Los magnates del cine empleaban diferentes procedimientos para conseguir
que a sus dictámenes se les otorgara la atención debida. Darryl Zanuck, por ejemplo,
convocaba al menos una sesión plenaria para estudiar cada guión: el productor
asociado, el guionista, el director y los demás prebostes envueltos en el
asunto eran allí conminados a entablar un debate franco y prolijo sobre la
futura película. También asistía un taquígrafo, y al día siguiente toda la
concurrencia recibía los comentarios de Zanuck pulcramente transcritos, pero ni
una mísera palabra de los demás participantes.