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viernes, 23 de octubre de 2015

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




DOS CIUDADES

“Después de la egregia escritora de El Cisne, de alguno que otro coruñés ilustre y de tal cual coruñesa guapa (que las hay como soles, mejorando lo presente), lo más notable de La Coruña es la Torre de Hércules, edificada en la época de los fenicios, un paseo con arboleda y hermosos jardines, y el aspecto panorámico de la ciudad y sus inmediaciones, vistas desde el centro de la bahía. La población urbana que tiende a formar como un semicírculo, siguiendo la configuración de aquella parte de la costa, ofrece un golpe de vista muy agradable a los viajeros marítimos. Sirve como de fondo a tan hermoso cuadro una colina llena de huertos, de eras y de pequeños prados que se hallaban a la sazón en toda la fuerza de su lozanía primaveral. Desde el buque en donde yo estaba se veían por la tarde algunas familias merendando en aquellas agrestes cercanías de la ciudad, y en los días de fiesta daban mayor variedad y animación al paisaje los grandes grupos de aldeanas que pasaban sin cesar, con sus vistosos y pintorescos trajes y sus canastas de frutas y flores, ya por la carretera que hay en la falda de la colina, ya en pequeñas embarcaciones que iban de un lado a otro del puerto, y en las que se amontonaban aquellas de tal modo –formando una gran piña matizada de rojo, amarillo y verde, --que semejaban desde lejos la nave y su contenido una enorme fuente de fresas meciéndose entre las ondas de la bahía.
         La ciudad es agradable, aunque no precisamente bella. Hay cierta irregularidad en su conjunto, cierta desproporción propia de las poblaciones que por algún motivo adquieren más desarrollo del previsto en la época de su fundación. Para satisfacer las crecientes necesidades del comercio, de la industria y del aumento de población se ha ido formando una nueva ciudad al lado de la ciudad vieja, que hoy figura como un barrio distinto de los demás, con su aspecto sombrío, sus calles angostas, su arquitectura sólida y severa, sus escudos nobiliarios, sus templos, sus oratorios, en fin, todo lo que representa y constituye la tradición, enfrente de la ciudad moderna en donde alienta, palpita y se manifiesta de mil diversos modos el espíritu innovador, especulativo y revolucionario de la época presente.
         La hermosa calle Real, gala y orgullo de los coruñeses, sirve como de arteria para el tránsito y la comunicación urbana desde La Coruña del pasado a La Coruña del porvenir…


         Pero es inútil que yo continúe describiendo esta ciudad. ¿Han leído ustedes La Tribuna, preciosa novela naturalista, citada en el capítulo anterior? Pues aquella Marineda tan admirablemente descrita en varios pasajes de dicha obra, es el fiel trasunto de La Coruña.
         Influido por esa alucinación que suelen producir en el ánimo las descripciones artísticas cuando están hechas con exactitud, vigor y riqueza de colorido, más de una vez creí divisar en aquellos lugares la gallarda figura de Amparo, protagonista de la citada obra, o alguno de sus personajes más característicos; de igual modo que al contemplar las torres ennegrecidas y severas de Notre Dame, de Paris, nos parece aun distinguir a través de sus aberturas la sombra de la infeliz Esmeralda o la deforme figura de Cuasimodo.
         Mis principales paseos por La Coruña fueron como un agradable repaso de La Tribuna, un estudio de comparación entre la pintura y el original.”


Manuel Fernández Juncos. 
De Puertorrico a Madrid. 
Tipografía de José González.