«Una
bocanada de vapor sale de la máquina. Un inmenso gemido parece extenderse por
el andén y luego dirigirse hacia Moscú. Nos abrazamos en silencio. Y el tren
comienza a deslizarse suavemente. Agitan sus manos al mismo tiempo que van
empequeñeciéndose sus figuras. Agitamos nuestras manos. Detrás de ellos, como
una figura sin alma, el hombre de la N.K.V.D. nos mira… Ya sólo veo dos
pañuelos y tres sombras. Ya ni sombras ni pañuelos. El tren se ha hundido en la
soledad. Delante de nosotros la noche como un muro negro que fuéramos
horadando. Detrás unas lucecitas que nos indican que allí está Moscú. Sigo
mirando durante unos minutos. Mirando la oscuridad. Mirando las lucecitas cada
vez más pequeñas.»
Enrique Castro Delgado.