A
FLOR DE PIEL
« Al traspasar las puertas de Simancas quedé horrorizado. Era la
primera vez en mi vida que veía tanta sangre. Los pasillos en donde yacían los
heridos estaban resbaladizos. Una superficie de excremento mezclado con sangre
cubría los pequeños espacios que quedaban para pisar. Yo me sentía pálido. Me
miraba las manos, y, de pronto, mi cabeza empezó a debilitarse. Llamé a una
enfermera y me cogió del brazo. Me dio vergüenza. Mientras me buscaba una silla
para sentarme tuve que dejarme caer sobre una rodilla y apoyé una mano en uno
de aquellos cuerpos. Ya estaba frío. Pasó un médico y le pregunté por Eloy, No sabía
nada de él, ni quién era.
—Es un piloto —le dije.
—Búsquelo; no tengo tiempo de acompañarle —me contestó.
Empecé a buscar a Eloy, La angustia había desaparecido. Ya me
sentía mejor. La enfermera me señaló un cuerpo joven. Estaba desnudo. Unos
pequeños agujeros se le notaban en la piel. Eran balazos. Estaba vuelto, con la
cara hacia abajo. Me acerqué a él. Tenía miedo de que fuera Eloy. Le cogí del
hombro y traté de volver el cuerpo. Se me resbaló, pero alcancé a verle algo de
la cara. Mi corazón empezó a latir con rapidez. La enfermera me ayudó a sujetar
al hombre. Entre los dos pudimos poner el cuerpo mirando hacia arriba. Los ojos
de Eloy estaban abiertos. Su boca, entreabierta, dejaba ver los dientecillos
medio salidos. En medio del pecho le había explotado una bala, y el corazón lo
tenía a flor de piel.»
Francisco
Tarazona.
Yo
fui piloto de caza rojo.
Editorial
San Martin.