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miércoles, 1 de noviembre de 2017

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



MARLENE


         “Allí vi por primera vez a Fraülein Dietrich, si se la puede llamar así, pues vestía como si quisiera esconder su cuerpo. Lo que ella tenía que hacer no era fácil de mostrar. No recuerdo cómo era el diálogo; sólo que por fin tenía delante de mí el rostro que buscaba y un cuerpo que se correspondía con él. Había otra cosa que yo no había previsto, algo que me decía que mi búsqueda había finalizado. Se recostaba en el umbral de una puerta para observar la bufonada con aire distante, frente al bullicio del resto de actores, a quienes se había aconsejado que me hiciesen notar la relevancia de la escena alemana. Ella también sabía que me encontraba en la sala, pero mi presencia no la afectó, no le importaba y, por tanto, no trató de disimular su indiferencia.
         Manifestaba una gran serenidad (aunque resultó no ser natural, pues si no se la contenía, era incontrolable) que me aseguraba haber encontrado la andadura clásica en la tormenta que la actriz de mi película tendría que crear. Tenía delante algo más que un modelo trazado por Rops. Creo que si la hubiera visto Touluse-Lautrec, la habría aplaudido. Su aspecto era genial, lo que hiciera con él era otra cosa; pero ya me encargaría de eso.
         No es comparable con ninguna otra tarea creadora la de realizar un película. En ella actúan demasiados componentes que, si no se colocan adecuadamente, pueden llevar al fracaso el proyecto. Mi intuición, no siempre alerta, me había permitido aguantar hasta encontrar el elemento más importante de mi película, cuyo rodaje estaba a punto de empezar. La película había sido poco más que un ensayo que reflejaba el totalitarismo ejercido por un maestro de escuela, de no haber contado con la fuerza de una figura femenina fresca y estimulante. Al día siguiente, pregunté a mis socios las razones por las que no habían propuesto a Marlene para el papel. La respuesta fue un rumor de voces que me informaban de que esa actriz no era actriz. No iba a entrar a rebatir las ilegítimas definiciones que dieron de la actuación y sólo les dije que para ser actriz había que debutar alguna vez. Me contestaron en coro que, en este caso, había debutado más de una vez. Jannings me propuso emplear el tiempo que perdería en analizar el problema en acompañarle a desayunar por segunda vez, pues el hecho de preocuparnos por otros actores de una película, de la que era protagonista, le producía apetito siempre. Eran las nueve y cuarto de la mañana cuando le permití salir a la calle a comer todas las salchichas que encontrar en Berlín, cargando todo a mi cuenta. Se marchó de buen humor y pude permanecer en mi despacho, dando instrucciones para que me trajesen lo antes posible a la actriz.
         La señorita Dietrich vino a mi despacho esa misma tarde y no hizo el menor intento para despertar mi interés. Se sentó en el borde de un sofá, frente a mi mesa, con la mirada baja: la indiferencia hecha mujer. Iba vestida con un traje sastre de invierno de color verde oscuro y complementada con un sombrero, guantes y varias pieles. Parecía haber venido a visitarme para tomarse un merecido descanso. Ante mí tenía un estupendo modelo de feminidad, esencial para mi película, pero ella intentaba pasar inadvertida. Para despertarla de su letargo, le pregunté por qué resultaba dudosa su reputación como actriz. Miro un instante sus manos, enfundadas en los guantes, y las escondió con rapidez tras su espalda como si las hubiera enseñado demasiado. No resultaría fácil transformar en tigresa a aquella mujer envuelta en pieles.”


Josef von Sternberg. Memorias. Ediciones JC CLEMENTINE.