Solo, para soportar el
peso de mis palabras:
Las que no se dicen y
coagulan un trozo de alma.
Convertido en mi
propio presidio, tiendo ante mí el callejón pampeano de mis anhelos, para
caminar inconsolablemente, lastimando mis dolores.
No quiero guías que
confundan mi rumbo.
No quiero amigos sobre
quienes pesar egoístamente.
Sé, que solo las
llegadas, que son cansancio, pueden fructificar en partidas, que son victoria.
Ceder y poseer están
dormidos en lo más solitario de mi intimidad.
Sé, que únicamente,
cuando el silencio ha cerrado todas las puertas que la inquietud le inflige
como espuelas, puedo encontrar; en mi alma, la acequia cantora de mi fuerza.
Ricardo
Güiraldes.