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viernes, 31 de julio de 2015

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE





EN EL DAVID ARANGO


       «Hubo fiesta oficial la primera noche, con orquesta y cena de gala, pero me escapé a la cubierta, contemplé por última vez las luces del mundo que me disponía a olvidar sin dolor y lloré a gusto hasta el amanecer. Hoy me atrevo a decir que por lo único que quisiera volver a ser niño es para gozar otra vez de aquel viaje. Tuve que hacerlo de ida y vuelta varias veces durante los cuatro años que me faltaban del bachillerato y otros dos de la universidad, y cada vez aprendí más de la vida que en la escuela, y mejor que en la escuela. Por la época en que las aguas tenían caudal suficiente, el viaje de subida duraba cinco días de Barranquila a Puerto Salgar, de donde se hacía una jornada en tren hasta Bogotá. En tiempos de sequía, que eran los más entretenidos para navegar si no se tenía prisa, podía durar hasta tres semanas.
       Los buques tenían nombres fáciles e inmediatos: Atlántico, Medellín, Capitán de Caro, David Arango.Sus capitanes, como los de Conrad, eran autoritarios y de buena índole, comían como bárbaros y no sabían dormir solos en sus camarotes de reyes. Los viajes eran lentos y sorprendentes. Los pasajeros nos sentábamos en las terrazas todo el día para ver los pueblos olvidados, los caimanes tumbados con las fauces abiertas a la espera de las mariposas incautas, las bandadas de garzas que alzaban el vuelo por el susto de la estela del buque, el averío de patos de las ciénagas interiores, los manatíes que cantaban en los playones mientras amamantaban a sus crías. Durante todo el viaje uno despertaba al amanecer aturdido por la bullaranga de los micos y las cotorras. A menudo, la tufarada nauseabunda de una vaca ahogada interrumpía la siesta, inmóvil en el hilo del agua con un gallinazo solitario parado en el vientre.
       Ahora es raro que uno conozca a alguien en los aviones. En los buques fluviales los estudiantes terminábamos por parecer una sola familia, pues nos poníamos de acuerdo todos los años para coincidir en el viaje. A veces el buque encallaba hasta quince días en un banco de arena. Nadie se preocupaba, pues la fiesta seguía, y una carta del capitán sellada con el escudo de su anillo servía de excusa para llegar tarde al colegio.»


Gabriel Garcia Márquez. Vivir para contarla. Mondadori.

lunes, 27 de julio de 2015

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






RELIEVE HOMÉRICO


Y si habla mal de España, es español.


JOAQUÍN   MARÍA  BARTRINA

“En cierta ocasión me preguntó un sujeto cuál era el escritor español del siglo XIX que prefería yo entre todos, y aunque la pregunta es demasiado española, quiero decir simplista, porque casi nunca es posible contestar a cuestiones de primero y último, le contesté, sin embargo, diciendo: Sarmiento. Y al ver su gesto interrogativo, hube de añadir: Domingo Faustino Sarmiento, un argentino que murió,  ya de edad, el 11 de setiembre de 1888. "¿Argentino? -exclamó mi interlocutor-, entonces no era español".  Y hube de responderle: "Más español que ninguno de los españoles, a pesar de lo mucho que habló mal de España muy  bien". Y tuve que informarle de quién era don Domingo Faustino Sarmiento.
Le hablé de la vida fecunda y enérgica de ese maestro de escuela nacido de una antigua familia colonial en San Juan, al pie de los Andes, periodista en Chile, donde estuvo emigrado, peleando con la pluma contra el tirano Rosas, y gran educador de su patria, en que de ese vigoroso polígrafo, de sus obras educacionales y, sobre todo, del Facundo, llegó a la Presidencia de la República. Le hablé de la copiosa labor de sus tres obras capitales, los Viajes, viajes por Europa, África y América, en que nos narra el que en 1846 hizo a España, y es relato el de este viaje que merece ser reproducido; los Recuerdos de provincia, en que se leen las más sentidas y más vigorosas páginas que  un hijo puede dedicar a la santa memoria de su madre, y Civilización y barbarie, libro conocido comúnmente por  el Facundo, y en que Sarmiento nos cuenta las biografías del general Juan Facundo Quiroga, el Tigre de los Llanos, del general ex-fraile dominico Félix Aldao, y del Chacha, tres caudillos de las contiendas civiles de la República Argentina  en el primer tercio del siglo pasado.
"¿Y no habla más que de cosas de allá?" -me preguntó-. Y le respondí: "No habla más que de cosas de allá, no habla más que de las luchas que enardecían a los ánimos de aquellos entre quienes vivía; pero habla de tal modo, con tal pasión y tan soberana elocuencia, con tan candente parcialidad, que son libros que pueden leerse en cualquier país y en cualquier época. Es como en la Divina Comedia, en que todo el calor y la soberana inspiración viene de que el Dante habla de sus contemporáneos, de sujetos que, a no ser por el inmortal poeta, se habrían anegado en la Historia".
Bajo la pluma de Sarmiento, los personajes todos de las luchas civiles de la Argentina a principios del siglo XIX adquieren un relieve homérico. Sarmiento tenía lo que los campesinos llaman ojo de caballo, engrandecía cuanto miraba.  No hay sino leer las pinturas que en sus Recuerdos de provincia hace  del clérigo don José Castro, el maestro de su madre, el santo cura Castro, que llevaba el Evangelio en la mano y el Emilio, de Rousseau, escondido bajo la sotana; el portentoso retrato de don Domingo de Oro, o  en Civilización y barbarie la de los tres caudillos que biografía, y en todas sus obras, o poco menos, lo que dice del tirano don Juan Manuel Rosas. Nadie contribuyó a agigantar la figura de ese prodigioso tirano, tan grande para la leyenda como puedan serlo los más grandes del Renacimiento italiano, como contribuyó a ello su más implacable enemigo: Sarmiento. En el Facundo, Rosas adquiere por momentos la grandeza de un Satanás miltoniano, y se comprende leyendo eso que Juan Bautista Alberdi -otro argentino que es de los contados escritores en lengua castellana que pudo soportar­ dijera hablando del tirano, cuyo nombre durante veinte años apenas dejó de figurar  un momento en la prensa europea, estas palabras: "Si se perdiesen los títulos  de Rosas a la nacionalidad argentina, yo contribuiría con un sacrificio no pequeño al logro de  su rescate". Y cuenta que Alberdi fue otro de los enemigos de Rosas.
El mismo Alberdi, en sus Cartas quillotanas,  escritas desde Quillota, en Chile, dijo de Sarmiento cuanto malo puede decirse de este incorregible ególatra, de este hombre repleto de vida y de energía y desbordante de sí mismo, que se pasó la mayor  parte de su vida hablando, como Byron, de sí, y que ha alumbrado las encendidas páginas de sus escritos con la llama de un espíritu ardiente de vida.


Miguel de Unamuno. Americanidad. Biblioteca Ayacucho.

viernes, 24 de julio de 2015

ARPILLERA Y POLVO

KONSTANTIN MAKOVSKI









OBITER DICTUM





“Cada dos o tres meses, iba a pasar unos días al oasis de Gadames, nudo crucial de todas las pistas que convergen allí desde la costa, Fezzán, Túnez y Argelia. He recorrido los trescientos kilómetros que separan Nalut de Gadames, con todo tipo de transportes: aeroplano, automóvil, camión, caravana, y tengo que reconocer que, aunque es el más incómodo, ninguna forma de viajar iguala la belleza del paso lento del camello sobre una pista soleada. El que, después de días y días de caravana, tiene la fortuna de asomarse al balcón que forman las dunas de Bab, y contemplar desde la silla de un mehari el oasis de Gadames envuelto en la luz de la puesta de Sol, difícilmente podrá olvidar aquel momento.


Alberto Denti de Pirajno.

lunes, 20 de julio de 2015

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA





ALPHABETS


A shadow his father makes with joined hands
And thumbs and fingers nibbles on the wall
Like a rabbit`s head. He understands
He wil understan more when he goes to school.

There he draws somke with chalk the whole firts week,
Then draws the forked stick that they call a Y.
This is writing. A swan`s neck and swan`s back
Man the 2 he can see now as well as say.

Two rafters and a cross-tie on the slate
Are the letter some call ah, some call ay.
Ther are charts, there are headlines, there is a right
Way to hold the pen and a wrong way.

Firts it is “copying out”, and then “English”
Marked correct with a little leaning hoe.
Smells of inkwells rise in the classroom hush.
A goobe in the window tilts like a coloured O.


Seamus Heaney.

sábado, 18 de julio de 2015

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA



TAN ANTIGUO ESTO DE ROBAR UN SUEÑO...


Tan antiguo esto de robar un sueño
a alguien que pasa.
El mismo sueño que rueda por entre las mesas
de esta fiesta abandonada.
De esta ciudad vacía de celebraciones
verdaderas.
Nadie posee nada en esta calle.
Las cosas se acumulan
en cajas, en números,
en miedos vigilantes
que se suman como otra cosa más
a las palabras impuestas.
Lo único que existe,
es este sueño oscuro e imperioso
de otra ciudad.
Donde no sea necesario
robar un sueño a alguien que pasa.


Paulina Vinderman

viernes, 17 de julio de 2015

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE


 

LLEGÓ LA HORA


«Desde luego, muchos miles de personas poco o nada hicieron entonces para evitar este desarrollo sangriento de los acontecimientos. Unos, por miedo comprensible, ante el frenesí de las minorías armadas que no iban a tolerar ninguna oposición, ni que se hablase de humanidad, de piedad y de compasión. Otros, que en ambos campos considerábamos con fatalismo este período como algo que no se podía impedir, como una etapa terrible pero necesaria, a través de la cual había que pasar, para llegar al triunfo de los ideales que defendíamos, incluso como algo imprescindible para que la lucha en el frente no estuviera amenazada desde la retaguardia, por lo que luego se llamó «quinta columna». Es decir, admitíamos la necesidad de los verdugos y lo único que hacíamos era dejar que fueran otros los que ejercieran esa función. Esto no nos quita responsabilidad por lo sucedido. Por fortuna, había otra misión que cumplir, que no sólo no despertaba escrúpulos de conciencia, sino que, al contrario, representaba para muchos de nosotros, realizar un deseo acariciado largo tiempo, el enfrentamiento directo con el enemigo, buscando con las armas la solución de nuestras diferencias. Era un gran alivio de la tensión concentrada en el último período de angustia permanente, donde el único destino a la vista era asesinar o ser asesinado.»


Manuel Tagüeña.

Testimonio de dos guerras.

Editorial Planeta.


jueves, 16 de julio de 2015

OBITER DICTUM





“En América Central, en el momento de la conquista española, la capital azteca Tenochtitlán gozaba de un prestigio que llevó a los españoles a fundar sobre sus ruinas la capital de su Nueva España, la actual ciudad de México, en lugar de elegir a Veracruz, su base marítima, como asiento del gobierno, tal como los británicos gobernaron a la India, al principio, desde Calcuta. La prontitud con que los españoles instalaron en el interior la sede del gobierno de América central contrasta con la relativa lentitud con que los británicos, en la India, trasladaron su capital de Calcuta a Delhi. La fuerza del prestigio de la situación de Tenochtitlán es notable, considerando que para la fecha de la conquistas españolas los fundadores del imperio azteca que habían estado operando desde Tenochtitlán ya habían tenido tiempo de ganarse el odio de sus víctimas de América central, pero no para completar su empresa de fundar un imperio.”


Arnold Toynbee.

lunes, 13 de julio de 2015

ALLÁ EN LAS INDIAS




CUIDADO CON LO QUE DESEAN


         “Seis días después, algunos de nuestros marineros ocupados en recoger leña para el consumo de la escuadra, vieron otro gigante vestido como los de que nos acabábamos de separar, armado igualmente de arco y flechas. Al aproximarse a ellos, se tocaba la cabeza y el cuerpo y en seguida levantaba las manos al cielo, gestos que los nuestros imitaron; y habiendo sido advertido de ello el comandante en jefe, despachó el esquife a tierra para conducirle al islote que existía en el puerto, donde se había hecho una casa para establecer una fragua y un depósito de mercaderías.
         Este hombre era más grande y mejor conformado que los otros, poseía maneras más suaves y danzaba y saltaba tan alto y con tanta fuerza que sus pies se enterraban varias pulgadas en la arena. Pasó algunos días en nuestra compañía, habiéndole enseñado a pronunciar el nombre de Jesús, la oración dominical, etc., lo que logró ejecutar tan bien como nosotros, aunque con voz muy recia. Al fin le bautizamos dándole el nombre de Juan. El comandante le regaló una camisa, una chupa, pantalones de paño, un gorro, un espejo, un peine, cascabeles y otras bagatelas, regresando entre los suyos al parecer muy contento de nosotros.
         Al día siguiente obsequió al capitán uno de esos grandes animales de que hemos hablado, recibiendo en cambio otros presentes a fin de que nos trajese aún algunos más; pero desde ese día no le volvimos a ver y aun sospechamos que le hubiesen muerto sus camaradas por lo que se había ligado a los nuestros. Al cabo de quince días vimos venir hacia nosotros cuatro de estos hombres, y aunque se presentaron sin armas, supimos en seguida por dos de ellos que apresamos que las habían ocultado entre los arbustos: todos estaban pintados, pero de maneras diversas.
         Quiso el capitán retener a los dos más jóvenes y mejor formados para llevarlos con nosotros durante el viaje y aun a España; pero viendo que era difícil apresarlos por la fuerza, usó del artificio siguiente: dioles gran cantidad de cuchillos, espejos y cuentas de vidrio, de tal manera que tenían las dos manos llenas; en seguida les ofreció dos de esos anillos de hierro que sirven de prisiones, y cuando vio que deseaban mucho poseerlos (porque les gusta muchísimo el hierro) y que por lo demás no podían tomarlos con las manos, les propuso ponérselos en las piernas a fin de que les fuera más fácil llevárselos: consintieron en ello y entonces nuestros hombres les aplicaron las argollas de hierro, cerrando los anillos de manera que se encontraron encadenados.”


Antonio Pigafetta. Primer viaje alrededor del globo. Fundación Civiliter.

viernes, 10 de julio de 2015

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






EL AFORTUNADO


            “En la época en que Cambises llevaba a cabo su campaña contra Egipto, emprendieron también  la suya los lacedemonios contra Polícrates, hijo de Eaques, quien mediante una revolución se había apoderado de Samos, dividiendo la ciudad en tres partes, que gobernaba conjuntamente con sus hermanos Pantagnoto y Silosonte. Mas, luego, Polícrates mató al primero y desterró a Silosonte, el menor, al objeto de convertirse en señor absoluto de toda la isla de Samos. Buscó entonces amistad con Amasis, rey de Egipto, a quien envió regalos y también los recibió.
         El poder de Polícrates creció en poco tiempo, tanto en Jonia como en el resto de Grecia. Cualquier empresa suya terminaba coronada por el éxito. Mantenía una flota de cien naves de cincuenta remos y un ejército de mil arqueros. Robaba y asaltaba a quien le parecía, sin respetar a nadie, pues opinaba que más favor hacía a un amigo devolviéndole lo que le había robado, que no robándoselo nunca.
         Polícrates ocupó numerosas islas y se adueñó también de muchas ciudades de tierra firme. Incluso venció a los lesbios en una batalla naval cuando éstos acudían con todas sus fuerzas en auxilio de Mileto. Los prisioneros tuvieron que cavar, en castigo, todo el foso que rodea las murallas de Samos.
         Las noticias de los extraordinarios triunfos de Polícrates llegaron también a oídos de Amasis, el faraón egipcio. Pero éste, en vez de alegrarse, sitió preocupación y pesar. Y al ver que la buena suerte de Polícrates continuaba ininterrumpida, dictó la siguiente carta, que envió a Samos:

Así habla Amasis a Polícrates: Dulce es saber que a un querido amigo le acompaña la fortuna. A mí, sin embargo, tu gran suerte no acaba de gustarme, porque sé que los dioses son envidiosos. Yo me siento más tranquilo cuando sólo sale bien –a mí, o a los que amo –una parte de lo emprendido y fracasa la otra. Considero mejor una mezcla de suerte y desgracia que una incesante ventura. Pues aún no oí hablar de nadie a quien todo le fuera perfectamente, y que luego no tuviese un final horrible. Sigue por ello mi consejo y guárdate del eterno favor de la fortuna. Piensa qué es lo más precioso para ti, en la tierra, y cuya perdida habría de causarte mayor pesar. Arrójalo lejos de tu persona, tan lejos, que jamás pueda volver a caer en manos humanas. Y si aun así no alternaran suerte y desgracia en tu vida, repite el sacrificio que te recomiendo.

Cuando Polícrates hubo leído la carta de Amasis, comprendió cuán sabio era el consejo del amigo, y se preguntó cuál de sus tesoros le daría más pena perder. Sumido estaba en sus reflexiones, cuando sus ojos se posaron en el anillo que adornaba su dedo. Era un aro de oro con una esmeralda, obra de Teodoro de Samos, hijo de Telecles.
Polícrates decidió desprenderse de esa alhaja. Mandó preparar uno de sus barcos de cincuenta remos, subió a bordo y ordenó dirigirse a alta mar. En cuanto la nave estuvo suficientemente lejos de la isla, se arranco el anillo  del dedo y lo arrojó al agua. Acto seguido regresó, se encerró en su palacio y lloró la pérdida de la alhaja.
Pero cinco o seis días más tarde ocurrió lo siguiente: un pescador capturó un pez tan grande y hermoso, que lo considero merecedor de ser ofrecido como regalo a Polícrates. Corrió con el pescado a palacio y pidió ser recibido por el soberano. Accedió éste, y el pescador le entregó el obsequio con estas palabras:
--¡Oh, mi rey. Este pez, pescado por mí, me pareció demasiado bueno para llevarlo al mercado, pese a que vivo del trabajo de mis brazos. Me pareció que sólo era digno de ti y de tu magnificencia. Así, pues, te ruego que lo aceptes.
Polícrates se sintió halagado y respondió:
--Obraste bien. Agradezco tanto tus frases como tu regalo, de modo que te invito a sentarte a mi mesa.
El pescador, que nunca soñara con tal honor, regreso lleno de orgullo a su casa. Pero cuando los criados de Polícrates se disponían a limpiar y cocinar el pescado, encontraron en su vientre el anillo de su amo. Muy contentos, se lo llevaron al rey y le explicaron dónde lo habían hallado. Polícrates vio en el suceso una respuesta de los dioses, escribió en una carta todo lo acaecido y la envió a Amasis de Egipto.
Así que Amasis hubo leído la misiva, comprendió que ningún hombre puede proteger a otro del destino que le aguarda, y que Polícrates, a quien todo le salía bien y que incluso recuperaba lo que había lanzado al mar como sacrificio, no tendría buen fin. En consecuencia, envió un mensajero a Samos anunciando que renunciaba al tratado de amistad. Lo hizo para no tener que penar por Polícrates como amigo, cuando a éste le azotara la desgracia.”


Werner Keller. El asombro de Herodoto. Bruguera.

miércoles, 8 de julio de 2015

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






FRENTE AL ESPEJO


En un abrir y cerrar de ojos
ya no estarás en donde estabas;
un triste viejo está mirándote
con qué terror desde tu cara.

Mirándote ávido y mirándote
mientras la luz te da en su cara:
en un abrir y cerrar de ojos,
ni tú, ni él, ni nada.


Eliseo Diego

viernes, 3 de julio de 2015

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE







EL EJERCITO ROJO


            “Sí, la guerra llevaba tres semanas en territorio alemán y todos sabíamos bien que, de ser muchachas alemanas, se las hubiera podido violar y después fusilar, lo que casi hubiera tenido su mérito de guerra; a las polacas o a nuestras rusas desplazadas, por lo menos se las hubiese podido perseguir en cueros por el huerto, dándoles golpes en las nalgas; la cosa no hubiera pasado del regodeo. Pero era la “esposa de campaña” del jefe del contraespionaje. A tres oficiales veteranos, un sargento de retaguardia les arrancó inmediatamente y con odio los galones concedidos por orden del Frente, les quitó las condecoraciones otorgadas por el Presidium del Soviet Supremo; ahora a estos soldados que habían peleado durante toda la guerra y, probablemente, aplastaron muchas trincheras enemigas, les esperaba un tribunal de guerra, que, de no haber sido por su tanque, no habría llegado a este pueblo.
         Apagamos la mariposa, que consumió lo poco que allí había para respirar. La puerta tenía una mirilla del tamaño de una tarjeta postal, por la que llegaba la luz indirecta del pasillo. Como si temieran que de día nos sintiéramos demasiado anchos, nos metieron al quinto. Entro con un flamante capote de soldado, con un gorro nuevo también y cuando se acercó a la mirilla nos mostró su cara chata y fresca, con rosetas en las mejillas.
         --¿De dónde vienes, hermano? ¿Quién eres?
         --Vengo del otro, lado –respondió sin vacilar--. Soy espía.
         --¡Anda, déjate de bromas! –quedamos atónitos. (¡Que un espía confesara que lo era…! ¡Eso jamás lo habían escrito Sheinin y los hermanos Tur!)
         --¿Quién bromea estando en guerra? –preguntó razonablemente el muchacho al tiempo que exhalaba un suspiro--. Vamos a ver, ¿cómo se las arregla un prisionero para volver a casa? ¿Qué decís?
         Empezó a contar que, hacía veinticuatro horas, los alemanes lo habían enviado a través de las líneas del frente, para que espiara y volara puentes, pero él inmediatamente se presentó en el batallón más próximo para entregarse, y el jefe del batallón, extenuado, insomne, no podía creerlo y lo mandó a la enfermería, a que tomara unas pastillas. De pronto irrumpieron nuevas impresiones en nuestro calabozo:
         --¡A hacer las necesidades! ¡Manos atrás! –exclamó el brigada que se hallaba junto a la puerta abierta; éste era un cipote capaz de hacer girar él solo la cureña de un cañón del 122.
         Por todo el patio de la granja habían situado a soldados con metralletas, que guardaban el sendero que conducía al otro lado de un chamizo. A mí me ponía frenético que un brigada ignorante se atreviera a ordenarnos, a nosotros, que éramos oficiales: “manos atrás”. Pero los tanguistas pusieron las manos atrás y yo los seguí.
         Tras el cobertizo había un pequeño redil cuadrado, con la nieve apelmazada y lleno de excrementos humanos, tan juntos que no era fácil hallar dónde colocar los pies y agacharse. Al fin, nos orientamos y en lugares distintos nos agachamos los cinco. Dos ceñudos soldados, encorvados hacia delante, nos apuntaban con las metralletas y apenas había transcurrido un minuto escaso cuando el brigada ya nos estaba arreando con voz chillona:
         --Venga, de prisa, que donde nosotros las necesidades se hacen rápido.
         No lejos de mí se había agachado un tanguista de Rostov, un teniente alto y sombrío. Tenía la cara ennegrecida por una capa de polvo o de humo, aunque se veía con toda claridad la cicatriz larga y roja que le cruzaba la cara.
         --¿Eso de donde nosotros, dónde es? –preguntó tranquilo, sin mostrar ninguna prisa por volver al calabozo, que olía a keroseno.
         --¡En el contraespionaje SMERSH! –le cortó  el brigada orgulloso y con voz un poco más sonora de lo requerido. (Los agentes del contraespionaje adoraban esa palabra compuesta con muy poco gusto de smert shpiónam. “Muerte a los espías”. La encontraban aterradora.)
         --Pues donde nosotros se hace despacio –le respondió el teniente como pensándolo. Se le había desplazado el casco hacia atrás, mostrando los pelos aún sin rapar. Una brisa agradable enfriaba su endurecido trasero de veterano.
         --¿Dónde, dónde vosotros? –preguntó con una voz más elevada de lo debido el brigada.
         --En el Ejercito Rojo –le respondió muy tranquilo el teniente, midiendo con la mirada, desde su posición en cuclillas, al cureñero malogrado.

         Estas fueron las primeras bocanadas carcelarias que respiré.

Alesandr Soljenitsin. Archipiélago Gulag. Plaza & Janés.

miércoles, 1 de julio de 2015

OBITER DICTUM







“La importancia de este socialismo y comunismo crítico-utópico, está en razón inversa al desarrollo histórico de la sociedad. Al tiempo que la lucha de clases se define y acentúa, va perdiendo importancia práctica y sentido teórico, esa fantástica posición de superioridad respecto a ella, esa fe fantasiosa en su supresión. Por eso, aunque algunos de los autores de estos sistemas socialistas, fueran en muchos aspectos verdaderos revolucionarios, sus discípulos forman hoy día sectas indiscutiblemente reaccionarias, que tremolan y mantienen impertérritas las viejas ideas de sus maestros, frente a los nuevos derroteros históricos del proletariado. Son pues consecuentes siguiendo las doctrinas de sus maestros, pues pugnan por mitigar la lucha de clases y por conciliar lo que es irreconciliable. Siguen soñando con la realización experimental de sus utopías sociales como la fundación de falansterios, con la colonización interior, con la creación de una pequeña Icaria, edición en miniatura de una nueva Jerusalén. Para levantar todos estos castillos en el aire, no tienen más remedio que apelar  a la filantrópica generosidad de los corazones y los bolsillos burgueses. Poco a poco van cayendo a la categoría de los socialistas reaccionarios o conservadores, de los cuales sólo se distinguen por su sistemática pedantería y por una fanática fe supersticiosa en los efectos milagrosos de su ciencia social.
He ahí, por qué se enfrentan rabiosamente contra todos los movimientos políticos a los que se entrega la clase obrera, pues suponen que el error de esta se encuentra, en su falta de fe ciega en el nuevo evangelio social.”

Karl Marx & Friedrich Engels.