RELIEVE HOMÉRICO
Y si habla mal de España, es español.
JOAQUÍN
MARÍA BARTRINA
“En cierta ocasión me preguntó un sujeto
cuál era el escritor español del siglo XIX que prefería yo entre todos, y
aunque la pregunta es demasiado española, quiero decir simplista, porque casi
nunca es posible contestar a cuestiones de primero y último, le contesté, sin
embargo, diciendo: Sarmiento. Y al ver su gesto interrogativo, hube de añadir: Domingo
Faustino Sarmiento, un argentino que murió,
ya de edad, el 11 de setiembre de 1888. "¿Argentino? -exclamó mi
interlocutor-, entonces no era español".
Y hube de responderle: "Más español que ninguno de los españoles, a
pesar de lo mucho que habló mal de España muy
bien". Y tuve que informarle de quién era don Domingo Faustino
Sarmiento.
Le hablé de la vida fecunda y enérgica de
ese maestro de escuela nacido de una antigua familia colonial en San Juan, al
pie de los Andes, periodista en Chile, donde estuvo emigrado, peleando con la
pluma contra el tirano Rosas, y gran educador de su patria, en que de ese
vigoroso polígrafo, de sus obras educacionales y, sobre todo, del Facundo,
llegó a la Presidencia
de la República. Le
hablé de la copiosa labor de sus tres obras capitales, los Viajes, viajes por
Europa, África y América, en que nos narra el que en 1846 hizo a España, y es
relato el de este viaje que merece ser reproducido; los Recuerdos de provincia,
en que se leen las más sentidas y más vigorosas páginas que un hijo puede dedicar a la santa memoria de
su madre, y Civilización y barbarie, libro conocido comúnmente por el Facundo, y en que Sarmiento nos cuenta las
biografías del general Juan Facundo Quiroga, el Tigre de los Llanos, del
general ex-fraile dominico Félix Aldao, y del Chacha, tres caudillos de las
contiendas civiles de la
República Argentina en
el primer tercio del siglo pasado.
"¿Y no habla más que de cosas de
allá?" -me preguntó-. Y le respondí: "No habla más que de cosas de
allá, no habla más que de las luchas que enardecían a los ánimos de aquellos
entre quienes vivía; pero habla de tal modo, con tal pasión y tan soberana
elocuencia, con tan candente parcialidad, que son libros que pueden leerse en
cualquier país y en cualquier época. Es como en la Divina Comedia , en
que todo el calor y la soberana inspiración viene de que el Dante habla de sus
contemporáneos, de sujetos que, a no ser por el inmortal poeta, se habrían
anegado en la Historia ".
Bajo la pluma de Sarmiento, los
personajes todos de las luchas civiles de la Argentina a principios
del siglo XIX adquieren un relieve homérico. Sarmiento tenía lo que los
campesinos llaman ojo de caballo, engrandecía cuanto miraba. No hay sino leer las pinturas que en sus
Recuerdos de provincia hace del clérigo
don José Castro, el maestro de su madre, el santo cura Castro, que llevaba el
Evangelio en la mano y el Emilio, de Rousseau, escondido bajo la sotana; el
portentoso retrato de don Domingo de Oro, o
en Civilización y barbarie la de los tres caudillos que biografía, y en
todas sus obras, o poco menos, lo que dice del tirano don Juan Manuel Rosas.
Nadie contribuyó a agigantar la figura de ese prodigioso tirano, tan grande
para la leyenda como puedan serlo los más grandes del Renacimiento italiano,
como contribuyó a ello su más implacable enemigo: Sarmiento. En el Facundo,
Rosas adquiere por momentos la grandeza de un Satanás miltoniano, y se
comprende leyendo eso que Juan Bautista Alberdi -otro argentino que es de los
contados escritores en lengua castellana que pudo soportar dijera hablando del
tirano, cuyo nombre durante veinte años apenas dejó de figurar un momento en la prensa europea, estas
palabras: "Si se perdiesen los títulos
de Rosas a la nacionalidad argentina, yo contribuiría con un sacrificio
no pequeño al logro de su rescate".
Y cuenta que Alberdi fue otro de los enemigos de Rosas.
El mismo Alberdi, en sus Cartas
quillotanas, escritas desde Quillota, en
Chile, dijo de Sarmiento cuanto malo puede decirse de este incorregible
ególatra, de este hombre repleto de vida y de energía y desbordante de sí
mismo, que se pasó la mayor parte de su
vida hablando, como Byron, de sí, y que ha alumbrado las encendidas páginas de
sus escritos con la llama de un espíritu ardiente de vida.
Miguel de
Unamuno. Americanidad. Biblioteca
Ayacucho.