MARLENE
“Allí vi por primera vez a Fraülein
Dietrich, si se la puede llamar así, pues vestía como si quisiera esconder su
cuerpo. Lo que ella tenía que hacer no era fácil de mostrar. No recuerdo cómo
era el diálogo; sólo que por fin tenía delante de mí el rostro que buscaba y un
cuerpo que se correspondía con él. Había otra cosa que yo no había previsto,
algo que me decía que mi búsqueda había finalizado. Se recostaba en el umbral
de una puerta para observar la bufonada con aire distante, frente al bullicio
del resto de actores, a quienes se había aconsejado que me hiciesen notar la
relevancia de la escena alemana. Ella también sabía que me encontraba en la
sala, pero mi presencia no la afectó, no le importaba y, por tanto, no trató de
disimular su indiferencia.
Manifestaba una gran serenidad (aunque
resultó no ser natural, pues si no se la contenía, era incontrolable) que me
aseguraba haber encontrado la andadura clásica en la tormenta que la actriz de
mi película tendría que crear. Tenía delante algo más que un modelo trazado por
Rops. Creo que si la hubiera visto Touluse-Lautrec, la habría aplaudido. Su
aspecto era genial, lo que hiciera con él era otra cosa; pero ya me encargaría
de eso.
No es comparable con ninguna otra tarea
creadora la de realizar un película. En ella actúan demasiados componentes que,
si no se colocan adecuadamente, pueden llevar al fracaso el proyecto. Mi
intuición, no siempre alerta, me había permitido aguantar hasta encontrar el
elemento más importante de mi película, cuyo rodaje estaba a punto de empezar.
La película había sido poco más que un ensayo que reflejaba el totalitarismo
ejercido por un maestro de escuela, de no haber contado con la fuerza de una
figura femenina fresca y estimulante. Al día siguiente, pregunté a mis socios
las razones por las que no habían propuesto a Marlene para el papel. La
respuesta fue un rumor de voces que me informaban de que esa actriz no era
actriz. No iba a entrar a rebatir las ilegítimas definiciones que dieron de la
actuación y sólo les dije que para ser actriz había que debutar alguna vez. Me
contestaron en coro que, en este caso, había debutado más de una vez. Jannings
me propuso emplear el tiempo que perdería en analizar el problema en
acompañarle a desayunar por segunda vez, pues el hecho de preocuparnos por
otros actores de una película, de la que era protagonista, le producía apetito
siempre. Eran las nueve y cuarto de la mañana cuando le permití salir a la
calle a comer todas las salchichas que encontrar en Berlín, cargando todo a mi
cuenta. Se marchó de buen humor y pude permanecer en mi despacho, dando
instrucciones para que me trajesen lo antes posible a la actriz.
La señorita Dietrich vino a mi despacho
esa misma tarde y no hizo el menor intento para despertar mi interés. Se sentó
en el borde de un sofá, frente a mi mesa, con la mirada baja: la indiferencia
hecha mujer. Iba vestida con un traje sastre de invierno de color verde oscuro
y complementada con un sombrero, guantes y varias pieles. Parecía haber venido
a visitarme para tomarse un merecido descanso. Ante mí tenía un estupendo
modelo de feminidad, esencial para mi película, pero ella intentaba pasar
inadvertida. Para despertarla de su letargo, le pregunté por qué resultaba
dudosa su reputación como actriz. Miro un instante sus manos, enfundadas en los
guantes, y las escondió con rapidez tras su espalda como si las hubiera
enseñado demasiado. No resultaría fácil transformar en tigresa a aquella mujer
envuelta en pieles.”
Josef von Sternberg. Memorias. Ediciones JC CLEMENTINE.