EL CIELO DE CEILÁN
“Llegada a
Ceilán, el cinco de noviembre a las doce y media del mediodía. A partir de las
once se ven surgir en el este nubes azuladas, pico de brumas, masas más espesas
que los vapores que se prolongan encima del horizonte. Este cielo del océano índico,
bajo el monzón del nordeste, tiene un infinito número de planos. Al oeste, unas
nubes espesas son verdaderamente azules, del azul índigo que debería tener el
cielo puro de Extremo Oriente. Todo el contorno del mar es una franja sombría,
y, por encima de ella, dividas como vedijas de lana diversificadas, penetradas
de aire azul en sus intervalos, unas nubes violetas, púrpura, lechosas, rosas
de aurora, recortadas, consteladas, deshojadas. Por encima de un mar gris,
amarillo, verdusco, sombrío y terriblemente plomizo bajo el calor húmedo que
pesa cada vez más. Después del almuerzo me encontré de nuevo con la misma
aparición que en la isla de Minikoï: una línea de espuma contra una barrera
amarilla de oro y, encima, el abanico enjuto y verde que se despliega sobre la
cabeza de los cocoteros; más allá, unas masas verdes oscuras, como bañadas de
vapor cálido, una verdura fuerte, húmeda y templada, hacia la cual avanza el
Ville de la Ciotat.”
Marcel
Schwob. Viaje a Samoa. Ediciones Folio.