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domingo, 26 de octubre de 2014

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



EN HELICÓPTERO


“Un ataque en helicóptero a una zona de aterrizaje crítica crea tensiones emocionales mucho más intensas que un ataque terrestre. Ello se debe al espacio cerrado, al ruido, a la velocidad y, sobre todo, a la sensación desamparo total. Provoca cierta excitación la primera vez pero después es una de las aventuras más desagradables que ofrece la guerra moderna. En tierra, un infante tiene cierto control sobre su destino, o al menos la ilusión de que lo posee. En un helicóptero que se encuentra bajo el fuego ni siquiera tiene esa ilusión. Enfrentado a las indiferentes fuerzas de la gravedad, la balística y la tecnología, es impulsado simultáneamente en varias direcciones por un amplio espectro de emociones extremas y contradictorias. Lo acosa la claustrofobia; es insoportable la sensación de estar atrapado y ser impotente en una máquina pero ha de sobrellevarla. Al hacerlo, comienza a sentir una ciega ira por las fuerzas que le han vuelto impotente, pero tiene que controlar su ira hasta salir del helicóptero y estar en terreno firme otra vez. Ansía estar en tierra firme pero su deseo se ve contrarrestado por el peligro que sabe le acecha allí. Al mismo tiempo se siente atraído por el peligro, ya que sabe que sólo puede superar su temor sobreponiéndose a él. Entonces su ira ciega comienza a centrarse en los hombres que son la fuente del peligro… y de su miedo. Se concentra en su interior y mediante algún proceso químico se transforma en feroz resolución de luchar hasta que cese el peligro. Pero esa resolución, que en algunas ocasiones se denomina coraje, no puede separarse del temor que la ha despertado. Su magnitud es igual que la magnitud del temor. En realidad, se trata de una poderosa necesidad de no tener más miedo, de liberarse del temor eliminado la fuente que lo produce. Esta enconada lucha interior de emociones contrapuestas produce una tensión casi sexual en su intensidad. Es demasiado dolorosa para soportarla mucho tiempo. En lo único que puede pensar un soldado es en el momento de escapar a su impotente confinamiento y de liberar esa tensión. Todas las demás consideraciones –-lo propio o impropio de lo que está haciendo, las posibilidades de triunfo o de derrota en la batalla, el propósito o despropósito de la misma—se vuelven tan absurdas como para ser menos que insignificantes. Nada importa excepto el instante crítico y final de lanzarse a la violenta catarsis que anhela y teme.”


Philip Caputo. 
Un rumor de guerra. 
Inédita Editores.