UN ARTISTA
«Es hora de comer, tengo hambre y en Via Veneto un camarero me ofrece el menú del día a un precio de 24,90 euros. La terraza, acristalada, es bonita y los platos apetitosos: gnocchi a la boloñesa y una saltimbocca (ternera) con salsa de no sé qué. Almuerzo con gusto. Y cuando llega la cuenta, son 50 euros, el doble de lo previsto. Reclamo, naturalmente. Pero el camarero, un tal Mauricio, es un verdadero artista de la vieja escuela de la comedia del arte, una suerte de intrigante con rostro de arlequín. Su réplica merece compensar al timo que me ha dado: —Verá, signore, yo soy un empleado, no el responsable de los precios. Pero sucede que Via Veneto es un lugar especial. Y lo que tiene de más en la factura es un impuesto por comer en Via Veneto, admitido por el municipio. ¿Y por qué no se lo informamos a los clientes? Imagine: si a alguien que viene del extranjero o de un lugar de la profunda Italia, de provincias, y le decimos que hay que sumar un impuesto por comer en Via Veneto, lo probable es que se ofenda porque piensa que le consideramos un pobre. El nuestro es un trabajo difícil. Imagine otra situación: aquí viene mucha gente vestida informalmente, morenos y bajos, incluso negros como el carbón que luego resultan ser miembros de la familia real saudí. ¿Podemos ofenderles diciéndoles que en Via Veneto hay un impuesto por estar en Via Veneto? Yo no sé si usted es un jeque árabe. Y si lo es, se molestaría, naturalmente, porque a los jeques árabes no les importa nada el dinero. Ya le digo: trabajar aquí es muy delicado. No imagina lo que sufrimos los camareros.
Le dejo una propina de 5 euros. A los artistas hay que cuidarles.»
Javier Reverte.
Un otoño romano.
Plaza & Janes Editores.