A LA HORA DE COMER
“Pasando de la lengua al paladar, puesto
que es poca la distancia, necesité un tanto de buena voluntad para habituarme a
ciertas salsas y guisos y bazofias de la cocina española. Pero me habitué. Los
franceses, que en punto a comer son quisquillosos como muchachos mal
acostumbrados, dicen pestes; Alejandro Dumas afirma que ha padecido hambre en
España; y un libro sobre este país, que tengo a la vista, sostiene que los
españoles no viven más que de miel, hongos, uvas y legumbres. Son tonterías. Lo
mismo podrían decir de nuestra cocina: he conocido a muchos españoles que no
podían ver comer macarrones sin que se les moviera el estómago. Abusan un poco de las pastas y lo graso;
condimentan demasiado fuerte; pero… vamos: no tanto como para quitarle el
apetito a Dumas. Son maestros, entre otras cosas, en platos dulces. Además, su
puchero, el plato nacional, comido todos los días, por todos, en todo el país,
digo la verdad, lo devoraba con rosiniana glotonería. El puchero es, respecto
al arte culinaria, lo que es respecto a la literatura una antología: hay un
poco de todo, y de lo mejor. Una buena tajada de vaca hervida forma como el
núcleo del plato; alrededor un ala de pollo, un pedazo de chorizo (el chorizo
con prodigalidad), yerbas y pernil; encima, debajo, y en todos los intersticios,
garbanzos. Son una especie de ceci; pero más gruesos, más tiernos, más sabroso;
ceci, diría un extravagante, caidos de algún mundo donde a una vegetación como
la nuestra la fecundase un sol más poderoso. Este es el puchero usual; pero
cada familia lo modifica según la bolsa: el pobre se contenta con la carne y
los garbanzos; el señor le añade cien bocadillos exquisitos. En realidad es más
bien una comida que un plato: por eso muchos no comen otra cosa: un buen
puchero y una botella de Valdepeñas pueden bastar a cualquiera. No hablo de las
naranjas, de las uvas de Málaga, de los espárragos, de las alcachofas y otras
especies de legumbres y frutas, que todos saber ser en España hermosísimas y
muy buenas. Esto no obstante, los españoles comen poco; y aunque en su cocina
predominen la pimienta, la salsa fuerte y la carne salada; aunque coman
chorizos que, como ellos dicen, levantan las piedras, beben poquísimo vino.
Después de la fruta, en vez de estarse allí haciéndole centinela a una buena
botella, toman por lo común su taza de café con leche: rara vez beben vino de
mañana. Jamás he visto a un español apurar su botella en las mesas redondas de
los albergues; y a mí, que la vaciaba, mirábanme con aire de estupor, como a un
bebedor escandaloso. Es raro en las ciudades de España, aun los días de fiesta,
encontrar un borracho: justamente por esto, habida consideración a la sangre
fogosa y al libérrimo comercio que se hace de cuchillos y puñales, ocurren
menos riñas con heridas y muertes de lo que fuera de España se piensa.
Encontrada la casa y la cocina, no me
quedó más pensamiento que el de vagar a la ventura por la ciudad, con la Guia en el bolsillo y el cigarro de tres cuartos
en la boca.”
Edmundo de Amicis. España.
Librería de Vicente López.