CUIDADO CON LO QUE DESEAN
“Seis días después, algunos de nuestros marineros ocupados en
recoger leña para el consumo de la escuadra, vieron otro gigante vestido como los
de que nos acabábamos de separar, armado igualmente de arco y flechas. Al aproximarse
a ellos, se tocaba la cabeza y el cuerpo y en seguida levantaba las manos al cielo,
gestos que los nuestros imitaron; y habiendo sido advertido de ello el comandante
en jefe, despachó el esquife a tierra para conducirle al islote que existía en
el puerto, donde se había hecho una casa para establecer una fragua y un depósito
de mercaderías.
Este hombre
era más grande y mejor conformado que los otros, poseía maneras más suaves y danzaba
y saltaba tan alto y con tanta fuerza que sus pies se enterraban varias pulgadas
en la arena. Pasó algunos días en nuestra compañía, habiéndole enseñado a pronunciar
el nombre de Jesús, la oración dominical, etc., lo que logró ejecutar tan bien como
nosotros, aunque con voz muy recia. Al fin le bautizamos dándole el nombre de Juan.
El comandante le regaló una camisa, una chupa, pantalones de paño, un gorro, un
espejo, un peine, cascabeles y otras bagatelas, regresando entre los suyos al parecer
muy contento de nosotros.
Al día
siguiente obsequió al capitán uno de esos grandes animales de que hemos hablado,
recibiendo en cambio otros presentes a fin de que nos trajese aún algunos más; pero
desde ese día no le volvimos a ver y aun sospechamos que le hubiesen muerto sus
camaradas por lo que se había ligado a los nuestros. Al cabo de quince días vimos
venir hacia nosotros cuatro de estos hombres, y aunque se presentaron sin armas,
supimos en seguida por dos de ellos que apresamos que las habían ocultado entre
los arbustos: todos estaban pintados, pero de maneras diversas.
Quiso
el capitán retener a los dos más jóvenes y mejor formados para llevarlos con nosotros
durante el viaje y aun a España; pero viendo que era difícil apresarlos por la fuerza,
usó del artificio siguiente: dioles gran cantidad de cuchillos, espejos y cuentas
de vidrio, de tal manera que tenían las dos manos llenas; en seguida les ofreció
dos de esos anillos de hierro que sirven de prisiones, y cuando vio que deseaban
mucho poseerlos (porque les gusta muchísimo el hierro) y que por lo demás no podían
tomarlos con las manos, les propuso ponérselos en las piernas a fin de que les fuera
más fácil llevárselos: consintieron en ello y entonces nuestros hombres les aplicaron
las argollas de hierro, cerrando los anillos de manera que se encontraron encadenados.”
Antonio Pigafetta. Primer
viaje alrededor del globo. Fundación Civiliter.