
a charlar con una anciana china. Cuando ella oyó decir que era natural de un país
muy lejano trajo un viejo loro que le pertenecía. Contó que hacía mucho, mucho
tiempo, se lo había regalado un noble inglés que había sido su amante en su
juventud. El muchacho pensó que el loro podía tener hasta cien años. Podía
decir frases en todos los idiomas del mundo, aprendidas en la atmósfera
cosmopolita de la casa. Pero el amante de la mujer china le había enseñado una
frase antes de regalárselo, que ella no entendía, ni ningún visitante le había
podido decir qué significaba. Así que llevaba muchos años preguntándolo. Pero
como el muchacho era de tan lejos quizá fuera en su idioma y pudiera traducirle
la frase.
El muchacho
quedó profunda, extrañamente conmovido por la sugerencia. Cuando miró al loro y pensó que podía oír danés
de aquel terrible pico estuvo a punto de marcharse corriendo de la casa. Sólo
se quedó por ayudar a la anciana china. Pero cuando ella hizo que el loro
dijera su frase, resultó ser en griego clásico. El pájaro dijo sus palabras muy
lentamente, y el muchacho sabía lo suficiente de griego como para reconocerlas;
eran unos versos de Safo:
La
luna y la Pléyades
se han puesto,
y medianoche
es pasada,
y las
horas huyen, huyen,
y yo
estoy echada, sola.
La anciana, cuando él le tradujo los versos, chasqueó
los labios e hizo girar sus ojos rasgados. Le pidió que se los dijera otra vez
y movió la cabeza.
Isak
Dinesen. Lejos de África. Ediciones Alfaguara.
jueves, 11 de julio de 2013
Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA
AL FINAL DE LA TARDE...
Al final de la
tarde
las últimas
estelas se detienen
en la pared de
cal,
accidentes,
cenizas.
En los ojos
entonces los paisajes
suenan como
lacados
y hasta
parecen lágrimas,
tan suavemente
llegan.
Hablo de mí
porque temo a la muerte
desnuda de las
cosas
y que la
muerte venga a esta azotea
a quedarse en
la calma y el silencioso valle.
Como en su
vaso el té moruno y verde
o el viejo
libro que abierto está a su lado
han conseguido
ser dueños de su quietud,
y en su
quietud
igualarse a
los astros que van en vastas órbitas,
como ese viejo
libro y ese vaso de té,
recuerda este
lugar y este momento.
Un día llegará
en que te preguntes
¿de ti, de
mí, qué fue de todo aquello?,
y de los ojos
ya no vendrán
palabras.
Andrés
Trapiello.
miércoles, 10 de julio de 2013
OTRA BALSA EN EL AQUERONTE
LOS PROLETARIOS DE LEVITA
Yo soy lo que se llama un proletario de levita. No
es que yo tenga una levita. No es que yo sea un proletario. Ni los hombres que
tienen levita son, en rigor, proletarios, ni los verdaderos proletarios tienen
levita. Yo no tengo una levita ni soy un proletario, y, sin embargo, cuando veo
que en un periódico conservador se habla de los proletarios de levita, no puedo
dejar de darme por aludido. Indudablemente, la frase “proletario de levita”
representa un concepto teórico, y aunque para los usos prácticos de la vida yo
no tenga levita ninguna, teóricamente sí la tengo. Yo tengo, como quien dice,
una levita teórica. Es una levita que no se puede empeñar; pero, en teoría,
esto carece de importancia.
En realidad, el proletario de levita viste casi
siempre de americana. A veces, tiene un smoking para conquistar, en los hoteles
de moda, ricas herederas o políticos influyentes. A veces, tiene un frac, y en
algunos casos excepcionales, puede presentar hasta un chaquet; pero, desde luego,
no tiene nunca levita. Y es verdaderamente absurdo esto de pertenecer a una
clase que se caracteriza tan sólo por el uso de una prenda que no usa jamás. Es
absurdo y es grotesco el ser un proletario de levita…
Hace varios años, el dueño de un periódico donde yo
solía colaborar desde París, me envió una carta diciéndome: “El periódico
marcha muy bien. Tenemos un gran prestigio. Nuestras opiniones son acogidas con
respeto en las altas esferas. Hemos conquistado al público de levita; pero esto
no basta. Ahora hay que conquistar la blusa, y yo cuento con usted…” Aquel
hombre no me daba arriba de dos o tres duros por artículo, y yo le contesté sin
gran entusiasmo: “El termómetro—le decía—marca quince grados bajo cero. El Sena
comienza a helarse, y en vez de la blusa, yo quisiera conquistar un buen gabán
de abrigo.” Mi ideal consistía entonces en ser un proletario de gabán, y creo
que lo realicé ya algo entrado el verano…
Pero volvamos a los proletarios de levita. “Todo el
mundo piensa en los obreros—escribe un periódico conservador--. Todo el mundo
se ocupa de los proletarios de blusa. De los proletarios de levita, en cambio,
no se acuerda nadie…” Yo no creo que nadie se ocupe de los proletarios de blusa
más que ellos mismos. En cuanto a los proletarios de levita, ¿Cómo van a
fijarse los gobiernos en el proletario de levita si el proletario de levita
viste de americana?
Y propongo que nos enlevitemos todos y que
constituyamos un gran sindicato con sus diferentes secciones. Luego, un día
haríamos, por ejemplo, la huelga de la literatura, y desde la hora convenida no
saldría a la calle ni un solo adjetivo. ¡Qué conflicto para el régimen!... Pero
ya verán ustedes cómo no hacemos nada. Los proletarios de levita no tenemos
instinto de conservación, además de no tener levita.
Julio Camba. La rana viajera. Espasa-Calpe.
lunes, 8 de julio de 2013
domingo, 7 de julio de 2013
Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA
ΦΩΝΈΣ
Ιδανικές φωνές κι αγαπημένες
εκείνων που πεθάναν, ή εκείνων που είναι
για μας χαμένοι σαν τους πεθαμένους.
Κάποτε μες στα όνειρά μας ομιλούνε·
κάποτε μες στην σκέψι τες ακούει το μυαλό.
Και με τον ήχο των για μια στιγμή επιστρέφουν
ήχοι από την πρώτη ποίησι της ζωής μας —
σα μουσική, την νύχτα, μακρυνή, που σβύνει.
Konstantino Kavafis.
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