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miércoles, 18 de junio de 2014

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




LAS VOCALES PORTUGUESAS


Años atrás vino a Barcelona una compañía de declamación portuguesa. Nuestra adorable burguesía llenó el teatro y se dispuso, confiadísima, a ver y escuchar la obra. Ante la primera escena todos quedaron sorprendidos. Imposible comprender ni una jota de lo que se formulaba en escena. Quienes aguzaban el oído torciendo el gesto miraban, desolados, a los espectadores inmediatos.
         --Pero ¿qué es lo que hablan estos cómicos? –se preguntaban con un punto de indignación.
Los cómicos hablaban quizás un portugués muy correcto o quizás un portugués no tan correcto: lo cierto es que nadie los entendió.
         A todo eso se produjo un fenómeno insospechado. Cuando parecía que todo estaba a punto de caer en la más completa indiferencia –por no decir en la hostilidad--, el nerviosismo se fue calmando y la extrañeza que siempre produce el escuchar una lengua ininteligible pareció menguar. El público se quedó como adormilado, blandamente embelesado por la matización dulcísima de la lengua portuguesa. La flauta de las vocales fue penetrando en el auditorio, y la función acabó admirablemente.
Don Joan Maragall decía que el portugués es una lengua oscura –quería decir de color oscuro--. Más que oscura, yo diría que es una lengua aterciopelada, sombreada, con vocales que parecen musgo húmedo. Las vocales portuguesas son de un color verde sombrío, espeso, suavísimas al oído, con inflexiones y curvaturas untuosas y sensuales. Cosa exquisita.
Paseando por las calles comprendidas entre la plaza del Comercio y Rocío con la intención de captar los matices más delicados y característicos de la lengua, quizás no obedecía con la debida fidelidad los consejos de los lingüistas. Quizás no sea ése de los lugares más puros para oír el portugués. En estas cuestiones siempre hay personas que conocen los sitios donde se habla mejor una lengua –que generalmente se encuentran a doscientos o trescientos kilómetros del punto en el que uno se encuentra--. Es igual; pese a la corrupción imperante en aquellas calles, me pareció que la fonética del portugués tenía el perfume y el color de las violetas. Comprendí que con una materia prima tan densa, tan sedosa y ondulante se pueden hacer muchas cosas. Incluso tal vez demasiadas. La fecha de este viaje mío a Portugal se sitúa en 1921. Sobre Europa se proyecta el poso de dureza dejado por la guerra mundial. Esa dureza no ha podido destruir todavía la suavidad de las vocales portuguesas. Gracias a esta fonética, las señoritas de aquí parecen las más femeninas del continente y los jóvenes aparentan tener una dulce y resignada propensión al suicidio. Al suicidio por amor, claro. Por poco ondulado que tengan el cabello hacen pensar en Antero de Quental, que se eliminó en virtud de un movimiento de triste delicadeza, que se diluyó prácticamente en la fonética. Sobre el terreno se ve muy bien que la fonética es anterior a la saudade. No es que la saudade haya sido su medio de expresión más adecuado. Es al revés. La saudade es uno de los efectos últimos --a menudo dramáticos-- de la fonética.”

Josep Pla. La vida amarga. Ediciones Destino.