CICERÓN
LIBRO V
XLV. Cuanto
más se agravaba cada día la fiereza del asedio, principalmente por ser muy
pocos los defensores, estando gran parte de los soldados postrados de las
heridas tanto más se repetían correos a César, de los cuales algunos eran
cogidos y muertos a fuerza de tormentos a vista de los nuestros. Había en
nuestro cuartel un hidalgo llamado Verticón, que había desertado al primer
encuentro, y dado a Cicerón pruebas de su lealtad. Éste tal persuade a un su
esclavo, prometiéndole la libertad y grandes galardones, que lleve una carta a
César. Él la acomoda en su lanza, y como galo, atravesando por entre los galos
sin la menor sospecha, la pone al fin en manos de César, por donde vino a saber
el peligro de Cicerón y de su legión.
XLVI. Recibida esta carta a las once del día, despacha luego
aviso al cuestor Marco Craso que tenía sus cuarteles en los belovacos, a
distancia de veinticinco millas, mandándole que se ponga en camino a medianoche
con su legión y venga a toda priesa. Pártese Craso al aviso. Envía otro al legado
cayo Fabio, que conduzca la suya a la frontera de Artois, por donde pensaba él
hacer su marcha. Escribe a Labieno, que, si puede buenamente, se acerque con su
legión a los nervios. No le pareció aguardar lo restante del ejército, por
hallarse más distante. Saca de los cuarteles inmediatos hasta cuatrocientos
caballos.
XLVII. A las tres de la mañana supo de los batidores la
venida de Craso. Este día caminó veinte millas. Da el gobierno de Samarobriva
con una legión a Craso, porque allí quedaba todo el bagaje, los rehenes, las
escrituras públicas, y todo el trigo acopiado para el invierno. Fabio, conforme
a la orden recibida, sin detenerse mucho, sale al encuentro en el camino. Labieno,
entendida la muerte de Sabino y el destrozo de sus cohortes, viéndose rodeado
de todas las tropas trevirenses, temeroso de que si salía como huyendo de los
cuarteles, no podía sostener la carga del enemigo, especialmente sabiendo que
se mostraba orgulloso con la recién ganada victoria, responde a César,
representando el gran riesgo que correrá la legión si se movía. Escríbele por
menor lo acaecido en los eburones, y añade que a tres millas de su cuartel
estaban acampados los trevirenses con toda la infantería y caballería.
XLVIII. César, pareciéndole bien esta resolución, dado que de
tres legiones con que contaba se veía reducido a dos, sin embargo, en la
presteza ponía todo el buen éxito. Entra, pues, a marchas forzadas por tierras
de los nervios. Aquí le informan los prisioneros del estado de Cicerón y del
aprieto en que se halla. Sin perder tiempo, con grandes promesas persuade a uno
de la caballería galicana que lleve a Cicerón una carta. Iba ésta escrita en
griego, con el fin de que, si la interceptaban los enemigos, no pudiesen
entender nuestros designios; previénele, que si no puede dársela en su mano, la
tire dentro del campo atada con la coleta de un dardo. El contenido era: «que
presto le vería con sus legiones», animándole a perseverar en su primera
constancia. El galo, temiendo ser descubierto, tira el dardo según la
instrucción. Éste, por desgracia, quedó clavado en un cubo, sin advertirlo los
nuestros por dos días. Al tercero reparó en él un soldado, que lo alcanzó, y
tajo a Cicerón, quien después de leída, la publicó a todos, llenándolos de
grandísimo consuelo. En eso se divisaban ya las humaredas a los lejos, con que
se aseguraron totalmente de la cercanía de las legiones.
Julio Cesar. La guerra de las Galias. Ediciones Orbis.