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lunes, 22 de diciembre de 2014

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




A LA HORA DE COMER


“Pasando de la lengua al paladar, puesto que es poca la distancia, necesité un tanto de buena voluntad para habituarme a ciertas salsas y guisos y bazofias de la cocina española. Pero me habitué. Los franceses, que en punto a comer son quisquillosos como muchachos mal acostumbrados, dicen pestes; Alejandro Dumas afirma que ha padecido hambre en España; y un libro sobre este país, que tengo a la vista, sostiene que los españoles no viven más que de miel, hongos, uvas y legumbres. Son tonterías. Lo mismo podrían decir de nuestra cocina: he conocido a muchos españoles que no podían ver comer macarrones sin que se les moviera el estómago.  Abusan un poco de las pastas y lo graso; condimentan demasiado fuerte; pero… vamos: no tanto como para quitarle el apetito a Dumas. Son maestros, entre otras cosas, en platos dulces. Además, su puchero, el plato nacional, comido todos los días, por todos, en todo el país, digo la verdad, lo devoraba con rosiniana glotonería. El puchero es, respecto al arte culinaria, lo que es respecto a la literatura una antología: hay un poco de todo, y de lo mejor. Una buena tajada de vaca hervida forma como el núcleo del plato; alrededor un ala de pollo, un pedazo de chorizo (el chorizo con prodigalidad), yerbas y pernil; encima, debajo, y en todos los intersticios, garbanzos. Son una especie de ceci; pero más gruesos, más tiernos, más sabroso; ceci, diría un extravagante, caidos de algún mundo donde a una vegetación como la nuestra la fecundase un sol más poderoso. Este es el puchero usual; pero cada familia lo modifica según la bolsa: el pobre se contenta con la carne y los garbanzos; el señor le añade cien bocadillos exquisitos. En realidad es más bien una comida que un plato: por eso muchos no comen otra cosa: un buen puchero y una botella de Valdepeñas pueden bastar a cualquiera. No hablo de las naranjas, de las uvas de Málaga, de los espárragos, de las alcachofas y otras especies de legumbres y frutas, que todos saber ser en España hermosísimas y muy buenas. Esto no obstante, los españoles comen poco; y aunque en su cocina predominen la pimienta, la salsa fuerte y la carne salada; aunque coman chorizos que, como ellos dicen, levantan las piedras, beben poquísimo vino. Después de la fruta, en vez de estarse allí haciéndole centinela a una buena botella, toman por lo común su taza de café con leche: rara vez beben vino de mañana. Jamás he visto a un español apurar su botella en las mesas redondas de los albergues; y a mí, que la vaciaba, mirábanme con aire de estupor, como a un bebedor escandaloso. Es raro en las ciudades de España, aun los días de fiesta, encontrar un borracho: justamente por esto, habida consideración a la sangre fogosa y al libérrimo comercio que se hace de cuchillos y puñales, ocurren menos riñas con heridas y muertes de lo que fuera de España se piensa.
Encontrada la casa y la cocina, no me quedó más pensamiento que el de vagar a la ventura por la ciudad, con la Guia  en el bolsillo y el cigarro de tres cuartos en la boca.”


Edmundo de Amicis. España. Librería de Vicente López.