PATAGONES
“Transcurrieron dos meses antes de que avistásemos a ninguno
de los habitantes del país. Un día en que menos lo esperábamos se nos presentó un hombre de estatura
gigantesca. Estaba en la playa casi desnudo,
cantando y danzando
al mismo tiempo y echándose arena sobre la cabeza. El comandante
envió a tierra a uno de
los marineros con orden de que hiciese las mismas demostraciones en señal de amistad
y de paz: lo que fue tan bien comprendido que el gigante
se dejó tranquilamente conducir a una pequeña
isla a que había abordado
el comandante. Yo también con varios otros me hallaba allí. Al vernos, manifestó
mucha admiración, y levantando un dedo hacia lo alto, quería sin duda significarnos que pensaba
que habíamos descendido del cielo.
Este hombre era tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura.
Era bien formado,
con el rostro ancho y teñido de rojo, con los ojos circulados de amarillo, y con dos manchas
en forma de corazón
en las mejillas. Sus cabellos, que eran escasos, parecían blanqueados con algún polvo.
Su vestido, o mejor, su capa, era de pieles
cosidas entre sí, de un animal que abunda en el país, según tuvimos ocasión de verlo después.
Este animal tiene la cabeza y las orejas de mula, el cuerpo de camello, las piernas
de ciervo
y la cola de caballo, cuyo relincho imita. Este hombre tenía también una especie de calzado hecho de la misma piel. Llevaba en la mano izquierda
un arco corto y macizo, cuya
cuerda, un poco más gruesa que la de un laúd, había
sido fabricada de una tripa del mismo animal; y en la otra mano, flechas de caña, cortas, en uno de cuyos extremos tenían plumas, como las que nosotros usamos, y
en el otro, en lugar de hierro,
la punta de una piedra de chispa,
matizada de blanco
y negro. De la misma especie
de pedernal fabrican
utensilios cortantes para trabajar la
madera.
El comandante en jefe mandó darle de comer y de beber, y entre otras chucherías, le hizo traer un gran espejo de acero.
El gigante, que no tenía la menor idea de este mueble y que sin duda por vez primera veía su figura,
retrocedió tan espantado que echó por tierra a cuatro
de los nuestros que se hallaban
detrás de él. Le dimos cascabeles, un espejo pequeño, un peine y algunos
granos de cuentas; en seguida
se le condujo a tierra, haciéndole acompañar de cuatro hombres
bien armados.
Su compañero, que no había querido subir a bordo, viéndolo
de regreso en tierra, corrió a advertir
y llamar a los otros, que, notando que nuestra gente armada se acercaba
hacia ellos, se ordenaron
en fila, estando
sin armas y casi desnudos,
dando principio inmediatamente a su baile y canto, durante el cual levantaban al cielo el dedo índice, para damos a entender
que nos consideraban como seres descendidos de lo alto, señalándonos al mismo tiempo un polvo blanco que tenían en marmitas de greda, que nos lo ofrecieron, pues no tenían otra cosa que damos de comer. Los nuestros les invitaron por señales
a que viniesen
a las naves, indicándoles que les ayudarían a llevar lo que quisiesen
tomar consigo. Y en efecto vinieron; pero los hombres, que sólo conservaban el arco y las flechas, hacían llevar todo por sus mujeres, como si hubieran
sido bestias de carga.”
Antonio
Pigafetta. Primer viaje alrededor del
globo. Fundación Civiliter.