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viernes, 17 de julio de 2015

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE


 

LLEGÓ LA HORA


«Desde luego, muchos miles de personas poco o nada hicieron entonces para evitar este desarrollo sangriento de los acontecimientos. Unos, por miedo comprensible, ante el frenesí de las minorías armadas que no iban a tolerar ninguna oposición, ni que se hablase de humanidad, de piedad y de compasión. Otros, que en ambos campos considerábamos con fatalismo este período como algo que no se podía impedir, como una etapa terrible pero necesaria, a través de la cual había que pasar, para llegar al triunfo de los ideales que defendíamos, incluso como algo imprescindible para que la lucha en el frente no estuviera amenazada desde la retaguardia, por lo que luego se llamó «quinta columna». Es decir, admitíamos la necesidad de los verdugos y lo único que hacíamos era dejar que fueran otros los que ejercieran esa función. Esto no nos quita responsabilidad por lo sucedido. Por fortuna, había otra misión que cumplir, que no sólo no despertaba escrúpulos de conciencia, sino que, al contrario, representaba para muchos de nosotros, realizar un deseo acariciado largo tiempo, el enfrentamiento directo con el enemigo, buscando con las armas la solución de nuestras diferencias. Era un gran alivio de la tensión concentrada en el último período de angustia permanente, donde el único destino a la vista era asesinar o ser asesinado.»


Manuel Tagüeña.

Testimonio de dos guerras.

Editorial Planeta.