POR ZURICH
“Zurich está situada al fin de un hermoso lago, que toma el nombre
de esta ciudad, y un pequeño río que desemboca en él, la divide en dos. Muchas
cuestas en ella, mal empedrada, casas muy altas, viejas y sin elegancia, calles
torcidas, callejones estrechos, tenebrosos, largos. Quien haya visto las
tiendecillas y mercancías de algunas de nuestras ciudades, por ejemplo de
Alcalá, ve una copia exacta de las de Zurich: aquellas puertas en arco,
aquellos mostradores sucios, aquellos escaparatillos con cintas, botones de
metal, navajas, dedales y paquetes cagados de moscas, y aquella casaca y aquel
peluquín del amo de la tienda. No hay cafés ni vi librería cuyo surtido pasara
de treinta tomos, ¿y para qué es menester más? Sus campos están bien
cultivados, comen bien y viven contentos, ¿no saben bastante?, ¿naciones
ilustradas sabéis otro tanto?
En los pocos edificios modernos de alguna consideración hay mucha
pesadez y mal gusto de adornos. Sobre las ventanas bajas de la Casa de la Ciudad hay varios bustos
mal ejecutados, a un lado vi los de Temístocles, Epaminondas, Scévola, Cocles,
Arístides..., y al otro, los de varios héroes nacionales, recomendables por los
servicios que hicieron a su país, todos ellos, así los antiguos como los
modernos, tienen un lema latino alusivo a sus virtudes patrióticas.
Vi sobre el río fábricas donde se pintan lienzos, levantando el
agua que necesitan por medio de grandes ruedas con arcaduces, movidas por la
misma corriente. Muchos talleres de varios oficios, artes útiles, pero rudas.
Abundancia de frutas, excelente hortaliza, gran carnicería; mucha gente, ningún
lujo; las damas de este país no me parecen las más a propósito para enseñar
actitudes elegantes al teatro ni a las bellas artes, se visten para no estar
desnudas y andan por no estar paradas.
Buena posada sobre la orilla del lago, deleitosa vista desde mis
ventanas, enfrente montes con árboles y al pie de ellos pequeñas laderas con
mucho cultivo y un sin número de casas pequeñas de labranza o de recreo, entre
la frondosidad de jardines y frutales de que está cubierta toda aquella orilla,
a otra parte la ciudad y el río, que la atraviesa, y a la del sur montes altos
que me entristecen el ánimo al considerar que he de pasar por ellos. El lago,
hermosísimo, sus aguas muy claras, barcos largos y chatos para el transporte de
granos y otros frutos. A la parte de oriente una eminencia que domina la
ciudad, con muchas casas de campo, algunas construidas con elegancia y
comodidad, rodeadas de viñas, huertas y jardinillos. En éstos no reina el mejor
gusto, galerías, pedestales, balaústres, pirámides, boliches de bojes y murtas,
donde gime la naturaleza bajo, la tijera y el compás para producir formas
extravagantes y mezquinas y esto en un país donde ella presenta por todas
partes las más hermosas. Zurich es capital del cantón de este nombre, está
fortificada, aunque pienso que no completamente, vi pararrayos en muchas casas
y montaderos a la antigua en las puertas, muchas fuentes. La gente es sencilla
y cortés.
Como muy bien y salgo a las cuatro para Lucerna, distante de aquí
unas ocho leguas, el camino es un reventadero para los infelices caballos por
las penosas cuestas que hay que subir y bajar, por lo demás es viaje muy
divertido. Montes de mucha frondosidad y repartidas por ellos y en las vegas y
cañadas que forman, muchas casas de labranza, distantes unas de otras un tiro
de piedra, las más son de madera, todo es rústico, pintoresco y pobre. El
camino, aunque mucho más angosto que los de Inglaterra, se parece a aquéllos
por los continuos vallados de arbustos y árboles que le adornan a un lado y
otro. Hay muchos frutales y desde la silla de posta iba cogiendo ciruelas y
manzanas. Abundancia de fuentecillas que se componen de un tronco perpendicular
por donde sube el agua, un caño de hierro y otro gran tronco de nogal,
socavado, que hace de pilón, a modo de una artesa. Hice noche en medio de estos
montes en un lugarcillo infeliz, en cuya posada hallé una buena sopa, una
excelente tortilla, pichones, pollos, jamón, un guisado de vaca, manteca,
queso, barquillos y vino tinto y blanco.”
Leandro
Fernández de Moratín. Viage a Italia. Madrid. M. Rivadeneyra.