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miércoles, 25 de marzo de 2015

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




LEALTAD Y PODER

LIBRO I
XV. Al día siguiente alzan los reales de aquel puesto. Hace lo propio César; enviando delante la caballería compuesta de cuatro mil hombres que había juntado en toda la provincia, en los eduos, y los confederados de éstos, para que observasen hacia dónde marchaban los enemigos. Más como diesen tras ellos con demasiado ardimiento, vienen a trabarse en un mal paso con la caballería de los helvecios, y mueren algunos de los nuestros. Engreídos ellos con esta ventaja, pues con quinientos caballos habían hecho retroceder a cuatro mil, empezaron a esperar a los nuestros con mayor osadía, y a provocarlos a combate vuelta de frente la retaguardia. César reprimía el ardor de los suyos, contentándose por entonces con estorbar al enemigo los robos, forrajes y talas. De este modo anduvieron cerca de quince días, no distando su retaguardia de la vanguardia nuestra más de cinco a seis millas.

XVI. Mientras tanto instaba César todos los días a los eduos por el trigo que por acuerdo de la República le tenían ofrecido; y es que, a causa de los fríos de aquel clima, que, como antes se dijo, es muy septentrional, no sólo no estaba sazonado, pero ni aun alcanzaba el forraje; y no podía tampoco servirse del trigo conducido en barcas por el Arar, porque los helvecios se habían desviado de este río, y él no quería perderlos de vista. Dábanle largas los eduos con decir que lo estaban acopiando, que ya venía en camino, que luego llegaba. Advirtiendo él que era entretenerlo no más, y que apuraba el plazo en que debía repartir las raciones de pan a los soldados, habiendo convocado a los principales de la nación, muchos de los cuales militaban en su campo, y también a Diviciaco y Lisco, que tenían el supremo magistrado (que los eduos llaman Vergobreto, y es anual con derecho sobre la vida y muerte de sus nacionales) quéjase de ellos agriamente, porque no pudiendo haber trigo por compra ni cosecha, en tiempo de tanta necesidad, y con los enemigos a la vista, no cuidaban de remediarle; que habiendo él emprendido aquella guerra obligado en parte de sus ruegos, todavía sentía más el verse así abandonado.

XVII. En fin, Lisco, movido del discurso de César, descubre lo que hasta entonces había callado; y era «la mucha mano que algunos de su nación tenían con la gente menuda, los cuales, con ser unos meros particulares, mandaban más que los mismos magistrados; ésos eran los que, vertiendo especies sediciosas y malignas, disuadían al pueblo que no aprontase el trigo, diciendo que, pues no pueden hacerse señores de la Galia, les vale más ser vasallos de los galos que de los romanos; siendo cosa sin duda, que si una vez vencen los romanos a los helvecios, han de quitar la libertad a los eduos no menos que al resto de la Galia; que los mismos descubrían a los enemigos nuestras trazas, y cuanto acaecía en los reales; y él no podía irles a la mano; antes estaba previendo el gran riesgo que corría su persona por habérselo manifestado a más no poder, y por eso, mientras pudo, había disimulado».

XVIII. Bien conocía César que las expresiones de Lisco tildaban a Dumnórige, hermano de Diviciaco; mas no queriendo tratar este punto en presencia de tanta gente, despide luego a los de la junta, menos a Lisco; examínale a solas sobre lo dicho; explícase él con mayor libertad y franqueza; por informes secretos tomados de otros halla ser la pura verdad: «que Dumnórige era el tal; hombre por extremo osado, de gran séquito popular por su liberalidad, amigo de novedades; que de muchos años atrás tenía en arriendo bien barato el portazgo y todas las demás alcabalas de los eduos, porque haciendo él postura, nadie se atrevía a pujarla. Con semejantes arbitrios había engrosado su hacienda, y amontonado grandes caudales para desahogo de sus profusiones; sustentaba siempre a su sueldo un gran cuerpo de caballería, y andaba acompañado de él; con sus larguezas dominaba, no sólo en su patria, sino también en las naciones confinantes; que por asegurar este predominio había casado a su madre entre los bituriges con un señor de la primera nobleza y autoridad; su mujer era helvecia; una hermana suya por parte de madre y varias parientas tenían maridos extranjeros; por estas conexiones favorecía y procuraba el bien de los helvecios; por su interés particular aborrecía igualmente a César y a los romanos; porque con su venida le habían cercenado el poder, y restituido al hermano Diviciaco el antiguo crédito y lustre. Que si aconteciese algún azar a los romanos, entraba en grandes esperanzas de alzarse con el reino con ayuda de los helvecios, mientras que durante el imperio romano, no sólo desconfiaba de llegar al trono, sino aun de mantener el séquito adquirido». Averiguó también César en estas pesquisas que Dumnórige y su caballería (mandaba él la que los eduos enviaron de socorro a César) fueron los primeros en huir en aquel encuentro mal sostenido pocos días antes, y que con su fuga se desordenaron los demás escuadrones.


Julio César. La guerra de las Galias. Ediciones Orbis.