NOCHE DE VERANO
«Se oyó un portazo y tuvimos la impresión de estar en una fosa común. Hubo mujeres que comenzaron a sufrir ataques de nervios y que, histéricas, gesticulaban su terror a gritos. Cinco o seis veces volvió a temblar el sótano, sacudido por una amenaza irresistible. Toda la gente, aterrorizada, y yo con ella, se apretaba entre sí, pese a la desagradable sensación de ahogo debida a la insuficiencia de ventilación. Una hora después de haber entrado en él, calmada la galerna explosiva, salí del afortunado refugio para descubrir, al resplandor de decenas de incendios, un paisaje dantesco e irreal. El canal reflejaba en sus aguas súbitamente iluminadas la imagen de una ciudad en llamas que se consumía inevitablemente al lado de sus orillas. Grotescos escombros sembraban, entre dos gigantescas grietas, los restos de una calle limpia, de aceras con bordillo pintado de blanco. Una humareda acre, golosa y asesina elevaba una constelación de pavesas familiares que se perdían en el cielo de una noche de verano infernal. Por todas partes había gente que corría y, como en Magdeburgo, fui requisado inmediatamente para los trabajos de desescombro.»
Guy Sajer.
El soldado olvidado.
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