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lunes, 27 de junio de 2011

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



UMA OLHADA


“O sócio capitalista aqui da firma, sempre doente em parte incerta, quis, não sei por que capricho de que intervalo de doença, ter um retrato do conjunto do pessoal do escritório. E assim, antes de ontem, alinhamos todos, por indicação do fotógrafo alegre, contra a barreira branca suja que divide, com madeira frágil, o escritório geral do gabinete do patrão Vasques. Ao centro o mesmo Vasques; nas duas alas, numa distribuição primeiro definida, depois indefinida, de categorias, as outras almas humanas que aqui se reúnem em corpo todos os dias para pequenos fins cujo último intuito só o segredo dos Deuses conhece.

Hoje quando cheguei ao escritório, um pouco tarde, e, em verdade, esquecido já do acontecimento estático da fotografia duas vezes tirada, encontrei o Moreira, inesperadamente matutino, e um dos caixeiros de praça, debruçados rebuçadamente sobre umas coisas enegrecidas, que reconheci logo, em sobressalto, como as primeiras provas das fotografias. Eram, afinal, duas só de uma, daquela que ficara melhor.

Sofri a verdade ao vêr-me ali, porque, como é de supor, foi a mim mesmo que primeiro busquei. Nunca tive uma idéia nobre da minha presença física, mas nunca a senti tão nula como em comparação com as outras caras, tão minhas conhecidas, naquele alinhamento de quotidianos. Pareço um jesuíta frusto. A minha cara magra e inexpressiva nem tem inteligência, nem intensidade, nem qualquer coisa, seja o que for, que a alce da maré morta das outras caras. Da maré morta, não. Há ali rostos verdadeiramente expressivos. O patrão Vasques está tal qual é — o largo rosto prazenteiro e duro, o olhar firme, o bigode rígido completando. A energia, a esperteza, do homem — afinal tão banais, e tantas vezes repetidas por tantos milhares de homens em todo o mundo — são todavia escritas naquela fotografia como num passaporte psicológico. Os dois caixeiros viajantes estão admira veis; o caixeiro de praça está bem, mas ficou quase por trás de um ombro do Moreira. E o Moreira! O meu chefe Moreira, essência da monotonia e da continuidade, está muito mais gente do que eu! Até o moço — reparo sem poder reprimir um sentimento que busco supor que não é inveja — tem uma certeza de cara, uma expressão direta que dista sorrisos do meu apagamento nulo de esfinge de papelaria.

O que quer isto dizer? Que verdade é esta que uma película não erra? Que certeza é esta que uma lente fria documenta? Quem sou, para que seja assim? Contudo... E o insulto do conjunto?

—''Você ficou muito bem", diz de repente o Moreira. E depois, virando-se para o caixeiro de praça, "É mesmo a carinha dele, hein?". E o caixeiro de praça concordou com uma alegria amiga que atirou para o lixo.”


Fernando Pessoa. Livro do desassossego Editora Brasiliense.

jueves, 23 de junio de 2011

ALLÁ EN LAS INDIAS





PEDRO DE LA RENTERIA


“En este tiempo ya los religiosos de Santo Domingo habían considerado la triste vida y aspérrimo cautiverio que la gente natural desta isla padecía, y cómo se consumían, sin hacer caso dello los españoles que los poseían más que si fueran unos animales sin provecho, después de muertos solamente pesándoles de que se les muriesen, por la falta que en las minas del oro y en las otras granjerías les hacían; no por eso en los que les quedaban usaban de más compasión ni blandura, cerca del rigor y aspereza con que oprimir y fatigar y consumirlos solían. Y en todo esto había entre los españoles más y menos, porque unos eran crudelísimos, sin piedad ni misericordia, sólo teniendo respecto a hacerse ricos con la sangre de aquellos míseros; otros, menos crueles, y otros, es de creer que les debía doler la miseria y angustia dellos; pero todos, unos y otros, la salud y vidas y salvación de los tristes, tácita o expresamente, a sus intereses solos, particulares y temporales, posponían. No me acuerdo conocer hombre piadoso para con los indios, que se sirviesen dellos, sino sólo uno, que se llamó Pedro de la Rentería, del cual abajo, si place a Dios, habrá bien que decir.”


Bartolomé de las Casas. 
Crónica de las Indias.

lunes, 20 de junio de 2011

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






     GRIETA MATINAL

Cala tu miseria,
sondéala, conoce sus más escondidas cavernas.
Aceita los engranajes de tu miseria,
ponla en tu camino, ábrete paso con ella
y en cada puerta golpea
con los blancos cartílagos de tu miseria.
Compárala con la de otras gentes
y mide bien el asombro de sus diferencias,
la singular agudeza de sus bordes.
Ampárate en los suaves ángulos de tu miseria.
Ten presente a cada hora
que su materia es tu materia,
el único puerto del que conoces cada rada,
cada boya, cada señal desde la cálida tierra
donde llegas a reinar como Crusoe
entre la muchedumbre de sombras
que te rozan y con las que tropiezas
sin entender su propósito ni su costumbre.
Cultiva tu miseria,
hazla perdurable,
aliméntate de su savia,
envuélvete en el manto tejido con sus más secretos hilos.
Aprende a reconocerla entre todas,
no permitas que sea familiar a los otros
ni que la prolonguen abusivamente los tuyos.
Que te sea como agua bautismal
brotada de las grandes cloacas municipales,
como los arroyos que nacen en los mataderos.
Que se confunda con tus entrañas, tu miseria;
que contenga desde ahora los capítulos de tu muerte,
los elementos de tu más certero abandono.
Nunca dejes de lado tu miseria,
así descanses a su vera
como junto al blanco cuerpo
del que se ha retirado el deseo.
Ten siempre lista tu miseria,
y no permitas que se evada por distracción o engaño.
Aprende a reconocerla hasta en sus más breves signos:
el encogerse de las finas hojas del carbonero,
el abrirse de las flores con la primera frescura de la tarde,
la soledad de una jaula de circo varada en el lodo
del camino, el hollín en los arrabales,
el vaso de latón que mide la sopa en los cuarteles,
la ropa desordenada de los ciegos,
las campanillas que agotan su llamado
en el solar sembrado de eucaliptos,
el yodo de las navegaciones.
No mezcles tu miseria en los asuntos de cada día.
Aprende a guardarla para las horas de tu solaz
y teje con ella la verdadera,
la sola materia perdurable
de tu episodio sobre la tierra.


Alvaro Mutis.

sábado, 18 de junio de 2011

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






LOS RESIDENTES ÁRABES


"Muchas gentes me habían augurado un mal recibimiento por parte de los árabes, pero su acogida fue, por el contrario, de lo más cordial, y nunca podré elogiarla lo suficiente. ¡Qué diferencia tan notable entre la hospitalidad generosa, el sincero interés y la franca amistad que encontramos entre los individuos de aquella noble raza, y la parsimonia y el egoísmo feroz y brutal del salvaje africano! Era como encontrar corazones de cera después de haber tropezado con corazones de roca. Uno de ellos sobre todo, el llamado Snay-ben-Emir, era de la madera con que se hacen los amigos: generosos y discretos, lleno a la vez de valor y de prudencia, presto siempre a arriesgar su vida por conservar limpio el honor y, lo que es muy raro en Oriente, tan honrado como valiente.
El árabe que llega de la costa se cruza en Cazé con los que vuelven del lago Tanganica y del Ruvuia, y encuentra allí caminos frecuentados que se dirigen al norte, hacia los poderosos reinos de Caragüe, de Uñoro y de Uganda y que le conducen a las orillas del lago de Kerehué. El Rori y el Bena, el Sanga y el Senga, le envían desde el sur su marfil y sus esclavos, y los productos de las comarcas de Khokoro, de Fipa y del Marungu, así como los del valle de Rukua, vienen del Sudeste a cambiarse por sus telas, sus cuentas de vidrio y sus hilos metálicos.
Por último, los jefes de las caravanas tienen que detenerse aquí forzosamente, porque los cargadores, tanto los que han sido contratados en la costa como los que se contrataron en las orillas del lago, se dispersan en cuanto llegan a Cazé, poniendo al viajero o comerciante en la necesidad de reunir un nuevo grupo, operación siempre difícil, y mucho más cuando se aproxima la estación de la siembra.
Cazé no es una aldea, sino una colección separada de media docena de tembés o grandes edificios, de construcción oblonga, que tienen todos un patio central, grandes almacenes separados, barracas para los esclavos, y jardines. Finalmente, alrededor de esta especie de núcleo están agrupadas las chozas de los indígenas, acumulación de chiribitiles infectos que llevan el nombre de su fundador.
En 1852 fue cuando esta parte de la provincia de Ñañembé recibió los primeros colonos. En esa época fue cuando llegaron Snay-ben-Emir y Musa y encontraron la estación desierta. Estos árabes construyeron casas, abrieron pozos, y convirtieron este lugar deshabitado en una plaza comercial y populosa.
Sería difícil establecer el número de residentes árabes que hay en el Ñañembé, pues de la misma manera que los ingleses en sus posesiones de la India, estos comerciantes no hacen más que recorrer el país sin colonizarle. Su número, en consecuencia, está muy lejos de ser fijo, aunque generalmente no se cuentan más de veinticinco. Durante la estación de los viajes o cuando se juzga inminente una campaña, apenas hay tres o cuatro. Esto es para ellos algo bastante enojoso. Son demasiado fuertes para ceder sin combatir, pero no lo son, sin embargo, lo bastante para luchar con éxito.
A excepción de Musa, que nació en Kojah, ciudad de la India inglesa, todos estos comerciantes son árabes, naturales del Omán. Tienen aquí una existencia que, más que cómoda, podría calificarse de fastuosa. Sus casas, aunque de un solo piso, son bastante extensas y están sólidamente construidas; sus jardines son grandes y muy bien dispuestos; y reciben regularmente de Zanzíbar, no solamente cuanto es necesario para la vida, sino también un gran número de objetos de lujo. En torno a ellos vive una turba de esclavos perfectamente enseñados para el servicio y acostumbrados a los trabajos más necesarios. Usan asnos de Zanzíbar por cabalgaduras, y los menos ricos poseen rebaños de vacas y cameros.
Lo único que les falta es un gobierno, pues tienen bastante necesidad de un jefe inteligente y valeroso."

Richard Burton. Las Montañas de la Luna. Valdemar.

lunes, 13 de junio de 2011

OBITER DICTUM





Sí; te conozco. Yo te he visto atravesar las calles de mi pueblo, en Galicia. Tras de ti marchaba un aldeano venido de Abegondo o de Altamira. Sobre tus lomos, tres sacos enormes repletos de piñas, te abrumaban. Te reconozco. Tú eres el auténtico «caballo de las piñas». Quizá naciste en Vimianzo y alguien te compró en la feria de Payosaco. Tú estás aquí traído por ese espíritu aventurero, emigratorio, de la raza gallega; estás aquí ganando tu pan como don Eduardo Dato, como el criminalista Doval, como yo mismo… Te reconozco caballo de mi tierra…
Y como el animal hiciese remiso su paso, le grité:
 ¡Ei, besta!
Y él reanudó su andar, su trepar más bien, por la montaña. Y dio un relincho, un ligero y riente relincho, lleno de «saudade».


Wenceslao Fernández Flórez.

sábado, 11 de junio de 2011

OBITER DICTUM






       “Al Secretario General del Partido I. V. Stalin, al Presidente del Comité M. I. Kalinin, al jefe del Servicio de Bellas de Artes A. I. Sviderski, a Alexei Maksimovich Gorki.

        Del escritor
Mijail Afanásievich Bulgákov´

        […]

        Al cabo de diez años mis fuerzas se han agotado; no tengo ánimos suficientes para vivir más tiempo acorralado, sabiendo que no puedo publicar, ni representar mis obras en la URSS. Llevado hasta la depresión nerviosa, me dirijo a Usted y le pido que interceda ante el gobierno de la URSS para que me expulse de la URSS, junto con mi esposa L. E. Bulgakova, que se suma a esta petición.

M. Bulgákov
Moscú Julio de 1929”


Mijail Bulgákov

viernes, 10 de junio de 2011

OBITER DICTUM





“Naturalmente, a la lengua, como fenómeno social, le es propio lo común en todos los fenómenos sociales, comprendidas la base y la superestructura, a saber: está al servicio de la sociedad, como todos los demás fenómenos sociales, incluyendo la base y la superestructura. Pero aquí termina, propiamente hablando, lo común a todos los fenómenos sociales. A partir de aquí empiezan diferencias importantes entre los fenómenos sociales.
La cuestión estriba en que los fenómenos sociales, además de ese rasgo común, tienen sus particularidades específicas, que los diferencian a unos de otros y que tienen para la ciencia una importancia primordial. Las particularidades específicas de la base consisten en que ésta sirve a la sociedad desde el punto de vista económico. Las particularidades específicas de la superestructura consisten en que pone al servicio de la sociedad ideas políticas, jurídicas, estéticas y otras, crea para la sociedad las correspondientes instituciones políticas, jurídicas, etc., etc. ¿En qué consisten las particularidades específicas de la lengua, que la diferencian de los demás fenómenos sociales? Consisten en que la lengua sirve a la sociedad como medio de relación entre los hombres, como medio de intercambio de ideas en la sociedad, como medio que permite a los hombres entenderse mutuamente y organizar el trabajo conjunto en todas las esferas de la actividad humana, tanto en la esfera de la producción como en la esfera de las relaciones económicas, tanto en la esfera de la política como en la esfera de la cultura, tanto en la vida social como en la vida privada. Estas particularidades son exclusivas de la lengua, y precisamente porque son exclusivas de la lengua, ésta es objeto de estudio por una ciencia independiente: la lingüística. Si la lengua no tuviera esas particularidades, la lingüística perdería el derecho a una existencia independiente.
En pocas palabras: no puede incluirse a la lengua ni en la categoría de las bases ni en la categoría de las superestructuras.
Tampoco puede incluírsela en la categoría de los fenómenos «intermedios» entre la base y la superestructura, pues tales fenómenos «intermedios» no existen.
Pero ¿quizá puede incluirse la lengua en la categoría de las fuerzas productivas de la sociedad, por ejemplo, en la categoría de los instrumentos de producción? En efecto, entre la lengua y los instrumentos de producción hay cierta analogía: los instrumentos de producción, lo mismo que la lengua manifiestan cierta indiferencia hacia las clases y pueden servir por igual a las diversas clases de la sociedad, tanto a las viejas como a las nuevas. ¿Ofrece esta circunstancia fundamento para incluir la lengua en la categoría de los instrumentos de producción? No, no lo ofrece.
Hubo un tiempo en que N. Y. Marr, viendo que su fórmula «la lengua es una superestructura de la base» encontraba objeciones, decidió «reorientarse» y declaro que «la lengua es un instrumento de producción». ¿Tenía razón N. Y. Marr al incluir la lengua en la categoría de los instrumentos de producción? No, no tenía ninguna razón.
La cuestión estriba en que la semejanza entre la lengua y los instrumentos de producción no va más allá de la analogía que acabo de mencionar. Pero, en cambio, entre la lengua y los instrumentos de producción hay una diferencia esencial. Esa diferencia consiste en que los instrumentos de producción producen bienes materiales, mientras que la lengua no produce nada o sólo «produce» palabras. Más exactamente dicho: si poseen instrumentos de producción, los hombres pueden producir bienes materiales, pero si carecen de ellos, no pueden producir bienes materiales aunque dispongan de una lengua. No es difícil comprender que si la lengua pudiera producir bienes materiales, los charlatanes serían los hombres más ricos de la tierra.”


Iósif Stalin.

jueves, 9 de junio de 2011

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






                 LES SOLEILS CHANTEURS


Même si nous ne sommes pas tant que ça à aimer cet auteur...
Les disparitions inexplicables
Les accidents imprévisibles
Les malheurs un peu gros
Les catastrophes de tout ordre
Les cataclysmes qui noient et carbonisent
Le suicide considéré comme un crime
Les dégénérés intraitables
Ceux qui s'entourent la tête d'un tablier de forgeron
Les naïfs de première grandeur
Ceux qui descendent le cercueil de leur mère au fond d'un puits
Les cerveaux incultes
Les cervelles de cuir
Ceux qui hivernent à l'hôpital et que leur linge éclaté enivre encore
La mauve des prisons
L'ortie des prisons
La pariétaire des prisons
Le figuier allaiteur de ruines
Les silencieux incurables
Ceux qui canalisent l'écume du monde souterrain
Les amoureux dans l'extase
Les poètes terrassiers
Les magiciens à l'épi
Régnent température clémente autour des fauves embaumeurs du          [travail.


René Char


miércoles, 8 de junio de 2011

OBITER DICTUM




     Un ciudadano suizo, culpable de un robo verificado en una iglesia de Samen, ha sido condenado a lo siguiente: «Un cuarto de hora de argolla, vigilado por el verdugo, á 60 palos dados públicamente por el ejecutor de la justicia, a tirar durante cinco años de un carretón, á diez años de internación en su distrito natal, a no poder casarse jamás, a la pérdida de sus derechos civiles y políticos, á ejercicios piadosos, a hacer penitencia en la iglesia, con un báculo en la mano, y una cuerda al cuello, á daños y perjuicios y a los gastos del juicio.»


Gorgonio Petano

lunes, 6 de junio de 2011

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



POR LA ROMA IMPERIAL


“Es cierto que el bullicio de las calles de la Roma imperial no invitaba precisamente a pasear. El transeúnte se topaba con los puestos, chocaba con otros peatones, los jinetes le salpicaban de barro, le acosaban los mendigos sentados en las cuestas, bajo las arcadas o sobre los puentes y le magullaban los militares, quienes orgullosos de su uniforme, parecían asolar todo lo que encontraban en su camino y hundían los clavos de sus botas en los pies del civil lo bastante temerario como para no cederles el paso. Pero, antes que un engorro, la visión de este incesante y abigarrado trasiego constituía un placer para el romano. La marea en la que iba inmerso el paseante arrastraba en sí a todas las naciones del mundo conocido: “campesinos tracios y sármatas que se alimentaban de sangre de caballo”, egipcios que se habían bañado en las aguas del Nilo y “exóticos habitantes de Cilicia que se rociaban con azafrán, árabes, sicambros y negros etíopes”. Toda esta multitud, aunque no tuviera nada que vender, seducía con su labia y llamaba la atención, unos mediante su destreza para construir torres y otros, como los encantadores de serpientes, mediante su habilidad. Además, al estar vigente la prohibición del tránsito de carros, el hecho de tener que caminar le brindaba la oportunidad de disfrutar sin peligro con todo este maremágnum. No obstante, el romano podía pasear a lomos de su propia mula o la que amablemente le había prestado un amigo, o bien alquilar por unos denarios una al mulero númida que se encargaba de llevar las bridas; también podía arrellanarse cómodamente en el interior de una litera (lectica) cubierta con “lamina especular”, por la que podía ver y no ser visto, abriéndose paso entre la multitud a hombros de seis u ocho esclavos sirios; otro modo de pasear era salir en la silla portátil (sella) que las matronas utilizaban para ir de visita y en la que era posible leer o escribir en marcha; y, por último, había quienes salían con un carretón de mano (chiramaxium) semejante al que Trimalción había regalado a su favorito. Pero para escapar del barullo callejero los romanos no tenían más que dirigirse a las zonas tranquilas o “paseos” de la ciudad: los foros y sus basílicas, desde que las audiencias judiciales desaparecieron de ellas; los jardines de los emperadores que éstos ponían a disposición del público, si bien no todos llegaban a ceder su propiedad como hiciera César, para que los ciudadanos pudieran deleitarse cuando en primavera “Flora perfumaba el aire y colgaba en guirnaldas de rosas la gloria púrpura de los campos de Paestrum”; la explanada del Campo de  Marte, con sus cercados de mármol (Saepta Iulia), sus zonas sagradas y sus pórticos, abrigos contra el sol, asilos contra la lluvia y en toda estación, como dijo Séneca, delicia del más inmundo de los desocupados: “cum vilissimus Quisque in campo otium suum oblectet”.
         De estos pórticos aún se conserva la entrada del que Augusto consagrara al nombre de su hermana Octavia, que albergaba entre las columnas de mármol el recinto de los templos gemelos de Júpiter y Juno, con una superficie de 118 metros de longitud y 135 metros de profundidad. Pero existían otros muchos al norte de este pórtico, enumerados por Marcial al seguir el itinerario de su personaje gorrón Selius cuando va en busca de algún amigo que le invite a cenar: el pórtico de Europa, el de los Argonautas, el de las Cien Columnas, con su avenida de plátanos, o el de Pompeyo, rodeado de bosquecillos. Estos monumentos no sólo brindaban en sus recintos lugares agradables por la vegetación y las sombras, sino que también estaban llenos de obras de arte, como los frescos que adornan algunos de sus muros de fondo o las estatuas que decoraban las columnatas y los patios interiores. Solamente en el pórtico de Octavia, según testimonio del Plinio el Viejo, se encontraban un gran número de obras ejecutadas por Pasiteles y su alumno Dionisio, el grupo escultórico de Alejandro y sus generales en la batalla de Gránico realizado por Lisipo, una Venus de Fidias, una Venus de Praxiteles y el Amor que este mismo escultor realizara para la ciudad Thespiae.
         Al parecer, el callejeo del pueblo-rey estaba alentado por un prodigioso botín circundante. Sin embargo, aunque hubiera algunos romanos que se detuvieran a contemplar estas obras, la mayoría de ellos las miraba como se observa a objetos familiares. Marcial nos cuenta una anécdota que apoya nuestra opinión. Una osa de bronce, situada en medio de otras esculturas de animales del pórtico de las Cien Columnas, servía de entretenimiento a los paseantes. Un día que el jovencito Hylas se divertía midiéndose con este animal como si hubiese estado vivo, “metió en la boca del oso su delicada mano. Pero una víbora perversa se había enroscado en el interior del bronce y en ella respiraba un alma más feroz que la del inmenso oso. El niño no se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde y, cuando sintió el dolor de la picadura, ya estaba expirando”. Ésta es la anécdota de unos chiquillos, pero veremos que no sólo ellos jugaban en los pórticos, jardines, foros y basílicas.”

Jérôme Carcopino. La vida cotidiana en Roma… Ediciones Temas de Hoy.

viernes, 3 de junio de 2011

OTRA BALSA EN EL AQUEROTE


 


LA REVELACION DEL VERBO


«La asamblea de constitución de la Sociedad de Estuquistas se celebró en el local cedido por las Escuelas Pías de San Antón, en un aula donde yo comencé a deletrear el Catón. Pablo Iglesias pronunció un discurso exponiendo las ventajas de la organización obrera. Era la primera vez que oía al fundador del Partido Socialista y de la Unión General de Trabajadores. Excuso decir con el interés y atención que escuché la palabra sencilla, pero de una lógica y una dialéctica irresistibles del apóstol de las ideas marxistas en nuestro país. Sus palabras produjeron en mi inteligencia el mismo efecto que la luz en las tinieblas. Me parecía increíble que los trabajadores consintiéramos en seguir siendo víctimas de la explotación capitalista, cuando nuestra unión podía dar al traste con esa ignominia; después comprendí lo difícil que es esa unión donde el capitalismo directa o indirectamente usufructúa el poder político y económico, y el obrero, sea intelectual o manual, se ve obligado a vender su fuerza de trabajo por lo que le quieran dar.»


Francisco Largo Caballero.

Mis recuerdos.

Ediciones Unidas.




miércoles, 1 de junio de 2011

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






ENTRE TRACTORES Y SOCIALISMO


Las hileras de tractores nuevos, rojos o verdes, seguían alineadas en terraplenes a la orilla del camino. Algunos continuaban adentro de sus embalajes de madera. Filas de máquinas agrícolas amarillas. Al otro lado de la ruta se divisaban las construcciones y los campos de esparcimiento y deporte de un manicomio modelo.
—¿Por qué no usan esas máquinas?
—¡Ah! —mi interlocutor levantaba las manos y me respondía en voz baja, lanzando miradas laterales a las invisibles orejas electrónicas—. Si continuaras aquí un año, observarías su enmohecimiento, su deterioro progresivo…
—En un país capitalista subdesarrollado —en Chile, por ejemplo—, la agricultura está bastante poco mecanizada. Pero si un agricultor compra un tractor, como tiene que invertir en eso sus ahorros, o endeudarse con el Banco del Estado, lo cuida y le saca el jugo.
—¡Ya te darás cuenta! —exclamaba mi interlocutor—. Lo que más caracteriza la economía socialista es el despilfarro. El empleado o el obrero, que no tienen derecho más que a un par de zapatos por año, miran esos tractores y piensan que sus zapatos están ahí, pudriéndose. ¿Comprendes?
—La economía de un determinado socialismo, dirás…
—¡Por supuesto! El socialismo no puede ser así. Lo que sucede es que aquí estamos rodeados de incapaces, ¡de comemierdas! ¡Comemierdas!


Jorge Edwards. 
Persona non grata. 
Alfaguara.

ARPILLERA Y POLVO

LEONETTO CAPPIELLO