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viernes, 3 de noviembre de 2017

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






Hablo contigo,
te hablo de una casa que he visto por la calle,
descascarillada bajo la lluvia,
o de cómo a veces
me quedo sentada mirando sin ver
o de qué extraños los pájaros.
Te hablo, anciana, o hablo para mí,
imagino tu cuerpo
que se va aquietando poco a poco
mientras coloco en una jarra
unas ramas de almendro;
las cogí hace tres años, pero no se han podrido
ni han caído las flores.
No significa nada,
tampoco la casa bajo la lluvia
significa nada, ni el lento
deterioro, pero todo es extraño
como pájaros.
Recuerdo personajes
de Ozu: el padre, la madre,
son ancianos también, es su vacío
antes de morir;
mi vacío es este tiempo que se extiende
reflejada en los otros,
su envejecer, su fealdad es la mía.
Te hablo,
pero sólo puedo hablarme,
he sentido por ti el rencor que sentimos
hacia los que hemos amado;
ahora estoy tranquila,
miro al vacío,
te oigo dentro de mí.
O de pronto paseo
cerca de un puente, es finales
de octubre, siento
una alegría difícil de explicar.
La alegría es misteriosa,
externa como un chaparrón,
la tristeza, en cambio, forma parte del ser,
casi constante, solapada en todo caso,
razonable siempre.


Olvido García Valdés

miércoles, 1 de noviembre de 2017

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



MARLENE


         “Allí vi por primera vez a Fraülein Dietrich, si se la puede llamar así, pues vestía como si quisiera esconder su cuerpo. Lo que ella tenía que hacer no era fácil de mostrar. No recuerdo cómo era el diálogo; sólo que por fin tenía delante de mí el rostro que buscaba y un cuerpo que se correspondía con él. Había otra cosa que yo no había previsto, algo que me decía que mi búsqueda había finalizado. Se recostaba en el umbral de una puerta para observar la bufonada con aire distante, frente al bullicio del resto de actores, a quienes se había aconsejado que me hiciesen notar la relevancia de la escena alemana. Ella también sabía que me encontraba en la sala, pero mi presencia no la afectó, no le importaba y, por tanto, no trató de disimular su indiferencia.
         Manifestaba una gran serenidad (aunque resultó no ser natural, pues si no se la contenía, era incontrolable) que me aseguraba haber encontrado la andadura clásica en la tormenta que la actriz de mi película tendría que crear. Tenía delante algo más que un modelo trazado por Rops. Creo que si la hubiera visto Touluse-Lautrec, la habría aplaudido. Su aspecto era genial, lo que hiciera con él era otra cosa; pero ya me encargaría de eso.
         No es comparable con ninguna otra tarea creadora la de realizar un película. En ella actúan demasiados componentes que, si no se colocan adecuadamente, pueden llevar al fracaso el proyecto. Mi intuición, no siempre alerta, me había permitido aguantar hasta encontrar el elemento más importante de mi película, cuyo rodaje estaba a punto de empezar. La película había sido poco más que un ensayo que reflejaba el totalitarismo ejercido por un maestro de escuela, de no haber contado con la fuerza de una figura femenina fresca y estimulante. Al día siguiente, pregunté a mis socios las razones por las que no habían propuesto a Marlene para el papel. La respuesta fue un rumor de voces que me informaban de que esa actriz no era actriz. No iba a entrar a rebatir las ilegítimas definiciones que dieron de la actuación y sólo les dije que para ser actriz había que debutar alguna vez. Me contestaron en coro que, en este caso, había debutado más de una vez. Jannings me propuso emplear el tiempo que perdería en analizar el problema en acompañarle a desayunar por segunda vez, pues el hecho de preocuparnos por otros actores de una película, de la que era protagonista, le producía apetito siempre. Eran las nueve y cuarto de la mañana cuando le permití salir a la calle a comer todas las salchichas que encontrar en Berlín, cargando todo a mi cuenta. Se marchó de buen humor y pude permanecer en mi despacho, dando instrucciones para que me trajesen lo antes posible a la actriz.
         La señorita Dietrich vino a mi despacho esa misma tarde y no hizo el menor intento para despertar mi interés. Se sentó en el borde de un sofá, frente a mi mesa, con la mirada baja: la indiferencia hecha mujer. Iba vestida con un traje sastre de invierno de color verde oscuro y complementada con un sombrero, guantes y varias pieles. Parecía haber venido a visitarme para tomarse un merecido descanso. Ante mí tenía un estupendo modelo de feminidad, esencial para mi película, pero ella intentaba pasar inadvertida. Para despertarla de su letargo, le pregunté por qué resultaba dudosa su reputación como actriz. Miro un instante sus manos, enfundadas en los guantes, y las escondió con rapidez tras su espalda como si las hubiera enseñado demasiado. No resultaría fácil transformar en tigresa a aquella mujer envuelta en pieles.”


Josef von Sternberg. Memorias. Ediciones JC CLEMENTINE.

domingo, 29 de octubre de 2017

OBITER DICTUM





“Lo que vuelve tan tristes las grandes ciudades es que cada hombre quiere ser feliz, pero las oportunidades disminuyen a medida que el deseo crece. La búsqueda de la felicidad indica la distancia del paraíso, el grado de la caída humana. ¿Por qué asombrarnos entonces de que París sea el punto más alejado del Paraíso?”


E. M. Cioran.

miércoles, 25 de octubre de 2017

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






                      EVA


Entre todas las doncellas que pastan
en los patios del Sofista ninguna más hermosa
que Eva,

Eva, la del cuello especialmente creado
para ramonear hierba en otros planetas.

Eva,
ahora sólo eres un agujero donde el zorro
esconde sus tesoros epilépticos.

Eva,
por tu anillo
pasaban tiritando, el falo erecto, los planetas
iracundos.

Eva y yo a picotazos disputábamos
los gusanillos de los años.
Ustedes son jóvenes,
ustedes nunca sabrán cómo era este
poblado en el tiempo en que la ciudad vivía
colgada del rabo de los purísimos mandriles.

La corniveleta muchacha llegaba. Hervía la ciudad.
En los billares pastan las calumnias,
en los circos cacarea la arena.

Me saltan las lágrimas cuando el Dandy
me conduce a los balnearios donde Eva los
obeliscos de nuestra pasión empollaba.

Por las playas buscábamos delirios, quizá estrellas,
megaterios.

Decenios recorrimos las arenas
hasta reconocer tus ojos en una malagua.

Eva: tu belleza ofendió a las matronas.

El Inquisidor mandó desnudarte: en tus senos
los alguaciles descubrieron huellas de los mordiscos
del Giboso.

El gentío aulló: esa misma tarde te condujeron
a la hoguera.

Desde entonces ardes
y a veces en las noches me despiertan
los chillidos de tu calavera azul.


Manuel Scorza

sábado, 21 de octubre de 2017

ALLÁ EN LAS INDIAS






LO QUE SIENTEN DEL ÁNIMA


       “Bien pensaban estos mexicanos que las ánimas eran inmortales, y que penaban o gozaban según vivieron, y toda su religión a esto se encaminaba; pero donde más claramente lo mostraban, era en los mortuorios. Tenían que había nueve lugares en la tierra donde iban a morar los difuntos: uno junto al Sol, y que los hombres buenos, los muertos en batalla y sacrificados iban a la casa del Sol, y que los malos se quedaban acá en la tierra; y repartíanse deesta manera: los niños y mal paridos iban a un lugar, los que morían de vejez o enfermedad iban a otro, los que morían súbita y arrebatadamente iban a otro, los muertos de heridas y mal pegajoso iban a otro, los ahogados a otro; los justiciados por delitos, como eran hurto y adulterio, a otro; los que mataban a sus padres, hijos y mujeres, tenían casa por sí. También estaban por su cabo los que mataban al señor y a sacerdote alguno.
       La gente menuda comúnmente se enterraba. Los señores y ricos hombres se quemaban, y quemados, los sepultaban. En las mortajas había gran diferencia, y más vestidos iban muertos que anduvieron vivos. Amortajaban las mujeres de otra manera que a los hombres, ni que a los niños. Al que moría por adúltero vestían como al dios de la lujuria, dicho Tlazolteutl; al ahogado, como a Tlaloc, dios del agua; al borracho, como a Ometochtli, dios del vino; al soldado, como a Uitcilopuchtli; y finalmente, a cada oficial daban el traje del ídolo de aquel oficio."


Francisco López de Gomara. 
Historia de la conquista de México.

viernes, 20 de octubre de 2017

OBITER DICTUM





En efecto, usar liberalmente coca era un privilegio de la oligarquía, concediéndose como gracioso favor a soldados, campesinos y mensajeros. Mascar sin autorización constituía un crimen de lesa majestad. Se daba así el caso de que una parte considerable de la corvea o tributo de trabajo se centraba en producir los llamados panes de coca –consumidos en la Corte en enormes cantidades--, mientras al mismo tiempo el control de su consumo por el pueblo bajo consolidaba un sistema de prohibición, que hacia esas fechas ningún país (salvo China por lo que respecta a los aguardientes) había practicado con droga alguna. De ahí que los Incas representaran un vigoroso estímulo al cultivo de la planta y, al mismo tiempo, una de las primeras incursiones históricas del derecho penal en semejante materia.

Antonio Escohotado

martes, 17 de octubre de 2017

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE





BAILES POMPEYANOS


Cuando terminamos de desayunar, las formalidades burocráticas de los pasaportes y la cuarentena estaban listas y podíamos ir a tierra cuando lo deseáramos. Varias damas inglesas desembarcaron juntas, con libros de oraciones en las manos, en busca de la iglesia protestante. Más tarde se quejaron del cochero, que las engañó de la manera más indignante al seguir un camino indirecto y cobrarles ochenta y cinco liras. También les propuso que en vez de ir a maitines visitaran unos bailes pompeyanos. También a mí me vinieron con una proposición similar. En cuanto desembarqué, un hombrecillo con sombrero de paja se me acercó corriendo y me saludó con una cordialidad evidente. Tenía la cara morena, de expresión muy alegre, y su sonrisa era encantadora.
--¡Hola, sí, usted, señor!—exclamó--. ¿Quiere una guapa mujer?
Le dije que no, que era demasiado temprano para eso.
         --Ah, pues entonces quiere ver danzas pompeyanas. Casa de cristal. Todas chicas desnudas. Muy artístico, muy elegante, muy francés.
También me negué, y él siguió proponiéndome otras diversiones en absoluto adecuadas para una mañana de domingo. Así fuimos caminando a lo largo del muelle, hasta la hilera de coches en la entrada del puerto. Allí subí a un pequeño carruaje. El alcahuete trató de subir, pero fue bruscamente rechazado por el cochero. Le dije a éste que me llevara a la catedral, pero él me llevo a una casa de perversa naturaleza.
         --Ahí dentro—me dijo el cochero--. Danzas pompeyanas.
         --No—repliqué--. Quiero ir a la catedral.
El cochero se encogió de hombros. Cuando llegamos a la catedral la tarifa era de ocho liras, pero el suplemento ascendía a treinta y cinco. Yo carecía de adiestramiento como viajero y, tras un altercado durante el que intenté absurdamente razonar mi postura, le pagué y entré en la catedral. Estaba llena de fieles. Uno de ellos interrumpió sus oraciones y se me acercó.
         --Después de la misa. ¿Quiere ir a ver danzas pompeyanas?
Sacudí la cabeza con la frialdad de un protestante.
         --¿Chicas bonitas?
Mire hacia otro lado. Él se encogió de hombros, se santiguó y asumió de nuevo su actitud devota…
Aquella noche, cuando cenábamos en la mesa del capitán, la señora que se sentaba a mi lado me dijo:
         --Ah, señor Waugh, el conserje del museo me ha hablado de unas antiguas danzas pompeyanas muy interesantes que, según parece, todavía se bailan. No entendí del todo lo que me decía, pero me dio la impresión de que valía la pena. Tal vez usted querría…
         --No sabe cuánto lo siento—repliqué--, pero le he prometido al doctor que jugaríamos al bridge.


Evelyn Waugh. 
Etiquetas
Ediciones Península. 

lunes, 16 de octubre de 2017

OBITER DICTUM






Tuve por mucho tiempo en mi cuarto de estudio dos cartones, un retrato de Spencer y otro de Homero, hecho por mí, a cuyo pie había copiado aquellos versos de su Odisea que dicen que los «dioses traman y cumplen la destrucción de los hombres, para que los venideros tengán qué cantar». Quintaesencia del vano espíritu pagano, del estéril esteticismo, que mata toda sustancia espiritual y toda belleza.


                                                           Miguel de Unamuno.

viernes, 13 de octubre de 2017

OBITER DICTUM





En París nunca se puede saber cuándo un día que amanece hermoso seguirá siéndolo. Antes de caer la tarde todo ha adquirido el tono gris del cielo ahora gris. Bajo este tono, el domingo se hace inconfundible, igual a todos los domingos de todas las ciudades del mundo, porque en este día las cosas presentes se parecen tanto a los recuerdos de ellas mismas que se hace difícil saber dónde acaban unos y dónde comienzan los otros. Y así como clavados en un recuerdo, en las orillas del río, al que hemos llegado por el Petit Pont, están los pescadores del Sena como todos los días. Así los ví en la misma actitud de espera hace algunos años, así los había visto en mi niñez, así los veo ahora: pacientes y eternos, como si se reencarnaran constantemente entre nosotros; misteriosos y constantes, esperando pescar, naturalmente, el pez que nunca queda preso en el anzuelo, porque sólo la corriente sacude la caña, a intermitencias. Mientras observaba la actitud de los pescadores del Sena, descubro que Baroja reflexionaba sobre esto mismo porque agrega a mi pensamiento estas palabras: “Será cuestión de ponerles algún pececillo de esos de plata a ver lo que pasa”. Y se ríe con mucha gracia.

José Martínez Ruiz “Azorín”.

Pío Baroja.

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA







Que lo oigan todos. Todos.
Los que trafican con el silencio
y los que trafican con las insignias.
Chamarileros de la Plaza de Castelar,
chamarileros de la Puerta del Sol,
chamarileros de las Ramblas de Barcelona,
destrozad,
quemad vuestra mercancía.
Ya no hay insignias domésticas,
ya no hay insignias de latón.
Ni para los gorros,
ni para las zamarras.
Ya no hay cédulas de identificación,
ya no hay más cartas legalizadas
ni por los Comités
ni por los Sindicatos.
¡Que les quiten a todos los carnets!

Ya no hay más emblema,
ya no hay más que una estrella,
una sola, SOLA Y ROJA, sí,
pero de sangre y en la frente,
que todo español revolucionario ha de hacérsela
hoy mismo,
ahora mismo
y con sus propias manos.
Preparad los cuchillos,
aguzad las navajas,
calentad al rojo vivo los hierros.
Id a la fragua.
Que os pongan en la frente el sello de la justicia.
Madres,
madres revolucionarias,
estampad este grito indeleble de justicia
en la frente de vuestros hijos,
allí donde habéis puesto siempre vuestros besos más limpios.
(...)


León Felipe

miércoles, 11 de octubre de 2017

OBITER DICTUM






“En Barcelona, cae una lluvia tibia. La ciudad ha cambiado por completo. Han desaparecido las consignas, las banderas, las procesiones por las calles. Han aparecido taxis, pintados con los colores rojinegros de los anarquistas. Barcelona ha adquirido un aspecto serio, burgués. Pero algo bulle en su seno. En una enorme sala, ante millares de ávidos oyentes, el viejo y medio ciego poeta León Felipe, filósofo místico, lanza un apasionado llamamiento:
       —¡Necesitamos una dictadura! ¡Sí! ¡Dictadura de todos! ¡Dictadura para todos! ¡La dictadura de las estrellas! ¡La dictadura del ensueño!
       A muchos les brillan los ojos. Nadie sabe qué es eso de la dictadura de las estrellas. Probablemente algo bueno. A pocos interesan las noticias del frente. Barcelona vive entre el cielo y la tierra, entre el infierno y el paraíso. Dictadura del ensueño…”


Mijail Koltsov

sábado, 7 de octubre de 2017

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






                             RETRATO DE BELMONTE


       “Si yo hubiera visto el retrato, que debió ser carátula a este libro, hecho a Belmonte por Romero de Torres, no habría tenido necesidad de tratarlo tan familiarmente para darme cuenta y razón cabal del espíritu de Belmonte. Aquella serenidad heroica en las líneas y en el espíritu: aquella honda, desoladora y trágica mirada llena de un profundo desconsuelo; aquel gesto resignado ante el Destino; aquel dolor que bien se ve que no es el dolor por las frágiles heridas humanas; aquel hombre en quien se ve que conoce la vida, la gloria, la fortuna, el amor y la muerte y que sin embargo está demandando a la Sombra una pavorosa respuesta que él presiente y espera, fuerte, seguro y resignado; aquella desnudez que apenas cubre la capa embrocada y áurea; aquel conjunto en el cual está casi sonriendo este Prometeo, mientras que por dentro los buitres le roen las entrañas; aquellos ojos nublados ya por un llanto sin lágrimas que va a estallar inminente; aquella contracción de los labios que es como un sollozo muerto al nacer; aquel rostro produce la misma angustia de pesadilla que produciría ver acabarse la mecha del polvorín que nos va a hacer volar; produce aquel efecto de lo trágico inmediato; de lo que va a producirse ya; da la sensación de angustia indescriptible que tenemos en el instante en que va a producirse una cosa siniestra, aquel breve y eterno segundo que precede al estallido de una tragedia, que es como el último movimiento en los labios que van a darnos una mala noticia; eso que yo no puedo explicar y que sólo podría sugerir diciendo que Belmonte, en ese lienzo, produce el efecto mismo que el instante supremo de la pesadilla cuando vamos a despertar.”


Abraham Valdelomar. 
Belmonte. Ensayo de una estética futura.