PRIMERA PARTE
CAPÍTULO IX
“Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a
vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y, como yo soy aficionado
a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural
inclinación, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile con
caracteres que conocí ser arábigos. Y, puesto que, aunque los conocía, no los
sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los
leyese; y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues, aunque le
buscara de otra mejor y más antigua lengua, le hallara. En fin, la suerte me
deparó uno, que, diciéndole mi deseo y poniéndole el libro en las manos, le
abrió por medio, y, leyendo un poco en él, se comenzó a reír.
Preguntéle yo que de qué se reía, y respondióme que de una cosa que
tenía aquel libro escrita en el margen por anotación. Díjele que me la dijese;
y él, sin dejar la risa, dijo:
--Está, como he dicho, aquí en el margen escrito esto: "Esta
Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la
mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha ".
Cuando yo oí decir "Dulcinea del Toboso", quedé atónito y
suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la
historia de don Quijote. Con esta imaginación, le di priesa que leyese el
principio, y, haciéndolo ansí, volviendo de improviso el arábigo en castellano,
dijo que decía: Historia de don Quijote de la Mancha , escrita por Cide Hamete Benengeli,
historiador arábigo. Mucha discreción fue menester para disimular el contento
que recebí cuando llegó a mis oídos el título del libro; y, salteándosele al
sedero, compré al muchacho todos los papeles y cartapacios por medio real; que,
si él tuviera discreción y supiera lo que yo los deseaba, bien se pudiera
prometer y llevar más de seis reales de la compra. Apartéme luego con el morisco
por el claustro de la iglesia mayor, y roguéle me volviese aquellos
cartapacios, todos los que trataban de don Quijote, en lengua castellana, sin
quitarles ni añadirles nada, ofreciéndole la paga que él quisiese. Contentóse
con dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo, y prometió de traducirlos bien
y fielmente y con mucha brevedad. Pero yo, por facilitar más el negocio y por
no dejar de la mano tan buen hallazgo, le truje a mi casa, donde en poco más de
mes y medio la tradujo toda, del mesmo modo que aquí se refiere.
Estaba en el primero cartapacio, pintada muy al natural, la batalla
de don Quijote con el vizcaíno, puestos en la mesma postura que la historia
cuenta, levantadas las espadas, el uno cubierto de su rodela, el otro de la
almohada, y la mula del vizcaíno tan al vivo, que estaba mostrando ser de
alquiler a tiro de ballesta. Tenía a los pies escrito el vizcaíno un título que
decía: Don Sancho de Azpetia, que, sin duda, debía de ser su nombre, y a los
pies de Rocinante estaba otro que decía: Don Quijote. Estaba Rocinante
maravillosamente pintado, tan largo y tendido, tan atenuado y flaco, con tanto
espinazo, tan hético confirmado, que mostraba bien al descubierto con cuánta
advertencia y propriedad se le había puesto el nombre de Rocinante. Junto a él
estaba Sancho Panza, que tenía del cabestro a su asno, a los pies del cual
estaba otro rétulo que decía: Sancho Zancas, y debía de ser que tenía, a lo que
mostraba la pintura, la barriga grande, el talle corto y las zancas largas; y
por esto se le debió de poner nombre de Panza y de Zancas, que con estos dos
sobrenombres le llama algunas veces la historia. Otras algunas menudencias
había que advertir, pero todas son de poca importancia y que no hacen al caso a
la verdadera relación de la historia; que ninguna es mala como sea verdadera.
Si a ésta se le puede poner alguna objeción cerca de su verdad, no
podrá ser otra sino haber sido su autor arábigo, siendo muy propio de los de
aquella nación ser mentirosos; aunque, por ser tan nuestros enemigos, antes se
puede entender haber quedado falto en ella que demasiado. Y ansí me parece a
mí, pues, cuando pudiera y debiera estender la pluma en las alabanzas de tan
buen caballero, parece que de industria las pasa en silencio: cosa mal hecha y
peor pensada, habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y
no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rancor ni la afición,
no les hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula
del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de
lo presente, advertencia de lo por venir. En ésta sé que se hallará todo lo que
se acertare a desear en la más apacible; y si algo bueno en ella faltare, para
mí tengo que fue por culpa del galgo de su autor, antes que por falta del
sujeto.”
Pierre Menard. Don Quijote. Editorial Borges.