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miércoles, 7 de marzo de 2012

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



BADAJOZ EN PARÍS


“Jamás fue nombrada en Paris y en toda la Francia, ciudad alguna del mundo, desde 1909 a 1914, hasta el día precisamente de la declaración de la guerra, como lo fue la ciudad española de Badajoz, capital de la región extremeña.
¡Badayoz!¡Badayoz! se oía en todas las bocas: imposible era dar un paso por todo el territorio francés durante dicho tiempo sin escuchar Badayoz a cada instante.
Y sin embargo, Badajoz no era célebre en el suelo francés por su industria, su comercio, sus artes, ni por sus productos. Lo era por el  nombre que dio a uno de sus caballos el banquero español don Ivo Bosch , recientemente muerto en Barcelona, como daba nombres de capitales de provincias españolas a todos los caballos de su cuadra de carreras. Algunos salieron notables, pero ninguno como Badajoz; otros medianos y otros malos. Por desgracia yo llegué a París cuando solo corrían Córdoba, Huelva, León y algunos otros, todos de última clase, a los efectos de que se trata, por lo que buen dinero me costó mi amor patrio jugando a caballos con nombres españoles y montados por jockeys vistiendo los colores nacionales españoles. Badajoz era un caballo endeblucho, de escasas siete cuartas, corto y de mala estampa, que apenas dio muestras de lo que luego fue en sus primeras carreras, por lo que su dueño, dudando de su valer, lo sacó a correr en un premio a reclamer, que es una carrera de venta, en la que pueden ser reclamados por cualquiera los caballos que en ella corran , pagando el precio que su dueño le fija y el importe del premio, que economiza la Sociedad del hipódromo en que se verifica la carrera, y fue reclamado, creyendo su dueño haber hecho un magnífico negocio, habiendo ganado con Badajoz cinco o seis mil francos.
Apenas en poder de su nuevo dueño empezó Badajoz a ganar carrera sobre carrera, gracias a la mejor preparación que se le diera, llenando de oro las cajas de aquel. Pasó luego a las cuadras del rico americano Vanderbilt, quien pagó por él una cantidad fabulosa, y de ella a las del barón Edmond de Rothschild, quien pagó por Badajoz más de un millón de francos.
Corría en todos los hipódromos una, dos y tres veces por semana, sin que jamás perdiera una sola carrera; puede calcularse que en los cuatro o cinco años que duró su vida de carreras, ganaría en premios más de diez millones de francos.
Se le jugaba en contra en la esperanza de que alguna vez perdiera para obtener una gran ganancia, por lo cual los que jugaban a su favor nunca dejaron de obtener utilidades de alguna consideración.
Llegó el día de la guerra; una de las primeras órdenes que se dictaron fue la de la requisa general de caballos, pero con objeto de conservar las razas, se hicieron algunas excepciones. Esfuerzos inauditos  se hicieron, e influencias poderosas se interpusieron para que Badajoz estuviese comprendido en una de las excepciones. Todo fue inútil. Hasta se pretendió, por su nombre, pasarlo por español y como perteneciente a la Embajada española. Nuestro embajador entonces, marqués de Villaurrutia, no se prestó a esta superchería, y como Badajoz  estaba comprendido en la ley general tuvo que ir a la guerra; la única gracia que se le hizo, por su gran historia, fue ponerlo en manos del famoso jockey Allec Carter, que también fue movilizado el primer día de la guerra, y ambos cayeron gloriosamente muertos en el campo de la gran batalla de la Marne el 4 de Septiembre de 1914.”
¡Pobre Badajoz!”


Genaro Cavestany. Memorias de un viejo. Imprenta Sempere.