EL MAESTRO DE MÚSICA
Una de mis cruces en el pueblo
eran las visitas del marido de la maestra, que en otros tiempos había sido
maestro de música. Era un hombre de edad, con espesos bigotes grises y unos
ojos redondos e inexpresivos jaspeados de blanco, que había nacido en el norte
de España. Sentía profundamente la fatalidad de verse exiliado en una aldea
bárbara, donde no había ni un café ni un paseo , y apenas se jugaba a las
cartas. Para suplir estos esparcimientos me hacía interminables visitas en la
presunción de que, como inglés, yo debía también sufrir por ello. Era una de
esas personas —de ellas hay muchas en España— que creen que cuantas más veces
se diga una cosa más cierta es, y, por eso, siempre que me visitaba su
conversación era la misma. Tan pronto como agotábamos el tema de los dolores de
cabeza de su mujer y su propio lumbago, comenzaba el tema tópico de las
diferencias entre Inglaterra y Andalucía.
—¿Ustedes, en Inglaterra, no
gozan mucho del sol?
—No, don Eduardo; muy poco.
—¿Siempre está lloviendo?
—Sí, casi siempre.
—¿Y hay niebla?
—Sí, hay niebla.
—Sin embargo, ¿pueden ustedes
cultivar naranjas?
—No, hace demasiado frío para
eso. Nuestras frutas son sólo las manzanas y las ciruelas.
—Y, naturalmente, aceitunas.
—Desafortunadamente, no. Las
aceitunas necesitan sol.
—Eso sí que es raro. Siempre
había oído decir que, gracias a las corrientes cálidas del golfo de México,
eran ustedes capaces de cultivar plantas de climas meridionales.
—Ni una.
—Pero seguramente tendrán
higueras.
—Sí, en algunos sitios; pero por
lo general su fruto no madura.
—¡Ah!, de manera que higueras.
Ya me imaginaba…, ¿y también tienen ustedes almendros?
—No, en absoluto.
Gerald Brenan.
Al Sur de Granada.
Tusquets Editores.