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miércoles, 17 de julio de 2019

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE





A FLOR DE PIEL


« Al traspasar las puertas de Simancas quedé horrorizado. Era la primera vez en mi vida que veía tanta sangre. Los pasillos en donde yacían los heridos estaban resbaladizos. Una superficie de excremento mezclado con sangre cubría los pequeños espacios que quedaban para pisar. Yo me sentía pálido. Me miraba las manos, y, de pronto, mi cabeza empezó a debilitarse. Llamé a una enfermera y me cogió del brazo. Me dio vergüenza. Mientras me buscaba una silla para sentarme tuve que dejarme caer sobre una rodilla y apoyé una mano en uno de aquellos cuerpos. Ya estaba frío. Pasó un médico y le pregunté por Eloy, No sabía nada de él, ni quién era.
—Es un piloto —le dije.
—Búsquelo; no tengo tiempo de acompañarle —me contestó.
Empecé a buscar a Eloy, La angustia había desaparecido. Ya me sentía mejor. La enfermera me señaló un cuerpo joven. Estaba desnudo. Unos pequeños agujeros se le notaban en la piel. Eran balazos. Estaba vuelto, con la cara hacia abajo. Me acerqué a él. Tenía miedo de que fuera Eloy. Le cogí del hombro y traté de volver el cuerpo. Se me resbaló, pero alcancé a verle algo de la cara. Mi corazón empezó a latir con rapidez. La enfermera me ayudó a sujetar al hombre. Entre los dos pudimos poner el cuerpo mirando hacia arriba. Los ojos de Eloy estaban abiertos. Su boca, entreabierta, dejaba ver los dientecillos medio salidos. En medio del pecho le había explotado una bala, y el corazón lo tenía a flor de piel.»

Francisco Tarazona.
Yo fui piloto de caza rojo.
Editorial San Martin.