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viernes, 10 de julio de 2015

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






EL AFORTUNADO


            “En la época en que Cambises llevaba a cabo su campaña contra Egipto, emprendieron también  la suya los lacedemonios contra Polícrates, hijo de Eaques, quien mediante una revolución se había apoderado de Samos, dividiendo la ciudad en tres partes, que gobernaba conjuntamente con sus hermanos Pantagnoto y Silosonte. Mas, luego, Polícrates mató al primero y desterró a Silosonte, el menor, al objeto de convertirse en señor absoluto de toda la isla de Samos. Buscó entonces amistad con Amasis, rey de Egipto, a quien envió regalos y también los recibió.
         El poder de Polícrates creció en poco tiempo, tanto en Jonia como en el resto de Grecia. Cualquier empresa suya terminaba coronada por el éxito. Mantenía una flota de cien naves de cincuenta remos y un ejército de mil arqueros. Robaba y asaltaba a quien le parecía, sin respetar a nadie, pues opinaba que más favor hacía a un amigo devolviéndole lo que le había robado, que no robándoselo nunca.
         Polícrates ocupó numerosas islas y se adueñó también de muchas ciudades de tierra firme. Incluso venció a los lesbios en una batalla naval cuando éstos acudían con todas sus fuerzas en auxilio de Mileto. Los prisioneros tuvieron que cavar, en castigo, todo el foso que rodea las murallas de Samos.
         Las noticias de los extraordinarios triunfos de Polícrates llegaron también a oídos de Amasis, el faraón egipcio. Pero éste, en vez de alegrarse, sitió preocupación y pesar. Y al ver que la buena suerte de Polícrates continuaba ininterrumpida, dictó la siguiente carta, que envió a Samos:

Así habla Amasis a Polícrates: Dulce es saber que a un querido amigo le acompaña la fortuna. A mí, sin embargo, tu gran suerte no acaba de gustarme, porque sé que los dioses son envidiosos. Yo me siento más tranquilo cuando sólo sale bien –a mí, o a los que amo –una parte de lo emprendido y fracasa la otra. Considero mejor una mezcla de suerte y desgracia que una incesante ventura. Pues aún no oí hablar de nadie a quien todo le fuera perfectamente, y que luego no tuviese un final horrible. Sigue por ello mi consejo y guárdate del eterno favor de la fortuna. Piensa qué es lo más precioso para ti, en la tierra, y cuya perdida habría de causarte mayor pesar. Arrójalo lejos de tu persona, tan lejos, que jamás pueda volver a caer en manos humanas. Y si aun así no alternaran suerte y desgracia en tu vida, repite el sacrificio que te recomiendo.

Cuando Polícrates hubo leído la carta de Amasis, comprendió cuán sabio era el consejo del amigo, y se preguntó cuál de sus tesoros le daría más pena perder. Sumido estaba en sus reflexiones, cuando sus ojos se posaron en el anillo que adornaba su dedo. Era un aro de oro con una esmeralda, obra de Teodoro de Samos, hijo de Telecles.
Polícrates decidió desprenderse de esa alhaja. Mandó preparar uno de sus barcos de cincuenta remos, subió a bordo y ordenó dirigirse a alta mar. En cuanto la nave estuvo suficientemente lejos de la isla, se arranco el anillo  del dedo y lo arrojó al agua. Acto seguido regresó, se encerró en su palacio y lloró la pérdida de la alhaja.
Pero cinco o seis días más tarde ocurrió lo siguiente: un pescador capturó un pez tan grande y hermoso, que lo considero merecedor de ser ofrecido como regalo a Polícrates. Corrió con el pescado a palacio y pidió ser recibido por el soberano. Accedió éste, y el pescador le entregó el obsequio con estas palabras:
--¡Oh, mi rey. Este pez, pescado por mí, me pareció demasiado bueno para llevarlo al mercado, pese a que vivo del trabajo de mis brazos. Me pareció que sólo era digno de ti y de tu magnificencia. Así, pues, te ruego que lo aceptes.
Polícrates se sintió halagado y respondió:
--Obraste bien. Agradezco tanto tus frases como tu regalo, de modo que te invito a sentarte a mi mesa.
El pescador, que nunca soñara con tal honor, regreso lleno de orgullo a su casa. Pero cuando los criados de Polícrates se disponían a limpiar y cocinar el pescado, encontraron en su vientre el anillo de su amo. Muy contentos, se lo llevaron al rey y le explicaron dónde lo habían hallado. Polícrates vio en el suceso una respuesta de los dioses, escribió en una carta todo lo acaecido y la envió a Amasis de Egipto.
Así que Amasis hubo leído la misiva, comprendió que ningún hombre puede proteger a otro del destino que le aguarda, y que Polícrates, a quien todo le salía bien y que incluso recuperaba lo que había lanzado al mar como sacrificio, no tendría buen fin. En consecuencia, envió un mensajero a Samos anunciando que renunciaba al tratado de amistad. Lo hizo para no tener que penar por Polícrates como amigo, cuando a éste le azotara la desgracia.”


Werner Keller. El asombro de Herodoto. Bruguera.